Anya Mason
Me encontraba totalmente exhausta, recostada cómodamente entre los brazos de Daemon. Aun experimentaba una ligera sensación de atontamiento debido al excepcional orgasmo que había experimentado. De hecho, podría afirmar que este fue el primero genuinamente satisfactorio desde que inicié mi vida sexual.
Los dos permanecíamos ocultos bajo las sábanas, inmersos en un silencio que, aunque no resultaba incómodo, sí se sentía un tanto extraño. Quizás estoy exagerando, pero mi agotamiento era tal que ni siquiera me permitía conciliar el sueño ni tampoco ser la primera en entablar una conversación.
Daemon selló nuestro momento con un beso en mi frente antes de acomodarse, permitiendo que su cuerpo comenzara a relajarse gradualmente. Tras transcurrir algunos minutos, me di cuenta de que su respiración se había vuelto mucho más suave. Tenía la certeza de que se había sumido en el sueño. Movida por la curiosidad, reajusté mi posición para poder observarlo detenidamente.
Estar en esa proximidad me brindó la oportunidad de contemplar cada detalle de su rostro, sin importar cuán diminuto fuera: desde sus largas pestañas hasta su nariz ligeramente respingada con el tabique recto. Su mandíbula se perfilaba con elegancia y sus mejillas presentaban un relleno sutil, no excesivo pero tampoco carente.
Un torbellino de emociones comenzó a agitarse en mi estómago al recordar su solicitud de que lo dejara entrar. En realidad, no fue esa petición lo que me impactó, sino más bien la disposición que demostró al esperarme. En este preciso instante, un impulso finalmente liberó a mi voz para expresar aquello que había mantenido en silencio.
—Daemon —murmuré su nombre. Al percatarme de que no mostraba ninguna reacción, encontré la oportunidad para continuar—. Es lamentable que no fueras el primer hombre. No deseaba expresarlo, no porque pensaras mal de mí, sino porque simplemente mencionarlo implicaba recordar cómo fui utilizada y lastimada de maneras irreparables.
Las lágrimas se acumularon mientras el recuerdo se apoderaba de mí. No lloraba por esa persona en particular, sino más bien por todo lo que permití, incluso cuando mi vida gozaba de privilegios.
—Si permito que entres como me estás pidiendo, te darás cuenta de que no tengo nada de excepcional, que soy solo una mujer desechable como todas las que has conocido —dejé que un par de lágrimas recorrieran mi rostro sin sentir miedo alguno—. Estoy jodida y es solo cuestión de tiempo antes de que te des cuenta.
Silencié un sollozo, evitando que este pudiera despertarlo.
—Incluso si eso llegara a ocurrir, estaré a tu lado —su voz me dejó momentáneamente inmóvil. Por un instante pensé que lo estaba imaginando todo, pero el suave contacto de su mano al secar mis lágrimas, junto con la expresión en sus ojos grises, confirmaron que Daemon nunca había estado dormido.
Me senté rápidamente en la cama, dándole la espalda, incapaz de mirarlo después de todo lo que había dicho. Tiré de la sábana hacia mi cuerpo, como si esta pudiera ocultar mi vergüenza. Mi capacidad de razonamiento se despertó entonces, gritándome con severidad: "te lo advertí".
—Ángel —apenas sentí su toque en mi hombro y lo esquivé.
Se levantó de la cama, tomando solo un instante para colocarse el bóxer, como si estuviera completamente seguro de que debía marcharse. El ardor en mi garganta aumentaba, una sensación provocada por lo que estaba conteniendo. Solo me quedaba esperar a que él se fuera para permitirme lamentarme en privado. En ese momento, tomé conciencia de que había sido yo misma quien había arruinado un momento tan bueno.
Estaba preparada para la decepción, para enfrentar el dolor, pero en lugar de eso, me di cuenta de que sus pasos no se detuvieron hasta que llegó al extremo de la cama en la que estaba sentada. Sin dar señales previas, me atrajo hacia su cuerpo y me abrazó de una manera que transmitía protección y seguridad.
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Sinners Heart
Fantasy[+21] Mason era uno de los apellidos más respetados y poderosos que se escuchaba alrededor del mundo, pero las decisiones de esta familia no solo provocaron el posible quiebre de su imperio sino el posible exilio del mundo mágico al que pertenecen. ...