Chapitre Douze

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DAEMON MASON

—Madre, ¿es cierto lo que dijo Anya? –no se si quería saber la respuesta, ya era suficiente con detestar Elijah por abandonarme y con repugnar a mi padre por obligarme a unirme al séquito de Night–. ¿Tu enfermedad es a causa de una maldición de sangre?

—Cariño, yo... –no sabía responder.

Aquellas cosas que Anya había dicho eran tan ciertas que no sabía qué me enojaba más, si el hecho que las dijera o que todo este tiempo conocía sobre de mi pasado y el de la familia.

—Lucían –cerré mis puños intentando contener mi rabia.

—No me digas que ahora le tienes cariño a esa niña estúpida. Daemon, ella no es más...

—Cállate, Lucían –desde hace años dejé de llamarlo padre–. Ella es más honorable que tú, no sé qué te ofende.

—Daemon, soy tu padre, me debes respeto –dijo severo.

—¿Qué? –empecé a reír sarcástico mientras me alejaba, tenía que hacerlo o en mi caso no le reclamaría, sino que sería capaz de lanzarle un conjuro torturador, de esos que me él mismo me ayudó a perfeccionar–. Tú dejaste de serlo cuando me vendiste, así que tus palabras me dan igual.

—Daemon –fue el turno de mi madre para regañarme.

—Ay mamá, no entiendo cómo lo sigues tolerando si por su culpa podrías morir –la sola idea que una maldición de sangre la iba arrebatar de mi vida, me hacía doler el alma.

—Mi cielo –mi madre se acercó–. Eso no va a pasar, tu padre ha hecho todo lo posible por...

—Arruinar nuestra maldita vida –interrumpí.

—Basta, Daemon. Una recogida no debe de alterar nuestra paz –espetó Lucían.

—Tuve suficiente –un instinto protector me hizo extender la mano generando una estela plateada con unos rayos azules, la cual alcé con la finalidad de dirigir mi magia hacía ese pedazo de carne que se decía ser mi padre–. Deja de ofenderla.

Mi madre al percatarse, se puso en medio de nosotros evitando que pudiera lograr mi objetivo. —Hijo, detente –sus grandes y hermosos ojos me determinaron con preocupación–. Por favor, ve a tu habitación, yo me encargaré.

Empuñé mi mano extinguiendo el conjuro. Tras darme su orden se dio media vuelta para enfrentar a su esposo, el caos vivido no la tenía nada alegre y por cómo la conocía, Lucían había despertado en mi madre esa parte que muy pocas veces se ha visto. Lo pondría en su lugar, pero a qué costo. No me quedé para ver la escena que se llevaría a cabo, solo acaté lo que me pidieron y me retiré, sin embargo, me quedé a un lado del umbral.

Mi enojo ya era suficiente para poder encerrar, golpear y torturar a mi progenitor, pero era mi lado masoquista quién me hizo quedar para seguir alimentando el rencor que vivía en mi interior.

—Esa niña estúpida está engatusando a...

—¡Nadie! –gritó mi madre interrumpiendo el drama de Lucían–. Ella no es la enemiga que tú piensas.

—Ja –se bufó–. Ahora te compró a ti.

Una cachetada resonó por toda la cocina. —No te dirijas de ese modo.

—¿Y qué quieres que te diga si la defiendes? Claro, sin olvidar que cuando entré la estabas abrazando. Dime qué te ofreció. ¿Dinero? ¿Joyas?

—Me estás ofendiendo.

—No encuentro otra manera de que te pongas de su lado –gritó enojado Lucían.

—Eres tan ciego y tonto. Anya es solo una chica.

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