☏ 04: Llamada ☏

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Entré en la oficina encontrándolo a él como siempre sentado tras su escritorio, revisando algo en su laptop con el ceño fruncido ligeramente.

—Señor Ward, aquí tiene su informe.

En cuanto las palabras abandonaron mi boca sus ojos grises se posaron sobre mí, como si acabara de olvidar lo que estaba haciendo antes de que entrara. Ya no había odio o molestia en su mirada, no, lo que había ahí ahora era oscuro, peligroso y perverso.

Una combinación que debió advertirme de que era momento de huir de allí, de dar media vuelta. Me acerqué despacio, bajo su mirada atenta a cada paso que daba y dejé la carpeta sobre la madera.

Antes de poder alejarme su mano me rodeó la muñeca obligándome a mantenerme apenas inclinada sobre el escritorio.

—Es usted una magnifica asistente—susurró—, ¿Cómo podría agradecérselo, señorita Bein?

Aunque hubiera querido decir algo no me sentía capaz de separar los labios, menos cuando se puso de pie sin soltarme. El aire se alejó de mis pulmones mientras veía como su mirada se deslizaba por mi rostro, como su agarre en mi mano se afirmó mucho más mientras que se inclinaba con lentitud para estar a mi altura.

Tan cerca que su respiración me golpeaba las mejillas.

—¿Me permite?

Se inclinó todavía más, borrando cualquier margen de aire que nos separaba, con su otra mano metiéndose bajo mi cabello e inclinando mi cabeza para...

El sonido de la alarma me arrancó de ese sueño, más bien pesadilla, como si acabarán de lanzarme un balde de agua helada. Me estiré para apagar el despertador y gruñí frotándome el rostro.

—¡El desayuno no tarda en llegar!—gritó Jenna desde alguna parte del departamento—, ¡¿Podrías recibirlo mientras me ducho?!

Ahora no sólo me atormentaba los días, también los sueños. Definitivamente podría creer que el cuerpo del imbécil completo e Axel Ward estaba bajo la posesión de un espíritu demoniaco el día que se portara amable y aparte de todo me agradeciera por mi trabajo.

Oh, ese día me haría creyente del dios al que pudiera adjudicarle ese milagro.

Iba a culpar a mi odio por ese ser humano y el hecho de que había estado hasta las tres de la mañana tonteando con otro idiota que al final no quiso llegar a nada por esa horrible pesadilla que acababa de tener. Así que estaba frustrada laboral y sexualmente.

Una combinación de mierda.

El replicar de mis tacones atrajo la atención de las personas en recepción, escuché varios murmullos que no me interesé en entender por estar al pendiente de la ruta que tomaba el auto que había enviado por los empresarios surcoreanos.

Me encaminé al ascensor y pulsé repetidas veces el botón mientras veía aquel punto rojizo que se movía con el tráfico. Al menos había tomado la buena decisión de enviar el auto mucho antes, lo último que quería era que aquello se prestara para inconvenientes.

Era bien sabido los puntuales que eran.

En cuanto las puertas se abrieron entré para encontrarme con un rostro familiar ya dentro. Se trataba de la mujer de cabello rojizo, la que había llorado luego de una plática con el imbécil de Axel.

—Hola—la saludé porque no recordaba que me hubiera dicho su nombre—, ¿Subes?

—Si—murmuró distraídamente mirando su celular—, me han mandado a llamar.

Cuanto te odioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora