☏ 27: Guitarra ☏

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Me desperté gruñendo cuando escuché el chillido de Jenna en la sala.

Me quiero morir.

Apenas había podido dormir y ahora a la parejita le apetecía ponerse a jugar a las... seis de la mañana, ¿Qué no podían dormir hasta tarde como las personas normales?

Me froté los ojos con cansancio y me preparé mentalmente para levantarme de mi cómoda y hermosa cama luego de haber dormido menos de siete horas luego de que Axel me dejara en la entrada. Seguía sin creer lo que había pasado en una sola noche, había pasado de querer golpearlo a estar a punto de cometer asesinato cuando alguien nos había interrumpido.

Aunque había cosas que no terminaba de entender de anoche como, por ejemplo, por qué su padre lo había obligado a presentarse con ella en la celebración y por qué siendo eso lo que pasó su padre había dicho eso en la mesa.

¿Había algo que todavía no me había dicho?

—¡Tayra!

El grito de Jenna me sacó de mis pensamientos cuando entró en mi habitación como si acabara de enterarse que ganó la lotería. Casi caminaba dando saltos en su pijama rosa claro.

—¿Qué—

Mi pregunta quedó ahogada en mi garganta en el momento en que tomó mi mano y tiró de mí con tanta fuerza como si buscara desencajarme el hombro.

—Jenna, ¿Qué—

—Cállate y ven—me interrumpió, poniéndome de pie—. Luego me lo agradeces.

Me silenció empujándome en dirección al baño, apenas tuve tiempo de entrar cuando mi amiga me metió de malas maneras mi cepillo de dientes en la boca.

—Muévete—me apresuró al ver que estaba paralizada mirándola a través del espejo—, en este momento el tiempo es oro.

Fruncí el ceño porque era, de lejos, lo más raro que Jenna hubiera decidido hacer un domingo. ¿Ahora qué le pasaba? ¿Se había despertado con ganas de volverme loca?

Me cepillé la boca antes de que a ella se le ocurriera hacerlo por mí, justo como había decidido tomar su cepillo para peinarme el cabello. No sabía qué demonios le estaba pasando pero por la sonrisa macabra en su rostro no iba a decírmelo.

—¿Me vas a decir que pasa?—cuestioné cuando terminé, girándome para encararla—, como me digas que quieres ir a correr de nuevo voy a—

Dos golpes en la puerta me silenciaron. Jenna parecía una bomba a punto de explotar cuando lo escuchó.

—Ve—me dijo con notable emoción—. Es para ti.

Fruncí el ceño. ¿Quién demonios venía al departamento tan temprano un domingo?

—¿Quién es Jenna?—pregunté con confusión, como única respuesta se encogió de hombros y me empujó para salir del baño.

No podía tratarse de papá porque, para comenzar, me habría llamado antes de llegar y Jenna no me habría hecho estar presentable, entre lo que cabía, para abrir la puerta. ¿Era acaso mi cumpleaños y lo había olvidado?

—¿Qué pasa?—Henry salió de la habitación de mi amiga, bostezando ruidosamente—, ¿Ya pidieron el desayuno?

—No.

Incluso Henry, que tenía cara de estar más dormido que despierto, se dio cuenta del extraño tono de emoción de su novia y me miró esperando una respuesta que yo no tenía. ¿Qué había hecho ahora?

Nos encaminamos los tres a la puerta y yo dudé, un segundo, entre abrirla o vivir en la bendita ignorancia para lo que fuera que ella hubiera planeado pero terminé por abrir la puerta. No podía ser tan ridícula.

Cuanto te odioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora