☏ 11: Invitación ☏

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Mamá había decidido tener la visita en su habitación porque decía que se sentía muy cansada como para intentar bajarlas escaleras y caminar hasta el kiosco.

Su terapeuta me dijo que en los últimos días se estaba aislando de todos, incluso faltaba a sus clases de equitación lo que comenzaba a preocuparme. No solo porque se veía mucho más pálida y delgada, también porque habíamos adoptado una rutina que me ponía los pelos de punta, yo le preguntaba cualquier cosa y ella respondía mientras que devolvía la pregunta.

No se sentía como hablar con ella, era como estar con un desconocido que estaba a la defensiva de forma sutil y que no decía más que lo estrictamente necesario. Y no es que yo me limitara a aceptarlo, toda la semana había venido, había hablado con ella y había tratado de hacerla reír o al menos que sonriera pero todo era falso, no era más que una mueca y antes de que pudiera repetir la pregunta de «¿Segura estas bien?» ella me silenciaba diciendo que le dolía la cabeza y quería dormir.

Yo me quedaba con ella, o la acompañaba a la habitación, y la veía como cerraba los ojos y relajaba la respiración pero no dormía, lo sabía porque la conocía y mamá nunca era capaz de dormir con la espalda completamente sobre la cama. Me mentía y no sabía qué hacer para que se sintiera mejor.

—Es cuestión de tiempo—me había dicho su terapeuta—, los medicamentos y los antidepresivos tardan en hacer su trabajo pero cuando lo hacen vienen con muchos efectos secundarios. En unas cuantas semanas se sentirá mejor.

Yo no estaba tan segura de eso. Se veía tan... marchita que me costaba creer que ella y la mujer de mis recuerdos eran la misma persona.

No había dejado de darle vueltas a eso durante el fin de semana, en especial porque incluso de mí quería aislarse por eso me pidió que hoy no fuera a visitarla. Accedí solo si ella me prometía que asistiría a su clase de equitación, no podía comprobarlo hasta mañana pero quería creer que mamá no me mentía... tanto.

Iba tan encerrada en mis pensamientos que casi caí al suelo cuando las puertas del ascensor se abrieron revelando a la persona que ya se encontraba dentro enfundado en un traje oscuro y a medida.

—Señor Ward—lo saludé recuperándome de la sorpresa.

—Señorita Bein—sonrió un poco.

Me metí en el ascensor que estaba inundado por su perfume costoso en niveles obscenos y miré las puertas mientras esperaba a que la caja metálica subiera.

En estos días había seguido el mismo patrón, una sonrisa pequeña y un saludo corto pero amable. En verdad había querido tener un motivo, por pequeño que fuera, para creer que me iba a seguir tratando como el imbécil completo que fue meses atrás.

Me estaba cerrando la boca con elegancia porque ni siquiera cuando me equivoque, a propósito, con unos informes me levantó la voz. Solo se había acercado al escritorio y con mucha suavidad me había pedido que le entregara el informe que le correspondía a él ya que le había dejado uno de Alicia. Cuando me disculpe lo único que dijo fue:

—Un error le puede suceder a cualquiera, no se lo tome tan en serio.

Y se fue dejándome con la boca abierta. ¿Qué no me lo tomara en serio? ¡Si ya me había insultado por mucho menos!

En todo caso si era verdad que había tomado mis palabras, o insultos, a consideración podía decir que era genuino el cambio en cómo me estaba tratando. Algo que no podía ocultarse porque incluso Alicia lo había notado, había hecho un par de chistes al respecto como que Axel no quería que volviera a gritarlo porque ese día lo había "traumatizado" pero incluso ella parecía contenta por el cambio.

Cuanto te odioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora