☏ 41: Odio ☏

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Era en momentos como estos en los que reconsideraba mi posición respecto al alcohol. Anoche me había parecido una idea maravillosa ir a ahogar mi inseguridad en alcohol algo que no salió muy bien porque me había pasado parte del tiempo pensando en si me había evitado porque ya había conocido a alguien más.

Mi mayor inseguridad salió a flote.

Por suerte antes de hacer algo ridículo, como presentarme en su casa para pedirle una explicación, Jenna y Henry se encargaron de divertirme y distraerme para que dejara de pensar en ello aunque no recordaba haberles dicho que era lo que me preocupaba.

Algo que esperaba se mantuviera así porque todo se había vuelto un borrón de luces de colores luego de mi quinta margarita.

Ahora solo quería morir por el dolor punzante en mi cabeza, fue por eso que enterré más mi cara en la almohada esperando a que por fin este sufrimiento que era vivir se terminara. Al menos hasta que me tensé con fuerza.

Reconocí de inmediato el olor que tenía bajo mi rostro y por eso me senté tan rápido y de golpe que me mareé. Me costó varios segundos volver a ver con claridad, pero reconocí las paredes grises y las mantas oscuras que se arremolinaban en mi cintura.

Estaba en la casa de Axel. Estaba en su cama. ¿Qué mierda había hecho?

Me froté el rostro con frustración y vergüenza, ¿En verdad me había presentado a reclamarle? ¿Por qué Jenna lo había permitido? Y él debió portarse como todo un caballero porque tenía mi vestido puesto a la perfección y estaba sola en la habitación.

¿Se podía morir de vergüenza?, porque estaba a punto de averiguarlo.

Miré a mí alrededor en busca de mi celular, lo encontré en la mesa junto a la cama pero estaba apagado. Necesitaba encontrar la manera de pedirle a Jenna que viniera por mí, o me iría yo sola luego de lanzarme de la ventana.

—Hola.

Su voz me arrancó un grito. Volví la cabeza para verlo salir del baño, con el cabello humedecido cayéndole por la frente y usando solo unos vaqueros.

El rostro se me calentó cuando recorrí su pecho desnudo con la mirada.

—Hola—la voz me salió en un susurro—, ¿Yo...?

Ni siquiera sabía que era lo que quería preguntar, si lo que habría pasado anoche o si había dormido a mi lado, en especial porque tenía una extraña certeza de que esta última era cierta y no me incomodaba en lo más mínimo.

—¿No recuerdas nada?—preguntó con extraña lentitud a lo que negué y, para mi sorpresa, él sonrió—. Nos encontramos en la discoteca anoche y me ofrecí a llevarte a tu departamento pero me dijiste que no quería así así que vinimos aquí.

¿Nos habíamos encontrado en la discoteca? ¿O yo lo había llamado?

—¿Y yo...—aparté la mirada para ver la manta, una delicada y costosa manta—dije o hice algo que—

—No—me interrumpió, casi divertido—. No te preocupes por eso, Tayra.

Me habría sorprendido porque volviera a llamarme por mi nombre de no haber sido porque su mano me sostuvo del mentón y me levantó la cabeza, sus ojos grises estaban brillantes y todavía sonreía.

—Si quieres tomar una ducha el baño está al fondo—me dijo con calidez—, te estaré esperando en el comedor, ¿Recuerdas cómo llegar?

Con lo grande que era su casa no me sorprendía que preguntara aquello.

Asentí y como si fuera la cosa más normal del mundo se inclinó y dejó un corto beso en la comisura de mis labios antes de alejarse y salir de la habitación. Me quedé plantada a la espera de que todo fuera una alucinación de mi cerebro intoxicado pero luego de varios segundos de silencio me di cuenta de que todo era muy real.

Cuanto te odioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora