☏ 06: Asistente ☏

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La culpa me come viva cuando veo como Jenna se arregla el cabello mientras bosteza. Sus ojos están rojos por lo mucho que lloramos antes de ser capaces de dormir y bajo estos se formaban unas pequeñas bolsas de cansancio, no es que mi rostro tenga algo diferente, pero ella no debería encontrarse en esta situación.

—¿Estás segura de querer acompañarme?

Sus ojos oscuros dieron con los míos y tuve que apartar la mirada por lo dura que resultaba su mirada.

Jenna era la clase de personas que siempre tenían una sonrisa en el rostro, que podían verle el lado positivo a cualquier situación y por eso resultaba en verdad insoportable cuando estaba completamente seria o enfadada.

—Voy a fingir que no escuché eso—dijo con calma mientras se acomodaba el cabello—, termino aquí y me pongo una chaqueta para irnos, ¿Tú ya estas lista?

Miré mi reflejo en el espejo y apreté los labios. Llevaba un suéter blanco holgado de lana que me cubría el principio de las piernas y un jean negro, el cabello lo tenía sujeto para no completar mi aspecto de espectro con las ojeras que se marcaban bajo mis ojos.

—Si—suspiré y me levanté de la cama de Jenna—, iré a llamar un taxi.

Jenna asintió y me alegré de que viniera. Mamá la quería muchísimo y se alegraría de verla, en especial cuando llevaba ese vestido azul cielo que le había regalado en navidad y que le quedaba perfecto además de darle una apariencia de muñeca con su cabello rubio sujeto con una cinta a juego.

Salí del departamento y en la recepción le pedí a uno de los guardias que me pidiera un taxi, el hombre debió de ver el cansancio en mi rostro por lo que me sonrió y me aseguró que lo llamaría de inmediato. Me crucé de brazos y miré el sol radiante del exterior.

Jenna no tardó en bajar con una sonrisa amable en el rostro, una que fue perdiendo cuando el taxi fue avanzando un poco más por la ciudad. Su nerviosismo era palpable, casi podía sentirlo rozándome el brazo pero no tenía el ánimo suficiente para tratar de distraernos hablando de cualquier cosa, sabía que de intentarlo volvería a quebrarme y ahora más que nunca mamá me necesitaba fuerte.

Esta situación no me hacía sentir mejor, de hecho me sentía fatal porque lo único que pudiera hacer por mamá fuera enviarla a una clínica para que la ayudaran. Me sentía como si estuviera abandonándola y si pudiera me internaría con ella para acompañarla en todo, para que no sintiera que yo también me iba.

Cuando el taxi se detuvo y pagué por el servicio abrí la puerta sin decirle nada a Jenna, me encaminé al interior mientras que mi corazón bombeaba con fuerza a cada paso, las manos me temblaban y tuve que guardármelas en los bolsillos para que nadie lo notara, menos ella. Jenna me alcanzó pero me conocía lo suficiente para saber que ahora necesitaba algo de espacio por lo que no intentó tocarme en todo el camino.

Cuando abrí la puerta los ojos de mamá estaban bañados en tristeza, esa que siempre estaba dentro de ella, y aun así se obligó a sonreír como si no pasara nada y eso... me dolió más que una bofetada.

—Hola—nos saludó como si todo estuviera bien—, ¿Ambas faltaron al trabajo hoy?

—Yo diría que nos tomamos un merecido día libre—bromeó Jenna, adentrándose en la habitación con una sonrisa—, ¿Cómo te sientes, Anaí?

—Bien—mintió, como siempre mientras se acercaba a nosotras—, aunque he estado mejor.

—Yo te veo magnifica.

Mamá sonrió un poco más antes de que sus ojos se posaran en mí, nuevamente sentía la garganta obstruida y estaba segura de que si me preguntaba algo, lo que fuera, no sería capaz de responderle con otra cosa que no fuera llanto.

Cuanto te odioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora