☏ 35: Pedir ☏

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Estaba empezando a creer que esta había sido una muy mala idea.

—¿Desea algo más?

Levanté la mirada a la chica que me acababa de traer el café que había pedido nada más al llegar, lo que ahora me parecía una idea peor porque debería haber pedido algo que me relajara en lugar de ponerme más ansiosa.

Hoy me había levantado con el pie derecho, por supuesto.

—No—le sonreí—, gracias.

Ella asintió y se marchó dejándome soltar un suspiro mientras miraba la oscura bebida en la que quería ahogarme.

No sabía ni siquiera que era lo que quería pedirle a Axel, ¿Qué me entendiera? ¿Qué me perdonara por haberlo ignorado estos días? ¿Qué me diera espacio? ¿Qué me diera tiempo?

Había pasado toda la mañana pensándolo, cuando no estaba encargándome de que mamá comiera, y al final no había llegado a ninguna conclusión. Lo único que sabía era que... no podía dejarlo de esa forma.

Papá y Jenna tenían razón, no era yo misma desde hacía unos días y dudaba volver a ser yo en un futuro cercano pero eso no significaba que tenía que apartarlo sin siquiera decirle porqué lo iba a hacer. No era justo, ahora que lo conocía, hacerle algo de eso luego de todo lo que había hecho por mí.

Y era justo eso lo que me tenía la garganta convertida en un nudo que apenas me dejaba respirar.

Había visto más allá del Axel Ward con el que había trabajado por un año y que me había hecho odiarlo con cada partícula de mi ser, había visto a la persona que ocultaba del mundo que estaba llena de amabilidad, alegría y calidez. Había estado entre sus brazos y había sido testigo de esas sonrisas honestas que podrían dominar al mundo si quisiera.

Lo había visto y... no quería dejarlo ir.

Pero no podía retenerlo a mi lado para hacerle daño, ¿Qué iba a ganar con eso?, dentro de una semana y media volvería al trabajo y no tenía la cabeza para pensar en nada que no fuera mamá, sabía que me la pasaría todo el tiempo temiendo por ella y tal vez, incluso antes de siquiera volver, consideraría la opción de renunciar para no dejarla sola cuando más lo necesitaba.

En mi vida, justo ahora, solo había tiempo para ella. No para mí. No para él.

¿Si lo sabía entonces porque me causaba ese dolor punzante en el pecho cada vez que lo pensaba?

Le di un corto sorbo al café que estaba aún demasiado caliente y también demasiado oscuro, pero no podía importarme menos porque entonces todo mi cuerpo se alertó antes de siquiera escuchar la campañilla de la puerta que anunciaba la llegada de alguien.

No necesitaba apartar la mirada del humeante vaso para saber que él se acercaba, no lo hice, quizás porque si lo miraba antes de terminar de reunir el valor para lo que iba a hacer me arrepentiría de ello y no lo haría. Lo vi de reojo sentarse frente a mí y su aroma me envolvió con la misma fuerza con la que quería abrazarlo.

—Hola—incluso mi voz apenas se escuchaba.

—Hola—podía sentir sus ojos clavados en mí pero no hice ningún intento por levantar la mirada—, ¿Cómo estás?

La garganta se me cerró todavía más, como si una fuerza invisible acabara de rodearme el cuello, cuando tuve la intención de mentirle a la cara para decirle que estaba «bien».

No estaba bien. Me sentía cansada, ahogada, sola, preocupada, tan asustada que había tenido miedo de irme del departamento sin llevar a mamá conmigo, pero también sentía que algo me estaba desgarrando el pecho porque no podía mentirle.

Cuanto te odioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora