Capítulo 17: No puedo amarte, lo siento

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Josephine aparcó su auto frente al edificio donde residía la rubia. La mujer no pudo evitar suspirar al ver el nuevo hogar de Heather, si bien desde joven había vivido en ostentosos departamentos y probado diferentes suites, y todo lo demás, no dejaba de sorprenderse al saber que vivía en uno de los lugares más costosos de la ciudad, y quizás del estado también. Vio a su amiga bajarse del coche y ella la imitó rápidamente, tenía tantas ganas de saber cómo es que estaba sana y salva, cómo había logrado escapar de las llamas y ser quien era ahora, cómo es que había nacido Natasha Stepanova. Ambas entraron al recibidor entre risas, no se había perdido la costumbre de reírse de cualquier tontería. Eran tan felices con tan poco, y aunque estuvieron mucho tiempo lejos una de la otra, muy en el fondo nada las había cambiado. Heather salió del elevador junto a la castaña y la guio hacia la puerta de su casa. Josephine miraba encantada hasta el pasillo, nunca había entrado en ese edificio en particular, y no la juzgaba. Su reacción había sido la misma al llegar, tal vez por el simple hecho de haber estado en cautiverio por meses olvidándose de su antigua vida. Abrió la puerta del departamento y convidó a Josephine a entrar. La mujer no pudo evitar abrir la boca al ver los lujos, los cristales, lo vintage y costoso que las rodeaba. 

— Demonios... 

— Sí, lo sé. Lindo, ¿verdad? —acotó la rubia sonriéndole. Josephine asintió aun en trance. 

— Es precioso. No se parece en nada a los apartamentos anteriores que tuviste, sin mencionar el hecho de que eran carísimos.

Heather negó la cabeza divertida.

— Ay, no seas tan condescendiente. ¿Quieres que hablemos de los pent-houses que has tenido? —cuestionó dejando su bolso en el sofá. La castaña torció el gesto en negativa, eran preciosos, pero no eran suyos.

— No, así estamos bien Hache. —respondió sonriente. Heather se sentó en el diván incitándole a su amiga a hacerlo también—. Bien... Como sabrás, tengo muchas preguntas por hacer y cosas que quiero saber, pero tú dime Heather.

— Bueno, ¿por dónde empiezo? 

 — Por el principio, creo que deberías empezar por ahí. —contestó Josephine por ella.

 La rubia la miró en silencio, y tragando saliva comenzó a narrar la historia.

— Comencemos por esa noche, la noche del incendio. —dijo Heather poniéndose de pie y quedando bajo la mirada atenta de su amiga—. Estaba encerrada en mi habitación bajo llave cuando oí el bombardeo junto con los gritos. Esos gritos desesperados y llenos de miedo al saber que la muerte estaba golpeando a la puerta... —cerró sus ojos teletransportándose a aquel momento trágico—. Una de las enfermeras de guardia me abrió la puerta y me liberó por así decirlo. Me advirtió que corriera y que escapara como pudiera del hospital, no comprendía absolutamente nada de lo que estaba pasando.

— Dios mío, qué horrible... —masculló la castaña en voz baja. 

— Lo fue, fue traumático. —concordó la mujer sirviendo dos copas de vino—. Logré hacer lo que me dijo. Corrí y corrí buscando una salida cualquiera, vi a los pobres desquiciados correr de un lado a otro queriendo encontrar una puerta sin éxito... No sé cómo, pero hallé un espacio abierto que conducía abajo del hospital. Me metí en él y traté de encontrar la manera de salir. —Heather relamió sus labios y volteándose, le tendió la copa a la castaña—. Había una reja que me separaba de ese maldito lugar con el bosque, pero había un problema. Estaba llena de candados...

— Heather, no tienes que... No es necesario que tú...

— ...pero no me importó. Luché como el cuerpo me lo permitió, grité por ayuda. —una pequeña lágrima se escapó de sus ojos. Sin embargo, una diminuta sonrisa se había dibujado en sus labios—. Cuando me había resignado a todo, a escapar, a encontrar ayuda o a vivir... Apareció Leonardo. Leonardo llegó a tiempo y con un esfuerzo sobrehumano logró sacarme de ahí antes de que explotara todo. Antes de desmayarme, recuerdo haberle visto a la cara. Estaba asustado. Temió no haberme podido salvar a tiempo y que muriera calcinada, sé que aun cuando me mira... Repite una y otra vez ese momento, lo noto. Luego del accidente, pasó meses invirtiendo en mi para poder readaptarme a una nueva mujer. Él nunca estuvo de acuerdo conmigo en esto de volver y vengarme, ¿sabes? Pero me apoyó, no quería hacerlo, pero me apoyó. Fuimos a Rusia, pusimos mucho capital en una pequeña empresa no conocida en el país y la expandimos, a tal punto de ser una de las empresas rusas más reconocidas y elegantes hasta el momento, y todo en un maldito mes. Lo que puede hacer el dinero... —replicó con ironía—. Pero no fue fácil, la pasamos mal al comienzo ya que no conocíamos el país, el dinero lo habíamos dejado en el banco y no teníamos casi nada a mano. Y otras cosas más que ya no importan, pero resistimos y sobrevivimos. 

Inefable DelirioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora