Daemon Mason
Los lazos negros ataban sus muñecas y tobillos con firmeza, mientras una venda roja le cubría los ojos, sumiéndola en la oscuridad y dejándola completamente a mi merced. Su cuerpo yacía desnudo, vulnerable y expectante ante mí. Mi boca se apoderó de uno de sus pezones, succionando y mordisqueando con pasión, mientras mi mano descendía para masajear su clítoris con una intensidad que la hacía retorcerse de placer.
Anya había provocado deliberadamente este castigo al tener la osadía de masturbarme en pleno comedor después de la cena. Estábamos solos y podría haberla poseído allí mismo, pero opté por castigarla y prolongar su anhelo.
—Ah —gimió con fuerza cuando pellizque su hinchado clítoris—. Daemon —susurró entre gemidos.
Solté su pecho y admiré su pezón, lo había mordido lo suficiente como para tornarlo duro y de un color rojizo muy hermoso.
—Te gustan las travesuras, ¿verdad? —observé su expresión lujuriosa mientras acariciaba su suave piel—. Los angelitos que no responden no tienen permitido correrse.
Anya agitó sus manos inútilmente en un intento de desafiarme, así que decidí bajarle el calor sin hacerlo del todo. Rápidamente estiré mi dedo índice y medio, y los moví en dirección a la mesa de noche, haciendo aparecer un vaso con algunos cubitos de hielo. Este remedio infalible y estimulante sería parte del castigo.
Dejarlos sobre su piel no solo la entumecería, sino que prolongarlo generaría una sensación de ardor, aunque no pretendíamos llegar a esos extremos, simplemente nos divertiríamos.
—¿Daemon, qué estás haciendo? —preguntó, mientras mis pasos resonaban en la habitación, a pesar de mi falta de calzado—. Daemon, háblame.
Opté por ignorarla, dejando que experimentara la misma sensación de ser ignorada que había estado intentando provocar. Tomé uno de los cubitos de hielo y lo llevé a mi boca. Al subirme a la cama, el colchón cedió ligeramente, lo que dejó en claro cuáles eran mis intenciones, al menos en parte.
—Respóndeme —exigió, agitándose.
Mi mano se deslizó por su abdomen, acariciándolo de arriba abajo con lentitud, sin la intención de marcarla o lastimarla, sino con suaves roces que la hacían retorcerse inquieta. Luego, llevé mi boca a uno de sus pezones, lo que la hizo dar un respingo y luchar por contraer sus extremidades sin éxito.
—¡Ah! —gritó excitada.
El hielo hizo contacto con su pezón derecho mientras mi mano apretó el izquierdo. Sus jadeos eran la música que me gustaba escuchar. Lentamente, deslicé aquel cubito de hielo sostenido por mis dientes por su abdomen y su vientre, hasta llegar justo a ese lugar cálido y húmedo.
—No te atrevas —advirtió.
—Sh —sostuve el hielo entre mis dedos, justo fuera de su sexo.
La solidez se deshacía ante el calor de su piel, las gotas de agua fría mojaban su exterior mientras en su interior, podía notar cómo aumentaba el brillo de su excitación.
—Estás castigada —bajé el hielo a su clítoris y lo dejé allí unos segundos antes de retirarlo.
—Detente —lloriqueó.
—Recuerdo que acordamos una palabra —le recordé, colocando el hielo de nuevo, esta vez estimulando aquel botón hinchado.
—Joder —se agitó.
Sonreí al ver cómo, aunque se quejaba por lo que le hacía sentir, estaba dispuesta a aprender. Anya podría protestar por lo que le estaba haciendo, pero si no usaba la palabra acordada, no me detendría.
ESTÁS LEYENDO
Sinners Heart
Fantasy[+21] Mason era uno de los apellidos más respetados y poderosos que se escuchaba alrededor del mundo, pero las decisiones de esta familia no solo provocaron el posible quiebre de su imperio sino el posible exilio del mundo mágico al que pertenecen. ...