XIV. Lo que la eternidad recordará.

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No sabe como han podido pasar dos semanas desde entonces. Un día, Dazai sólo le confesó que Kunikida ocultaba algo. Al otro día, se encontró con un cotilleo impresionante en la oficina, casualmente justo después de perder de vista a Kunikida. Y no fue hasta el día siguiente que un orgulloso Osamu presumió de su (no tan) reciente relación con el poeta. Ahora, a catorce o quince días de aquello, desde la mesa más lejana del bullicio del resto de la cafetería, no sabía porque aquella felicidad le parecía tan lejana.

El té frente a ella suspiraba etéreas columnas de vapor, enfriándose más a cada instante. Yosano también suspiraba, a su manera.

El ruido de las otras mesas la había distraído al comienzo. Las parejas y sus cortejos, los amigos y sus platicas, todo eso al principio la hicieron desviar sus pensamientos. No obstante, en ningún momento fue capaz de olvidar porqué estaba ahí. El sonido de las campanas, firmemente atadas unos centímetros por encima de la puerta, la hicieron voltear hacia la entrada. Entonces lo vio, y por efímeros momentos pensó que todavía podía evitar aquello.

«Pero, ¿en qué serviría?»

Dazai miró a todas las mesas, y tras ubicarla al fondo se desplazó hacia ella con pasos galantes. Antes le hubiera lanzado besos a las mujeres del lugar, ahora ni siquiera las volteaba a ver. Eso le divirtió un poco, dentro de lo que podía.

«¿Qué le has hecho, Kunikida?»

—Hola. ¿Qué agradable día es hoy, no es así? Perfecto para una cita —saludó con su voz juguetona y algo aguda. Entrelazó sus manos, y miró al techo, soñador. Yosano quiso reírse, pero por más que lo intentó no pudo—. Por desgracia, aquí estoy. Así que, dime, ¿qué era aquello tan urgente que querías decirme?

Yosano lo miró a los ojos. Intentó hablar, decirle lo que había descubierto, pero se encontró a sí misma en la mudez. Los ojos de Dazai, tan cambiantes, estaban teñidos de una oscuridad indescifrable. Nunca habían sido buenos compañeros en particular. Nunca habían tenido ninguna rivalidad, a pesar de la primera impresión que tuvo de su habilidad. Nunca habían tenido ningún lazo. Ahora, frente a él, con una verdad atormentante en manos, se temía que aquel nunca se prologara por siempre.

—Descubrí quién es Tatsuo —escupió, como si aquello la hubiera estado asfixiando por mucho tiempo.

La sonrisa de Dazai se extinguió en un segundo, como la flama de una vela. Sus ojos de cera perdieron su brillo alegre, y se opacaron. Posó sus codos sobre la mesa, y en sus manos entrelazadas apoyo su mentón. Suspiró, y bajó la mirada, como si ya hubiera barajeado esa posibilidad antes de llegar ahí.

Si Yosano no lo conociera, podría decir que parecía estar rezando.

—Como tu decías, es alguien cercano a Kunikida, más de lo que pensamos —Yosano tomó la cuchara del azúcar, y con ella creó ondas en su té, cómo si no estuviera hablando de nada importante—. No fue complicado descubrirlo, lo encontré en sus antecedentes básicos. A decir verdad, no sé como no lo vimos antes —soltó una pequeña risa, más similar a un quejido. ¿De verdad tenía que decirlo? La mirada de Dazai se consumía en impaciencia a cada segundo. Entre las sombras blancas de vapor, Yosano inhaló profundamente, y dijo—: Su nombre completo es Kunikida Tatsuo, y fue el hermano mayor de Kunikida.

Fue como si sus palabras fueran lluvia, y Dazai un alma perdida en la tierra. No se movió; No dijo nada; Pero sus ojos revelaron toda la conmoción que sus palabras nunca podrían. Estaba tan quieto que parecía no haberla escuchado, sin embargo, lo había hecho, Palabra por palabra, su desconcierto se tradujo en sus enormes ojos.

El rey celeste  [KunikiDazai]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora