☏ 24: Celos ☏

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¿Qué había pasado con la distancia? ¿Con ir lento mientras aclaraba todas mis dudas? ¿En qué demonios estaba pensando?

Esa respuesta la sé. No estaba pensando en lo absoluto.

Lo único que necesité fue encerrarme en ese ático con un tenue olor a madera y que de alguna manera resultara cálido para que se me hubiera olvidado cualquier pensamiento que no lo incluyera a la persona que entró detrás de mí. Que no lo incluyera a él.

Sus ojos grises habían suprimido cualquier pensamiento, sus pasos confiados mientras se acercaba a mí para quitarse la camisa. No había podido pensar en nada más que en su maldito torso desnudo, no tan marcado, en su aroma suave pero demasiado notorio como para poder oler nada cuando me cubrí con su camisa, el cosquilleo que me generó el calor de su piel cuando me acarició las piernas toda la noche como si no pudiera detenerse, los escalofríos que sus labios me causaban con cada movimiento que dejó en la piel sensible de mi cuello y la oleada de calor en lo bajo de mi vientre cuando su lengua se adentró en mi boca.

No quería que se detuviera y lo que habíamos hecho, que no había sido más que besos y caricias distraídas, no me pareció suficiente. Quería que me quitara la camisa, me tumbara sobre la cama y me demostrará todo lo que sabía, pero no podía confiar en él lo suficiente para ello.

Al menos me reconfortaba haber tenido el orgullo suficiente para que el deseo no me nublara y terminara, en el mejor de los casos, desnuda y sola en ese ático.

¿Pero no fue eso lo que le hice yo?

—¡Tayra!

Casi lancé el plato al suelo por el susto que me causó el grito de Jenna. Cuando había llegado, el único despierto era Henry quien me saludó distraído y me sirvió un plato con cereales y yogurt.

Algo que mi vacío estómago agradeció nada más al verlo.

—Oh—se burló Henry apretando a mi amiga contra él—, alguien está en problemas.

—¡Tú cállate!—gritó Jenna mirándome como si yo fuera la causante de todas las guerras en el mundo—, ¿Vas a decirme por fin donde fue que pasaste la noche?

—En un hostal—murmuré moviendo la cuchara de un lado al otro en el plato.

—¿Y lo dices tan tranquila?—se cruzó de brazos aparentemente irritada—, ¡Ni siquiera me avisaste!

¿Cómo le explicaba que desde que nos habíamos quedado Axel y yo solos en la habitación no recordaba ni como me llamaba?

—Se me olvidó hacerlo—confesé encogiéndome de hombros.

Llené la cuchara con cereales pero ahora no me apetecían. El primer plato que me había comido había sido por hambre y nervios, el segundo era solo para acallar con el crujido de las hojuelas la voz culpable de mi consciencia.

—Además dijiste que volverías antes del anochecer—me reprochó—, pasé toda la noche preocupada por ti.

Compadecía al futuro hijo o hija de Jenna.

—¿Toda la noche?—se burló su novio—, si no eran ni las nueve cuando te quedaste dormida.

Solté una carcajada cuando las mejillas de Jenna se teñían de rojo y se giraba a ver a su novio para murmurarle algo que no pude escuchar pero que hizo que Henry se sumara a mi risa.

—Pero dormí pensando en todo lo que le pudo haber pasado—se defendió antes de volver a mirarme.

—Pudo haber pasado algo grave si en lugar de detenernos hubiéramos seguido avanzando en medio de la lluvia—murmuré volviendo la vista a mi plato—. Por eso propuse que nos quedáramos en el hostal.

Cuanto te odioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora