☏ 18: Chocolate ☏

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Una parte de mí esperaba llegar y ver a todos riéndose, porque sí había puesto en la dichosa lista lo del disfraz de gallina, pero dado el tranquilo silencio que reinaba cuando entré en el edificio eso quería decir que aunque Axel iba a tachar el primer punto de los quince eso no significaba que necesariamente tenía que ser el primero en la numeración.

Lo que era un alivio, o no iba a poder contener la risa de verlo disfrazado de gallina.

Entré en el ascensor pensando en cuál de los otros catorce puntos tuvo que haber completado Axel Ward, ni siquiera entendía por qué se había tomado literal aquello, lo que había querido decirle con los quince puntos era que no lo conocía en lo absoluto a pesar de que creí que era así pero que lo poco que había hecho él hasta el momento no me demostraba que pudiera confiar en la verdad en sus palabras.

Porque esa era la verdad: lo que sabía de Axel Ward parecía ser una mentira colosal.

Cuando las puertas se abrieron y di un par de pasos en dirección a mi oficina todo mi cuerpo se paralizó de golpe. Lo miré sentado en mi silla con tanta tranquilidad como si estuviera en su propia oficina, al menos hasta que se levantó para acercarse a mí con una de sus manos en su espalda.

—Señorita Bein—tomó mi mano para de nuevo besarla—. Buen día.

Sus ojos grises no se apartaron de mí y yo estaba segura de que no había forma de que me acostumbrara a su agarre delicado junto a su respiración haciéndome cosquillas mientras sus labios rozaban la piel de mi mano provocando escalofríos.

—Señor Ward—lo saludé cuando soltó mi mano—, ¿Esto también se le hará costumbre?

—Será algo temporal—aseguró con media sonrisa—, al menos hasta que termine con la lista.

Eso me hizo sonreír, todavía no podía creer que fuera a tomarse en serio la ridícula lista que me había tomado la tarea de hacer con tanto dramatismo como para que él entendiera el punto. Algo que al parecer no había salido como pensaba.

—Admito que esperaba verlo disfrazado—bromeé—, ha sido una profunda decepción.

—Debería reconfortarla saber que en algún momento sucederá, pero por ahora esto debe de servir.

Sacó la mano tras su espalda y mi mandíbula estuvo cerca de rozar el suelo cuando vi una caja dorada con una cinta sobre su palma.

—No puede ser.

Tomé la caja y la abrí con sorpresa, su mirada se mantuvo sobre mí mientras que yo veía la trufa de chocolate dentro, que reposaba sobre pequeños trozos de tela rojos y dorados.

—La Madeline au Truffle—dijo Axel mientras que yo miraba la caja sin dar crédito a lo que veía—, justo como lo pidió.

—¿Sabe cuánto cuesta esto?—le pregunté con sorpresa.

—Es una de las cosas menos costosas de la lista, ¿No le parece?

Que me lo recordara hizo que mis mejillas se calentaran porque en su momento, y luego de lo que había pasado en el auto, no había pensado en ello y si, habían un par de cosas que pasaban de los cientos de dólares pero era porque no esperaba que lo hiciera bajo ninguna circunstancia.

—Lo sé—apreté los labios y volví a cerrar la caja—, yo no estaba esperando que—

—Lo entiendo—me interrumpió con suavidad, lo miré con algo de sorpresa para encontrarme sus labios curvados ligeramente—, la conozco lo suficiente para saber que no es esa clase de mujer.

No porque supiera que podía llenar una piscina con billetes y nadar en medio de ellos sin que su cuenta bancaria se viera afectada significaba que yo quería que se gastara más de doscientos dólares en una trufa de chocolate o el par de cosas más que metí en esa lista.

Cuanto te odioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora