27. Alexa

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Alexa se despertó con el olor de hotcakes y pensó que era un buen sábado después de todo, al menos significaba que su mamá tenía el suficiente buen ánimo para cocinar.

—Huele muy bien, mamá.

—No quería despertarte todavía, Alexa. ¿Dormiste bien?

—Sí, todo bien. ¿Y tú?

—No fue fácil conciliar el sueño, pero lo logré después de todo.

—Menos mal.

—¿Te parece si desayunamos y después hablamos de Lena?

—¿Estás segura de que te sientes lista para eso?

—No del todo, pero tienes razón en que ya no es solo cosa mía, mereces saber la verdad y a lo que te vas a enfrentar.

—Suena a muchos problemas, pero te agradezco que seas sincera.—Madre e hija intentaron comer lo más que pudieron, ambas amaban comer, pero  hoy no había demasiado apetito por parte de ninguna.

—¿Ya no quieres más?

—Quisiera comer más, pero hoy no puedo, tal vez sean los nervios..

—Te entiendo, Alexa. Yo te tengo mucha confianza, hija, sabía que algún día podría contarte mi historia, el problema es que para hacerlo, tengo que hablarte sobre tu padre.

—Mamá, ya estoy grande. Sé que siempre intentas protegerme, pero necesito conocer ciertas cosas.

—Quiero dejar en claro que mi intención no es hablar mal de tu padre, simplemente quiero que conozcas mi lado de la historia y quizá después puedas conversar con él.

—Nunca me has hablado mal de él, pese a las cosas que fui descubriendo con el tiempo, no te preocupes.

—Está bien, Alexa.

—Te escucho.

—Todo comenzó cuando tenía dieciséis años y nos tuvimos que mover de ciudad por el trabajo de tu abuelo. Fue complicado para Alex y para mí, no conocíamos a nadie y esta ciudad nos parecía tan ajena. Lo único que nos ayudaba era lo unidas que éramos Alex y yo, sabía qué mientras tuviera a tu tía a mi lado, de alguna forma siempre me encontraría bien.

Alex y yo teníamos un excelente rendimiento escolar por lo que no nos fue difícil obtener apoyo económico para estudiar en el mejor colegio de la ciudad. La mayoría de las personas eran muy diferentes a nosotras, el dinero se les notaba tan solo en su forma de caminar y comportarse.

Recuerdo que mi primer día en el colegio estaba tan nerviosa, todavía ni tenía el uniforme y me sentía tan observada por todo el mundo. Había ido a hacer unos trámites, pero con eso me di cuenta que sería difícil encajar en ese nuevo mundo. Quería desaparecer y no tener que enfrentar todo esto, pero entonces noté que una chica me observaba y nunca me sentí más cómoda con una mirada.

—¿Lena?

—Sí, hablo de Lena. Aunque en ese momento no sabía su nombre ni absolutamente nada de ella, me sentí más esperanzada. Sostuve la mirada, pese a la gran fuerza que ella proyectaba y cuando bajó su rostro me di cuenta que ella no era como los demás. Ella no buscaba intimidarme ni juzgarme, su actitud provocó que yo me muriera de ganas de conocerla. Quise acercarme, pero me ganó la timidez y no saber qué decirle, por lo que dejé pasar la oportunidad.

No estaba segura de que volvería a verla porque el colegio era enorme, pero cuando por fin me uní a clases y la vi, me sentí la chica con más fortuna del mundo. Quería saber todo de ella, pero en cambio era yo la que tenía que presentarme ante todos los profesores y compañeros. En lo que buscaba la forma de acercarme a Lena, ahí conocí a tu padre. Fue la primera persona que me dirigió la palabra y tan distraída como me tenía Lena, no le prestaba demasiada atención al comienzo.

El corazón insiste.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora