☏ 48: Incómodo ☏

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—¡Tayra!

El grito de mamá apenas me advirtió de su presencia cuando sus brazos me estrecharon con fuerza, tanta como para romperme la columna, como si no nos hubiéramos visto en una eternidad.

Sonreí y la abracé de vuelta.

—Mamá—sentí que las lágrimas me llenaban los ojos—, no sabes cuánto te eché de menos.

—Me prometiste que no me harías llorar—se quejó mamá, con la voz quebrada, haciéndome sonreír—. Me mentiste.

Era cierto, habíamos hablado al menos cuatro veces a la semana desde que llegó a Italia y ella me había pedido que fingiera que nos habíamos visto durante todo ese tiempo para no hacer un drama en medio del aeropuerto pero habían pasado casi dos meses desde que la había visto por última vez y entonces no había sido algo verdaderamente bonito. Ahora se veía diferente, con vida y feliz, recuperada a como la recordaba aunque se había cortado el cabello a la altura del hombro.

Aun así era como si todo volviera a estar bien. A estar donde debería estar.

Sonreí y, en un lo que sería un cuadro llamativo, ambas nos pusimos a llorar con las mismas ganas que las familias recibían a los soldados luego de una larga temporada en servicio. Así es como nos sentíamos, con la paz y la alegría de tener a alguien que pensamos perdido y la nostalgia de tenerlo de nuevo a nuestro lado.

Pasó un largo rato, en medio de llantos deshidratantes y sollozos inentendibles, cuando nos recuperamos lo suficiente para soltarnos. Su sonrisa me pareció la más hermosa del mundo incluso con sus ojos llenos de lágrimas que todavía esperaban a ser liberadas.

—Para el siguiente año tu papá puede codearse con lo alto de la farándula sólo—refunfuñó—, te quiero para mí desde el primero del mes.

No podía ser más feliz.

Aunque como si se tratase de una carcajada celestial, recordé algo importante que no solo me apretó el pecho haciendo algo amarga la alegría sino también el hecho de que mamá lo había ignorado directamente nada más al verme.

—Mamá—le dije tratando de que la opresión en mi pecho no hiciera que sonara incómoda con las siguientes palabras que iba a decir—. Quiero presentarte a mi novio, Axel.

Retrocedí un paso y giré para tener en mi campo de visión al hombre que se había mantenido detrás de nosotras durante todo nuestro despliegue de sentimentalismo y a mamá que lo miraba como si fuera la cosa más horrible del planeta.

Y a pesar de que me sentía incómoda, como si estuviera haciendo algo incorrecto, me estiré para tomar su mano. Lo sentí tensarse y sabía que era por el mismo motivo que su tacto no me resultaba igual de cálido que antes de salir de la casa de sus abuelos.

Justo cuando todo se fue a la completa mierda, claro.

Axel no demostró la incomodidad que ambos sentíamos cuando le ofreció a mamá una sonrisa formal y pequeña al mismo tiempo que estiraba su mano para saludarla.

—Señora Prescot—saludó Axel cuando mamá tomó su mano—, un placer conocerla.

La mirada de mamá lo recorrió entero, como había hecho conmigo la señora Davies, pero ella sí demostró bastante incomodidad ante el tacto. Casi un segundo después retiró la mano como si Axel fuera a pasarle alguna enfermedad y antes de que pudiera decirle que estaba siendo un poquito grosera, forzó una sonrisa que se veía en exceso falsa y miró el rostro de Axel.

—Señor Ward—dijo mamá con una hostil amabilidad—, le diría lo mismo pero dejó sola a mi hija cuando más importaba así que...

Me hubiera sorprendido, más bien carcajeado luego de que días atrás me hubiera dicho lo emocionada que estaba de conocer por fin a Axel luego de todo lo que había hecho por mí, pero cuando vi la mirada culpable de Axel olvidé lo raro que habían estado las cosas entre nosotros desde que dejamos Londres y apreté su mano.

Cuanto te odioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora