IX. Una oportunidad para comenzar de nuevo.

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Había amado a Oda Sakunosuke.

Lo había querido y adorado como nunca lo había hecho con nadie. Amaba aquellos besos detrás de las instalaciones de la Port Mafia, y cómo se resistía en cada ocasión por miedo a que alguien los viera y se lo informara a Mori. A Dazai no podía importarle menos Mori, no mientras la escasa barba de Oda le provocaba cosquillas entre beso y beso.

También quiso a aquellos niños. A su memoria venían las decenas de tardes en que jugaron juntos, mientras Oda le sostenía la mano en secreto. Nunca le habían agradado los niños, y sin embargo sentía la necesidad de amar cada una de sus risas y consolar cada uno de sus sollozos.

Pero entonces vino el fuego de manos de hombres como él, y se los llevaron. Trató de salvar a Oda, no obstante, fue inútil. La muerte se lo llevó, y con él una parte de su corazón, dejándolo herido y sangrante por la eternidad. Todavía se preguntaba a veces, en las noches en que la luna parecía flotar demasiado despacio, si aquella vez en que había intentado detener a Oda lo había intentado salvar a él, o sólo había intentado salvarse a sí mismo. Cinco años después, aún no tenía la respuesta.

En sus recuerdos, todos ellos viven por siempre como la familia que debieron ser. Los recordaba, y abrazaba el dolor de su muerte como si fueran sus cuerpos cálidos, rebosantes de vida. Y lo siguió haciendo, aún después de entrar en la Agencia Armada de Detectives, aún después de conocerlos a ellos.

En esa pequeña oficina, tan insignificante en comparación a los lujos y las excentricidades de la mafia, encontró algo que podía llamar hogar. Aunque admitiría que le costó acostumbrarse a sus compañeros.

Acostumbrarse a Kenji había sido fácil, sólo había que dejarlo hablar de sus vacas y cultivos, e invitarle a comer de vez en cuando, y todo iría de maravilla. En cuanto a Yosano, nunca terminó de confirmarlo, pero siempre tuvo la sensación de que no le caía del todo bien. Nunca hablaban mucho, y cuando llegaban a entablar alguna conversación ella procuraba mantenerse alejada de él. ¿Le intimidaba su habilidad? ¿O la envidiaba? Era algo que jamás llegaría a saber.

Por otro lado, la impresión que Ranpo dejo en él fue fuerte. No diría que fue miedo, pero cuando aprecio su habilidad de deducción, algo dentro de él le murmuró una serie de precauciones a tener en cuenta.

«Si Ranpo-san estuviera en la Port Mafia...» Era un pensamiento recurrente en aquel entonces. Creyó que Edogawa develaría sus secretos uno a uno, como si arrancara las cicatrices de su piel y las expusiera al mundo entero. Pero nada paso. Dazai sabía lo que Ranpo sabía, y se mantuvo alerta a su alrededor por mucho tiempo... Y no ocurrió nada.

Fue de esa forma que aprendió a estar cerca de Ranpo, aunque no tardó en desconcertarse de nuevo al observar su relación con Fukuzawa. Cuando recién se percató de ello, conmocionado, no dejaba de pensar en las razones que ataban a Ranpo a Fukuzawa. ¿Por qué se mantenía a su lado a pesar de todo? ¿Por qué le era leal con tanta devoción? Entender que, de alguna forma, Odasaku y él pudieron tener algo similar abrió una herida que creía ya sanada.

Y entonces, en medio de ese tercio de extraños, lo encontró a él. Un extraño más, que sin embargo le era tan familiar. De pronto, toda interacción con Kunikida Doppo se volvió un viaje sin retorno a sus memorias. La altura, la voz, la pasión por la escritura, los ideales... Todo le recordaba a él. Si tan solo Kunikida se hubiera dejado la barba por un día, Dazai podría haber sabido si de verdad eran tan similares.

Lo peor era que no le importaba. Buscaba excusas para estar cerca de él y embriagarse de sus propios recuerdos muertos. Una pena que Kunikida lo tuviera que pagar con crueles bromas, pero era un precio que Osamu estaba dispuesto a pagar por la melancolía de recordar.

El rey celeste  [KunikiDazai]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora