Épilogue

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Daemon Mason

Después del conflicto arcano, dejé de sentir la necesidad de compañía. Si la tenía, bien; si no, también. Los momentos a solas me servían para reflexionar y escribir. Solía hacerlo con frecuencia para despejar mi mente de cualquier preocupación, como ahora.

Desde que Anya estuvo ingresada, retomé la escritura en mi diario, donde plasmaba todo lo que no podía decirle y todo lo que anhelaba hacer. Me convertí en una persona sin emociones, ya que las había encerrado entre las páginas de ese cuaderno.

Mientras pasaba las hojas de color beige, podía ver cada fragmento que había escrito tras estar con esas chicas. Cómo lloraban por su corazón roto, suplicando que no las abandonara, o cómo se comportaban de forma despreciable. Todas fingían inocencia, pero la realidad era que no lo eran, incluso Madison, que jugaba a ser pura y digna, se rindió ante mí por dinero y placer.

Siempre era el dinero o la posición elitista.

Mis acciones nunca fueron las mejores; no me educaron para ser ese tipo de hombre. Sin embargo, no me importaba porque el enojo nunca se iba, el dolor siempre regresaba y esas muestras de "amor" no eran más que vanas.

Mi conexión con Anya era diferente, no tengo ni idea de cómo explicarlo. Ella me recordaba a la persona que solía ser. Su tranquilidad me apaciguaba y su placer me mantenía vivo. Además, su físico me enloquecía. Anya no se ajustaba a mi ideal de chica, rompiendo con esa imagen con la que solía fantasear.

No tenerla en la mansión era horrible. Por primera vez en años, sentía la soledad mientras intentaba almorzar y, peor aún, cuando quería escribir cómo me sentía, solo lograba mantener el diario abierto con la página completamente en blanco.

—¿Deseas compañia?

No me inmuté por su presencia; darle atención significaba romper el frágil hilo de paciencia que había mantenido durante casi dos semanas.

—Querido diario, me he enamorado de la estúpida de mi tía. Vaya que es estúpida, porque me hizo ganar una apuesta con mi prima favorita, a quien le traigo ganas —se burló.

Ignorarla le causaba más molestia que reñirla. Cerré el diario y dejé mis platos de comida sin tocar, retirándome de ese ambiente hostil que parecía incitar a la guerra.

—Vamos, Daemon, no es para tanto —restó importancia al asunto.

—Deja de molestar —miré por encima del hombro antes de salir del comedor.

Un quejido de ira se escuchó alto y claro; el sonido de los platos rompiéndose me dio la satisfacción de saber que ella estaba furiosa. Sabía cuándo me apreciaba Aliza y los sentimientos que tenía hacia mí. Fue muy clara al demostrarlo esa noche.

Aliza, al igual que yo, desarrolló cierta dependencia. La mía era por capricho, mientras que la suya rozaba la obsesión. Debería preocuparme, pero se mantenía más alejada de mis asuntos que involucrada en ellos, así que mientras no interfiriera, no me importaba lo que hiciera.

La remota y mínima esperanza de que me involucrara con alguien murió cuando permití que Anya entrara en mi vida, y cuando Aliza misma me arrebató lo que más quería.

Salí al jardín en busca de aire fresco; la mansión entera me resultaba sofocante. Ya no podía encontrar tranquilidad en ningún momento; de hecho, me importaba un comino mantener mis máscaras.

Este era Daemon, vulnerable y lleno de emociones que no sabía cómo controlar. Las había evitado durante años, y ahora surgían con fuerza, azotándome como si no hubiera un mañana.

La inquietud parecía negarse a desaparecer, a pesar del aire fresco y el constante silencio de la naturaleza a mi alrededor. Necesitaba saber cómo estaba, pero el abuelo no había respondido a nadie, y mucho menos a mí. Aunque me había permitido permanecer en el hospital mientras Anya dormía, no me había dirigido la palabra, ni a nadie en la familia, en realidad.

Sinners HeartDonde viven las historias. Descúbrelo ahora