Capítulo 16

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(Alberto)


-Koen, os habéis pasado. Me va a manchar la tapicería nueva del coche -lamente en voz alta.

Como es normal solo recibí un gruñido de parte de Koen. Como si me reprochara que a él le tocaba hacer el trabajo sucio.

-Tomad. Habéis hecho un buen trabajo -felicite a los tres dobermans dándoles un premio.

No tenía claro si Lucía estaba al tanto de que sus perros eran tan mafiosos como ella. Solo trabajaban por lealtad a Lucía y por la recompensa que reciben después del trabajo.

Encima, a los tres, les gustaba tomarme el pelo y se lanzaban rápido a por el premio. Para que me diera la impresión de que me iban a morder, me asustaban los cabrones.

Así que mientras Koen, Siak y Zyon disfrutaban de sus premios yo me dedicaba a limpiar el rastro de huellas que habían dejado sus patas, por culpa de la sangre que brotaba de los hombres que habían mordido.

También tuve que cargar a uno de los hombres al coche, lo tenía amarrado con bridas para inmovilizarlo totalmente. Los perros lo habían capturado. Si no llego a aparecer a tiempo lo habrían matado cruelmente.

Otra de las características de estos dobermans era que estaban entrenados para matar, pero tenían su particular forma de torturar a sus víctimas. Aunque particularmente, cada uno tenía su carácter, era una manada de cuatro muy sólida. Pero estos tres eran crueles, sus víctimas acaban pidiendo piedad a los propios perros, eso o les entraban las ganas de morir de forma rápida.

Una vez el hombre estaba atado y en el maletero le advertí que si se cagaba encima no pensaba cambiarlo. Cerré el maletero, dejándolo ahí con el mocho que había usado para limpiar la sangre del camino, y abrí la puerta de los asientos traseros.

-Arriba, esperamos en la entrada a Lucía. Aunque seguro que no viene porque he visto a Sergio llegar.

Subieron obedientemente al coche.

Tal como pensé Lucía salió con Sergio y se fue con él. En una moto de mierda. Lo que me estaba dejando loco, y pensando que me había dado un golpe de alucinación, fue que Lucía no iba a conducir la moto.

Ahora solo me quedaba hacer una cosa. Agarre el teléfono móvil y marque. A mi número de marcación rápida número 999. El número de marcación rápida para Lucía era el 555, lo eligió ella diciendo que es el número que más da por culo.

-¿Movimiento? -pregunto la misma voz profunda, de siempre, al otro lado de la línea.

-Nuevo plan, ha interrumpido el nuevo -dije hablando en clave.

Pero al otro lado de la línea ya había entendido que me refería a que Lucía no volvía conmigo a su casa. Que Sergio se la llevaba. Estaba seguro de que no la llevaría a su casa.

-Esta noche donde siempre una hora más tarde -Me ordenó.

-A sus órdenes ¿Todo correcto con el jefe? -pregunte.

-Sí, no se lo esperaba. Pero le ha gustado -me respondía, podía notar su sonrisa socarrona aun sin verla.

Colgué la llamada y me subí al coche. Rumbo a la mansión.

Aunque Lucía se había mudado a esa casa, yo podía seguir teniendo el privilegio de hospedarme en su mansión. Disfrutando de todas sus comodidades.

Cuando llegué a la mansión me di cuenta que no había pasado por la casa de Lucía para dejar a los perros. Pero no pasaba nada porque como no iba a dormir en su casa los podría llevar mañana por la mañana.

En cuanto llegué a la mansión me recibió Manuel.

-Hola Señor -me saludo mientras me abría la puerta del coche

-Toma las llaves -dije pasándole las llaves del coche, para que me aparcara el coche en el parking interior- Saca a los perros. Están nerviosos.

Me dirigí al maletero y saqué al hombre del maletero. Manuel no se sorprendió. Era triste pensar que un muchacho como él esté acostumbrado a eso. Nadie debería de estar acostumbrado a ver esto.

-No me rayes el coche y diles a los chicos que lo limpien -le ordené a Manuel mientras arrastraba al hombre.

-Sí, Señor -lo dijo con tanta firmeza que parecía un saludo militar.

Arrastre al hombre hasta la planta más baja de la mansión. Dejándole rodar por las escaleras, porque pesaba demasiado.

Ignorando los lloros y quejidos del hombre, lo senté en una silla. Me encantaba el estilo macabro de Lucía para esto. Para las salas de interrogatorios había creado el típico escenario de una sala gris, una silla de madera, y una bombilla colgando del techo para iluminar de manera sombría la habitación. Era un zulo sin ventanas.

Amarre al hombre a la silla y le quite las bridas que lo mantenían inmovilizado. Ahora lo controlaría con la cuerda. También le quité lo que tenía en la boca para que pudiera hablar.

-¿Puedes hablar? -pregunté tirando de su pelo hacia abajo, para que levantara la cabeza para mirarme.

-Por favor, suéltame -suplicó como una cucaracha- Yo no sé nada. De verdad. Soy inocente.

-Solo por decir que no sabes nada o que no has hecho nada, te conviertes en el sospechoso número uno. Así que... ¿Tienes algo que decirme? -dije soltando el agarre del cabello y comenzando a pasearme delante de él. Parecía un maestro frente a su alumno.

-De verdad que no se nada -lloriqueo el hombre.

-No sé nada, no sé nada... Cambiare de pregunta entonces ¿Tienes amnesia selectiva? Porque como no me lo cuentes puedo enviar a tu mujer tus pelotas en una cajita. Seguro que ella sabrá cómo usar los huevos que tú no usas.

-No, por favor. No me hagas nada -siguió suplicando.

-¿Por qué sigues con la misma cantinela? -pregunte hastiado de sus lloros- Sé que trabajas para ese cerdo. Solo quiero saber qué ha pasado mientras se celebraba la gala. Es más que obvio que ha actuado mientras estaban en la gala.

-No sé de qué me estás hablando.

-¿Por qué siempre capturamos a los inútiles sin información? Esto es una pérdida de tiempo -dije sacando una navaja multiusos del bolsillo- ¿Sabes si los eunucos se empalman sin bolas?

La cruel pasiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora