☏ 05: Milagro ☏

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Estaba segura de que una parte de mí no había procesado esa llamada como correspondía y por eso me había pasado todo el camino al hospital como si estuviera viéndolo todo desde afuera, como si no tuviera el control de mi propio cuerpo porque alguien más lo había tomado.

No había sido capaz de encajar ningún sonido, no había escuchado el tráfico, las llamadas que habían entrado a mi celular luego de salir de la oficina, las palabras del taxista, lo que me dijo una de las enfermeras cuando entré en el hospital y mucho menos lo que me dijo el médico en el momento en que entré a la sala de espera.

Nada. Solo un zumbido en mis oídos hasta que pude verla, hasta que me crucé con sus ojos llenos de lágrimas y tristeza mientras estaba sentada en la camilla del hospital.

—Los paramédicos la encontraron en la cocina, no estaba consciente pero tenía pulso. Hicieron lo que pudieron por detener el sangrado mientras la traían al hospital.

Podía imaginarme la escena, podía verla con claridad en mi mente. Sangre en el suelo, en su ropa, en su piel, por todos lados.

—Tuvimos que hacerle puntadas y esta sedada, por el momento está bien pero debemos seguir el protocolo dado su historial y fue por eso que antes de su llegada la evaluó un psicólogo que le dará un reporte de su estado dentro de unos minutos.

Yo no necesitaba que me lo dijera para saberlo, no necesitaba que un psicólogo volviera a decirnos lo que llevábamos tres años escuchando y tratando. Tres años que... parecían una vida entera.

Una vida...

No era capaz de apartar mi mirada de ella, de ver como se miraba las manos mientras que las silenciosas lágrimas bajaban por sus mejillas.

Respiré profundo mientras que me acercaba a ella, mamá no levantó la mirada pero era consciente de mi avance por como su cuerpo se tensó. Cuando estuve a su lado en la camilla, estiré mi mano y acaricié su cabello, se estremeció en un sollozo mientras miraba sus palmas raspadas.

—Lo siento—sollozó, mi pecho se apretó—. Tayra, yo no—

—Está bien—la interrumpí con suavidad—, lo entiendo mamá.

Dejó escapar otro sollozo mientras apretaba los puños, incliné su cabeza con suavidad contra mi pecho. Acaricie con suavidad su cabello mientras dejaba que todas sus lágrimas salieran de su cuerpo, que temblara con cada sollozo que salía de su garganta mientras balbuceaba una justificación que ya me sabía de memoria hasta que se quedó dormida.

La recosté con suavidad en la camilla, la acomodé y la cubrí con la delgada manta que tenía mientras miraba la venda en el costado izquierdo de su cabeza. Los ojos se me llenaron de lágrimas pero no me permití dejar que ninguna cayera porque ella me necesitaba fuerte.

Ya había pasado por todos los estados, enfado, dolor, rencor, rabia, irritación, molestia, pero había dos que no había superado en todos estos años: miedo e impotencia.

Desde hacía tres años había vivido con la impotencia de verla reducirse a esto, a que fingiera sonrisas, a que pretendiera que todo estaba bien cuando en su pecho se abría un agujero cada vez más oscuro que la absorbía, que la había reducido a una sombra de la mujer alegre y enérgica que había conocido durante la mayor parte de mi vida.

Desde Tyler nada había sido igual.

La había llevado a psicólogos y terapeutas para que la ayudaran, para que hicieran que su depresión se terminara pero nada parecía dar resultado. Ni las largas sesiones, ni las terapias grupales, ni la medicación.

Ninguna le ayudaba. Ninguna la había tomado por más de un mes.

Pero la última vez parecía... estar bien. Hacía mes y medio que había decidido dejar la terapia, la había cuidado durante dos semanas y parecía haber mejorado por lo que no le insistí en que volviera. Debí de haberlo esperado pero cada vez que hablaba con ella parecía estar bien, cada fin de semana que iba a visitarla parecía ser feliz tomando su medicación como correspondía.

Cuanto te odioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora