ANYA MASON
A la mañana siguiente me obligué a salir en cama. Debía pretender que lo sucedido anoche no fue más que solo un mal momento, aunque en el fondo era consciente de que fui yo quien lo había rechazado. Lo más difícil sería verlo mañana, ¿qué se supone que le diría?
Cualquier cosa que me atreviera a decir para justificar adecuadamente mis actos abriría una puerta a esa parte de mi que he callado y de la cual no deseo hablar.
Honestamente debería de dejar de darle tantas vueltas al asunto porque entre más imaginé los posibles escenarios, más culpa me echaría para alimentar un mal sentimiento, puesto que yo misma soy mi destructora, y a veces era la peor.
—Señorita Anya, ¿más café? –preguntó amablemente el elfo, sacándome de mis pensamientos tormentosos.
—No, Feach. Gracias –mi voz sonó especialmente apagada este día.
—Si necesita algo no dude en pedirlo –el pequeño hombrecillo hizo una leve reverencia.
—¿Cómo sigue Helena? –pregunté cómo lo había hecho anteriormente.
—A decir verdad, señorita Anya –se inclinó un poco más hacia adelante llevándose su pequeña mano a la boca para tapar un lado de la comisura–. Está mucho mejor, según el amo Lucían, la llevarán mañana con el sanador para que le realicen nuevos estudios.
El sigilo de Feach a veces me causaba ternura al igual que los pocos elfos que lo ayudaban, pero que usualmente permanecían escondidos por el temor que le tenían al resto de la familia.
—Eso es excelente –le contesté en voz baja, antes de soltar una risa corta y breve. Tras esa noticia me levanté y dispuse a dar una caminata por el jardín para mantener este poco buen humor que causó esta noticia.
La tranquilidad de la brisa acariciaba mi cara mientras avanzaba por el extenso terreno del jardín, este momento abrió paso a pensamientos acerca de la salud de Helena. No me incumbía ayudarla, no estoy aquí para extender un tratado de paz con quienes me declaran la guerra, pero esa mujer no merecía pagar por las acciones de su esposo o cuñados.
Recuerdo que la primera vez que la vi tenía un aspecto extraño aun cuando lucía muy regia; su cabello opaco encerrado en un penado ajustado, sus mejillas coloradas solo por el rubor del maquillaje y no por la de su sangre, y ese vacío desesperanzado en un mirada dulce y firme.
Quienes le dieran un vistazo rápido no creerían lo deteriorada que se encontraba su salud, porque las maldiciones de sangre son poco comprendidas y curables. La magia oscura encerrada en los objetos es tan mortal que apenas se alcanza estudiar a aquellos que la contraen, ya que los afectados se ocultan con su dignidad sabiendo que es un final sin retorno.
Algunas maldiciones son lentas hasta el punto de permitirle a los hechiceros vivir lo que les resta la vida y cuando el final llega es como si cayeran en un sueño del que no sufren. Otras y las que en su mayoría son conocidas y guardadas en secreto, son agresivas, tanto que deterioran la salud en semanas o días.
Para suerte de Helena, se estaba salvando de dicho destino. Todavía recuerdo mi visita hace un par de horas atrás, su mejoría era asombrosa, aunque no tanto como el tema de conversación.
«Sostenía su mano aún débil mientras analizaba qué tan avanzado estaba el problema, ella aún no me decía cuál era el mal que tenía, sin embargo, tampoco hacía falta. Helena Mason había perdido la esperanza; al menos así fue ayer, hoy resplandecía una nueva a la cual se estaba aferrando.
—Su pulso está yendo de maravilla –bajé su mano sobre la cama. Feach me había comentado que no había bajado a desayunar porque se sentía fatigada, así que decidí ir a verla. Al llegar a su habitación la vi recostada en su cama con la taza de té en la mesita de noche. Al menos eso me dejaba tranquila–. ¿Cómo se siente?
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Sinners Heart
Fantasy[+21] Mason era uno de los apellidos más respetados y poderosos que se escuchaba alrededor del mundo, pero las decisiones de esta familia no solo provocaron el posible quiebre de su imperio sino el posible exilio del mundo mágico al que pertenecen. ...