☏ 50: Promesa ☏

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Despedirme de mamá me costó bastante, le prometí tratar de visitarla más seguido y ella me dijo que me recibiría con gusto cuando quisiera e hice nota mental de que para el otro año no iba desaparecer antes de la medianoche para irme a tener sexo con Axel.

No me quejaba de ello, quería aclarar.

El vuelo de vuelta a Nueva York fue mucho mejor que el de llegada a Italia, esta vez porque ambos estábamos envueltos en la sensación de emoción ante lo que significaba y habíamos pasado parte del trayecto hablando sobre la organización para mudar mis cosas del departamento a su casa hasta que el cansancio, porque habíamos tenido una entretenida noche donde tuve que enterrar la cara en la almohada para no despertar a mi madre ni a mi tía en la madrugada, hizo que me quedara dormida luego de unas horas.

Organizar la mudanza fue algo tardío, ya que tuvimos que volver al trabajo antes de terminar de empacar mis cosas, sumado a que Jenna se empeñó en que quería hacerme una despedida del departamento en toda ley.

Así que con la mayor resaca de mi vida y una mueca de irritabilidad había guiado a los transportistas con mis cajas, la pintura de mamá cuidadosamente empacada y mi cama al camión donde los seguí en el auto que Axel había enviado para mí.

No le había hecho mucha gracia que yo eligiera el día en que estaba de viaje por asuntos de trabajo en Canadá pero se había tenido que guardar sus quejas cuando le dije que para cuando volviera estaría esperándolo en su cama y eso le gustó bastante.

Quienes sí estaban esperándome en casa de Axel eran sus hermanos y Gladis, a quienes saludé fingiendo lo mejor que podía que no había estado bebiendo y haciendo karaoke con Jenna hasta las cinco de la mañana luego de mi última sesión de terapia semanal. Lyam y yo estábamos de acuerdo en que podía manejarla mensual ahora que estaba mucho mejor.

Me ayudaron a bajar las cajas y a acomodar mis tristes cosas, que parecían nada comparado con lo enorme de su casa, mientras los transportistas armaban mi cama en una habitación vacía junto a la que ahora usaríamos ambos.

Al principio me pareció una estupidez traer la cama, Axel ya tenía de sobra en su casa como para recibir a mi familia y que sobraran un par de habitaciones, pero cuando estábamos hablando sobre el tema se había encogido de hombros.

—Es una linda cama—murmuró mirándola con atención, evaluándola—y es mejor que una litera, ¿No crees?

No había sido una pregunta, gracias a los dioses en los cielos, solo una posibilidad que lanzó al aire y dejó que yo eligiera al respecto. Sabía que no hablaba de que nosotros tuviéramos una cama con auxiliar, o una litera, para cuando discutiéramos.

Hablaba de... hijos.

Me parecía aterradoramente pronto pero me sorprendió, casi me paralizó, que la única objeción que encontró mi cerebro fue que primero debíamos aprender a vivir juntos y luego ya podíamos ver si queríamos un, o dos, pequeñas personas que usaran la cama.

Así que la había traído.

Cuando terminamos de guardar mis cosas en los espacios que Axel ya había puesto en su habitación y colgamos la pintura en la sala. Estuvimos hablando un rato hasta que el cansancio por las únicos dos tristes horas que había dormido me hicieron caer profunda en el sofá mientras escuchaba a Kassandra y a James debatir sobre porqué uno era superior al otro por preferir el chocolate blanco sobre el tradicional.

Me desperté por el suave toque que alguien me dio en la mejilla.

Abrí los ojos con pereza, odiando cada segundo que pasé en el sofá por lo adolorido que sentía mi cuello y mi espada. Lo primero que vi fue unos familiares, alegres y brillantes, ojos grises.

Cuanto te odioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora