(Lucía)
Hace una semana que nos vinimos aquí y no veía ni a Sergio ni a Alberto y tampoco a mis niños. Nada han pasado unos días ya los extrañaba. No puedo expresar con palabras lo mal que me sentí por irme así. La impotencia me corroe.
-Cómo ha ido la reunión? -preguntó Andy, sin curiosidad, recostado en el sofá en cuanto salí de la habitación.
-Bastante bien, en verdad. Como esperaba que iría -dije dejándome caer a su lado en el sofá- Creo que falta poco para terminar toda esta puta tortura.
No dijo nada más pero su mirada era demasiado expresiva. Sus ojos lo decían todo. Estaba cabreado y molesto conmigo. Por la situación en la que nos encontrábamos.
Realmente está aquí secuestrado porque es el único cabo suelto que me quedaba por remendar. En algunos momentos me había planteado matarlo, en cuanto acabara mis negocios aquí, e irme dejando el cadáver atrás. Pero me gustaba buscar alternativas más legales, sobre todo ahora. Aunque era una opción, sería siempre la última.
Nos encontrábamos en mitad de la nada, rodeados de nieve, en una casita de madera que apenas aislaba del frío infernal de fuera. Por suerte contaba con dos habitaciones individuales, un solo baño y en el mismo comedor estaba la cocina y el salón. Es muy acogedora también.
Lo más cercano era el pueblo que contaba con lo más imprescindible pero no contaba con un aeropuerto. Solamente era una calle de pueblo y nada más podíamos llegar en coche sin morir congelado.
-He hecho unas hamburguesas y patatas fritas para la cena ¿Te apetecen? -comentó Andy.
Para mi gusto Andy se estaba comportando de manera demasiado dócil. Sobre todo cuando lo mantenía incomunicado, sin teléfono ni ordenador. A mi jamás me veras haciendo de comer a mi puto secuestrador. Antes de eso le pongo veneno. Pero ya había comprobado que Andy no había traído nada de eso consigo, así que no podía envenenarme a mi.
-Eso mismo. gracias -respondí antes de ponernos en pie.
En este poco tiempo nos habíamos habituado un poco el uno al otro, como compañeros de piso. Andy solo intentó huir una vez, el primer día, y después de casi morir congelado vio que no podía ir a ningún lado, así que acabó por entender su papel aquí. Luego cada uno asumió tareas del hogar: Andy cocinaba, yo intento fregar los platos sin romperlos... y así con todo.
Pero aun me seguía sorprendiendo la pasividad de Andy en esta situación. Como si confiara en mí... Solo me hacía sospechar que en el fondo tramaba algo.
-¿Qué miras? -acabó por preguntar cuando me quede observándolo.
-¿Por qué estás tan tranquilo? - mostré mi duda.
-Porque no sirve de nada luchar cuando no hay salida. Es malgastar mi tiempo -respondió mientras poníamos la mesa y calentábamos la cena.
-¿Cómo no te puedes enfadar cuando no hay salida? Estás secuestrado, te recuerdo.
-Quizás no esté tan mal estar bajo tu cuidado ¿no? -bromeo el muy descarado.
Al final no continuamos la conversación y cenamos en silencio, como solíamos hacer. Además parecía que a ninguno nos incomodaba el silencio. Yo porque antes de que Sergio llegara a mi vida ya hacía todo yo sólita y en silencio la mayoría de veces. Andy, sus motivos tendrá.
Después yo me encargaba de fregar mientras él leía un libro o se entretenía como podía.
Entonces sonó mi teléfono, no me había acordado de ponerlo en silencio. Era un mensaje de Sergio que suplicaba de nuevo que volviera. No entendía qué había pasado el pobre.
-¿No contestas? -preguntó Andy atento a lo que hacía.
-No -respondí sin dar explicaciones.
No quería admitir que no contestaba por miedo a esa conversación. Sergio debía de estar enfadado en el fondo. Estaba segura que me pediría explicaciones que no estaba preparada para dar.
-Pobre chico -murmuró Andy, sabiendo que de sobras quien había enviado el mensaje supuestamente.
Le ignoré intencionadamente.
-¿Sabes algo de Kain? -preguntó cambiando de tema.
-Que está en la cárcel junto con casi todos tus amigos ¿por qué preguntas? ¿Tenías esperanza de ir con él? -me burlé- Aquí por lo menos no estas encerrado del todo, y tienes buenas vistas y la comida es decente.
-Solo preguntaba -respondió con indiferencia.
Después de eso cada uno se entretuvo como quiso antes de irnos a dormir. Para no tener sorpresas, dormía con una navaja cerca y una pistola bajo la almohada. Mantenía las llaves del coche, móvil y ordenador bajo llave por la noche. Para que Andy no se pudiera colar, robarme y fugarse.
Como no estamos en mi casa y no tenía a Sergio para calentarme, tenía que taparme con muchas mantas y ponerme un pijama grueso para no morir de frío.
Ya era tarde cuando escuche movimiento en la habitación de Andy. Me quedé en silencio, tratando de averiguar qué hacía.
Al no escuchar su puerta, sabía que no había salido de la habitación. Entonces comenzó a soltar algo parecido a los gritos de dolor. No me lo podía creer ¿Se estaba pajeando? Maldecí la finura de las paredes de esta casa.
Pero supe enseguida que no se trataba de eso, en cuanto comenzó a gritar por ayuda.
Salté de la cama, pistola en mano, y entré en la habitación de Andy sin llamar a la puerta. Lo encontré enredado con las mantas, sudado y aun dormido. Estaba teniendo una pesadilla.
Podía volver sobre mis pasos y dejar que gestione él solo su pesadilla, pero me encontré acercándome a la cama. Deje la pistola a un lado y comencé a palmear a Andy para que despertara.
-Menos mal que estas aquí, Alberto -dijo aun sin abrir los ojos y aferrándose a mi mano con fuerza.
-Si, ya estoy aquí -respondí sin sacarle del error, mientras me subía a la cama.
En cuanto noto que estaba en la cama me abrazó. estaba temblando. Mientras él me tenía agarrada de la cintura yo estaba sentada apoyada en el cabecero acariciando la cabeza de Andy para intentar calmarlo.
Me acabé durmiendo por el cansancio, porque en verdad no podía parar de pensar en porque Andy reclamaba la ayuda de Alberto... Aquí pasaba algo que no sabía y no me gusta eso.
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La cruel pasión
Roman d'amourBatallar por ser la mejor y esquivando a los de la investigación EME. Lucía Arilla es independiente y tiene las cosas muy claras, lo tenía todo controlado. Es implacable y muy imprevisible. Así que lo último que Lucía podría imaginar era que tuviera...