Chapitre Trente-deux

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Anya Mason

Ir de compras con Helena me dejó completamente exhausta. A lo largo del día, logré desconectarme de todo el drama, o al menos eso pensé, hasta que tuvimos que regresar. Mientras viajábamos de vuelta a la mansión, no podía dejar de evocar las miradas asesinas entre Nate y Daemon, la inesperada partida de Nate y el comentario afilado de Aliza.

Era como si estuviera regresando a una burbuja llena de caos y preocupaciones, algo a lo que nunca me había enfrentado de esa manera antes. Me sentía abrumada por todo lo que había ocurrido durante el día, y mi intento de iniciar una conversación con Nate a través de mensajes de texto solo resultó en su silencio, dejándome claro que no deseaba hablar. Lo mismo sucedió cuando intenté contactar a Amelia.

Así que decidí dejar de darle vueltas a la cabeza a lo tonto y me centré en mí misma. Cuando finalmente llegué a mi habitación, dejé las bolsas de compras a un lado de la puerta y, con un chasquido de dedos, encendí las luces de mis lámparas de noche.

—¿Te divertiste? —la puerta de mi habitación se cerró, revelando su imagen fría.

Mis ganas de discutir se desvanecieron cuando noté su atuendo relajado: pantalones negros y una camiseta azul marino. En esta ocasión, decidió prescindir del saco. ¿Cuánto tiempo llevaba esperándome?

—No molestes —murmuré mientras me dirigía hacia mi armario, pero su mano se cerró en mi brazo, atrayéndome hacia su cuerpo.

—¿Estás enojada? —preguntó con una expresión seria.

—Vaya pregunta estúpida —rodé los ojos, frustrada.

—Entonces, supongo que no te importará si hago esto. —Inclinó la cabeza y me besó, aunque yo no correspondí.

—No.

—Me imagino que tampoco dirás nada si hago esto. —Su mano libre se deslizó hacia mi nuca, y de nuevo, sus labios se posaron en los míos. Su mano libre presionó mi trasero, acercándome a su erección. Sus labios se movieron con ferocidad, haciendo que fuera casi imposible resistir la tentación de corresponder.

—No —susurré entre besos.

En realidad, no me enfurecía en absoluto. Lo que me perturbaba era darme cuenta de que mi cuerpo y mi mente estaban traicionándome al responder tan intensamente a sus estimulantes caricias. Su otra mano se sumó a la que ya estaba en mi trasero, y el impulso de saltar fue inmediato. Mis piernas se enrollaron alrededor de su cintura, mis manos se enredaron en su cuello y sus pasos nos llevaron a mi cama, donde ambos nos tumbamos.

—No quiero que te enojes —acarició mi mejilla.

—¿En serio? —negué con la cabeza—. Entonces, follame antes de que realmente me enfade.

Las palabras brotaron de mi boca, impulsadas por el deseo. Levanté las caderas para rozar mi sexo contra su erección, lo que lo hizo sonreír maliciosamente antes de quitarme la blusa.

—Tus deseos pecaminosos —lamió un punto en mi cuello que me hizo arder aún más–, son mis actividades favoritas.

—Mmm... —susurré lascivamente mientras acariciaba mis senos con lujuria, presionando sus dedos contra la firme carne a través de la tela de encaje que ocultaba mis pechos. Cada roce desencadenaba una oleada de placer que recorría todo mi ser, dejando mis pezones endurecidos y ansiosos por más.

Mi deseo ardía intensamente, sintiendo cómo mi intimidad se empapaba de anticipación. Por mis piernas recorría un cosquilleo inquieto, que me hacía anhelar con ansias su atención, listas para entregarse a la pasión que crecía sin control. La lujuria me transformaba en una persona completamente diferente, una criatura de pura pasión y anhelo.

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