🎤 45. Encontrar el camino

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(Apolo 77)

MAX

Siempre he tenido un sueño muy pesado. Desde pequeño, prácticamente se hacía imposible despertarme a menos que me zarandearan con fuerza. 

Quizás fue un mecanismo de defensa; cada vez que mi padre llegaba furioso, fingía estar profundamente dormido y así evitar ser víctima de su mal humor. Hasta muchos años más tarde supe que mi madre pagaba los platos rotos por eso.

Con los años, vivir de la música, hizo que mi oído fuera menos sensible. Podría dormitar perfectamente en la parte trasera del pub, esperando nuestra presentación, sin preocuparme de los altavoces que sonaban con fuerza en el exterior.

Todo eso cambió desde hace más o menos 3 meses.

Desde que Álex está en el hospital, lo de dormir se ha transformado en una tarea difícil de llevar. Si no era el insomnio, eran las pesadillas que me despertaban asustado o angustiado.

Mi mente percibía hasta la mínima vibración del celular, esperando tener noticias de Álex en cualquier momento del día o noche. A veces incluso estaba seguro de haberlo oído, pero no tenía ninguna notificación. Era algo que estaba solo en mi cabeza. 

En el único lugar que podía dormir con calma era en la habitación del hospital, recostado a su lado o tomando su mano.

Ni siquiera el molesto bip, bip, bip, de la máquina me perturbaba. A estas alturas ya era parte del ruido ambiental. 

Por eso, cuando sus dedos se mueven en un espasmo, despierto de golpe. Levanto la cabeza y me quedo mirando su mano, solo para verificar que no fue un sueño. Pasan varios segundos en el que me reprocho a mí mismo tener una esperanza. Estoy por volver a mi sitio y seguir durmiendo cuando sus dedos vuelven a moverse.

—¡Álex! —jadeo.

Su mano se mueve y esta vez, lo acompaña un ligero cambio en el sonido del monitor que registra sus latidos. Ahora el bip, bip, bip es un poco más rápido. Solo un poco, pero los números también se mueven y eso dispara también mis pulsaciones.

—Mierda, mierda... —gimoteo sin saber qué hacer.

Me pongo de pie de golpe, arrastrando la silla.

—Álex. Álex. ¿Puedes oírme?

Sus párpados aletean y noto como sus globos oculares se mueven bajo estos.

—¡Ay, Dios! —exclamo, aunque la religión nunca había sido importante para mí. Pero esto debe ser un milagro—. ¡Alguien...! ¡Necesito...!

En medio de mi confusión, recuerdo las instrucciones y presiono el botón sobre su camilla en caso de emergencias. 

—Álex, Álex... —murmuro, tomando sus manos. El alivio me embarga cuando sus dedos se enroscan entre los míos, y de pronto mis lágrimas saltan por sí solas.

—M-Max...

Su voz suena en un ligero murmullo, casi afónica debajo de la mascarilla. Pero da igual, porque al menos está hablando y yo ya no doy más de tanta euforia.

—¡Estoy aquí! —exclamo, acercándome a su rostro—. No te esfuerces, ya vienen a verte... no te esfuerces.

—Max... yo... yo...

—¿Qué? —murmuro, acercándome un poco más.

—Yo...

—¿¡Qué ocurre!?

—¿Está reaccionando?

—¡Revisa sus signos!

—¡Llamen a la doctora!

[1] En tus manos©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora