31 | ¿Y por qué no contigo?

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D A R C Y

─¿Que Evan hizo qué? ─cuestioné mirando el suelo. El señor Guillermo me había llamado por teléfono a las nueve de la mañana, a lo que contesté, sin saber que la noticia sería que al final el trabajo había recaído en mí.

─Evan renunció anoche ─dijo. Se oía apenado─. Por eso mismo, te pido que te presentes al trabajo mañana, para reincorporarte.

«¿Por qué Evan haría algo como esto?», me pregunté, llegando a una única conclusión.

Evan era demasiado cobarde, o no estaba listo. De igual manera le habían faltado agallas para decírmelo.

Aunque no parecía cobarde cuando lo conocí, de hecho, parecía una de esas personas que se pondría frente a un león por ti.

O quizás eso había creído que haría.

Suspiré frustrada.

─¿Darcy? ─llamó desde la línea y bajé el teléfono, colgando.

Planeaba dejarlo así. Pudo llamar, pudo mandar un mensaje, pero cuando lo noté, ni siquiera veía los míos. No habíamos hablado desde el viernes, y ya era lunes otra vez. Quería darle una respuesta, pero ahora...

«No» dijo mi mente, «Vas a darle una respuesta y que se joda si no quiere», me aclaró.

─Sí ─me dije─. Es exactamente lo que haré.

Me puse mi outfit de entrecasa abrigado por las lluvias, bajé corriendo las escaleras y grité «¡Voy a salir!» sin importarme si papá escuchaba. Era mi momento, definitivamente era mi momento.

Desde el auto, con la mirada en la calle, cerca de llegar en tres minutos, reflexioné.

¿Y si esta era su manera de decirme algo?

Y sacudí la cabeza, obviamente, porque alguien tan inteligente como Evan mandaría un jodido mensaje de voz.

Aceleré.

Levanté una palanca, giré el volante. Necesitaba llegar. El corazón me iba a mil por hora, ¿pero qué haría?

Era tan dulce, tan bueno para mí, ¿era siquiera posible que Evan estuviera enamorado?

«¿Alguna vez amarías a una mujer como yo?»

E V A N

Tres de la mañana y lluvia, ¿a quién se le ocurría tocar la puerta?

Me quité una basura del ojo. Por primera vez en todo el verano pude usar calcetines, traía puestos unos grises preciosos, sin embargo, mis boxers sueltos y mi camiseta manga corta me dejaban lo suficientemente fresco como para disfrutar los tres días de lluvias.

Carraspeé al bajar las escaleras. La luz estaba encendida, y no tuve que esperar a que alguien me dijera por qué: Javier estaba sentado en el suelo.

─¿Qué haces ahí? ─le pregunté entrecerrando los ojos.

─Mamá está afuera.

─¿Qué? ¿Le hablaste? ─me agaché a su costado. Hacía un pequeño puchero, casi pasando desapercibido, mirando la nada. Negó con la cabeza y después me miró─ ¿Pasó algo?

─Yo la llamé.

─¿Por qué hiciste eso? Estás de mi lado, somos el club de odiadores de Riha Barrimore.

─Bael está muy triste, ¿sabes? ─me dijo al verme a los ojos. En sus cejas se hizo un posito depresivo, casi preocupado─ Creo que no debemos intervenir, pero necesita hablar con ella.

─¿Está dormido?

─No, está en la cocina tomando un café.

─¿Por qué crees que sus problemas van a solucionarse viendo a la mujer que nos abandonó a todos?

─Porque a nosotros nos abandonó, no a él. ─exclamó levantando la voz, para después susurrar:─ Sabes que ella lo quiere, y él necesita una madre.

─Tú también las necesitabas. Yo la necesitaba. Los trillizos, los gemelos. ¿Quién les tuvo que explicar de menstruación cuando a Gamora y a Maddie les bajó? ¿Quién hizo la tarea contigo, Javi?

─¡Pero él no es como nosotros! ─gritó. Sabíamos que Bael oía, pero no parecía importarnos─ Él necesita...

─No, él no necesita nada de ella, ¿me oíste? Nada, así como no le importó a ella que sí la necesitara por, ¿qué edad tiene? ¿Catorce años?

─Sabes que ella siempre quiso estar con él.

Me hervía la sangre, mi puño temblaba y por un segundo, quise golpearlo, pero solo lo miré a los ojos y dije:

─¿Y por qué no contigo?

─Basta ─dijo un tercero. Ambos volteamos a la cocina.

Ojeroso, cansado y gris: esas eran las palabras adecuadas para describir cómo se veía Baelfire esa noche. Tenía el castaño de sus ojos apagado, bolsas en las bolsas, le faltaba brillo. Traía una camiseta de Los 4 fantásticos y un short debajo, y por último, el rostro húmedo. Javier y yo supimos casi al instante que eso no era sudor.

─Quiero que los dos cierren la boca ─dijo bajito, casi inaudible─. Y dejen de meterse en mi relación con mamá. Vos ─entonces lo señaló a Javier con los ojos llorosos─, por favor basta, no quiero verla ahora, no puedo. Y vos ─ahora me señaló a mí, y con un hilo de voz empezó a llorar─, tenías razón. Ella solo no me ama.

Javier y yo nos miramos al mismo tiempo, y ambos después de eso nos acercamos a agarrar al castaño más joven de la sala para abrazarlo contra nosotros. Javier estaba más cerca, y yo los envolvía a ambos en mis brazos.

─No, ey, ella te ama, claro que lo hace, lamento hacerte creer que no ─dije apretando y sintiendo cómo su respiración se entrecortaba─. Soy un envidioso, es todo, no soporto ver que te quiere ver a ti y no a mí, o que quiere de alguna manera llevarse el crédito de lo que hice.

─Que yo sea un buen hermano, una buena persona y tenga una buena vida, sé que es gracias a vos y papá ─susurró─. Nadie va a sacarte eso. Ella no va a sacarte eso.

─Está bien, lo siento, Bae.

Apreté más suave, y Javier comenzó a hablar.

─Y yo lamento meterme, solo te vi mal y...

─Lo sé, hiciste lo que creíste mejor ─lo sentimos asentir cuando su cabello nos hizo cosquillas en el cuello─. Está bien, están perdonados aunque sean unos pelotudos, celosos y sensibles.

Javier soltó una risita, y entonces surgió una duda en su cabeza de nabo:

─¿Entonces la echamos?

Y cuando hubo silencio otra voz se oyó desde afuera. Fue indistinguible hasta que nuestra mamá exclamó:

─¡Montserrat, querida! ¿Vienes a ver a Evan?

Tragué saliva.

«Carajo».

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Entre mis flores y tu atípica ira© | CARMESÍ #2 ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora