🎤 10. Cuando pase el temblor

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(Soda Stereo)

MAX

Por más que lo intento, no puedo concentrarme en lo que hago y cada vez que bailo con alguien o estoy hablando tranquilamente con algún compañero, mis ojos se desvían hacia la multitud, buscando incansablemente a Álex. Después de dos horas, me levanto y empiezo a recorrer todo el lugar esperando encontrarla.

El sitio es enorme. Tiene cuatro pisos, demasiadas habitaciones para contar y salas que no tengo idea en que se utilizan en el día a día. Después de recorrer la vivienda varias veces, tengo el presentimiento de qué Alex se está burlando de mí escondiéndose en un rincón viendo como la persigo como un sabueso. O talvez simplemente se marchó.

Salgo al patio por tercera vez en mi búsqueda y finalmente la encuentro. 

Está bailando con un tipo al que nunca he visto. Parece estar pasándosela muy bien mientras se frota contra el cuerpo del chico con el que baila, con una enorme sonrisa en su cara.

Él se pega a su espalda, enterrando su rostro en su cuello mientras ella disfruta de la atención moviéndose al ritmo de la música. 

Algo no está bien. Un presentimiento que he desarrollado con los años de practicar karate me atraviesa como un hormigueo en todo el cuerpo. La misma sensación que siento cuando tengo que ponerme en alerta frente a un oponente.

Las manos del tipo están en sus caderas, empieza a subir lentamente hasta alcanzar su estómago y meterse debajo de su camiseta negra para seguir subiendo. 

No me muevo. Álex parece disfrutar de esto y no soy quién para decirle que debe hacer y que no. No la conozco. No es mi responsabilidad lo que haga con su vida y solo estoy con ella porque no me está dejando otra alternativa.

Aunque mi respiración acelerada me diga lo contrario.

Estoy por dar media vuelta para largarme cuando Álex colapsa en los brazos del tipo como una muñeca. Me muevo tan deprisa que Álex ya está en mis brazos antes de que el tipo pueda si quiera pensar en lo que acaba de pasar.

—¿Qué le hiciste? —mascullo en un jadeo. 

—Nada. Esta puta...

El calor sube por mi estomago sin control. La respiración se me acelera y tengo que recordarme a mí mismo que podría matarlo de una sola patada si me lo propusiera. Le doy un empujón con fuerza al tipo que retrocede unos pasos y se cae de espaldas al suelo. 

—Lárgate si quieres seguir usando las piernas —amenazo en voz grave.

Se pone de pie con la manos en alto, se aleja tambaleándose mientras grita algo de necesitar otra ronda.

Álex se pega a mi cuerpo, sosteniéndose con sus brazos rodeando mi cuello.

—Álex... Álex... —murmuro, sosteniéndola del rostro.

Ella tiene los ojos cerrados y una sonrisa en su cara. Se mantiene en pie a penas consciente.

—Álex —insisto.

Los abre y me observa confundida. Sus pupilas están tan dilatadas como un pozo sin fondo.

—Mierda... —mascullo—. Nos vamos de aquí.

La sostengo por la cintura y la obligo a caminar hasta la parte delantera de la casa.

—No... No, Julian, no quiero irme aún —reclama mientras forcejea para liberarse.

—Basta, Álex. —La jalo, obligándola a caminar—. Nos vamos ahora mismo de aquí.

—Lo siento —susurra bajito, en un hilo de voz.

[1] En tus manos©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora