Semanas después...
La situación financiera en la compañía de los Ripoll comenzaba a mejorar poco a poco, para fortuna de todos. Natasha era una completa experta en manejar absolutamente todo lo que sus manos tocaran o sus ojos vieran interesadamente. Casi un mes había transcurrido desde su llegada a la empresa y los números comenzaban a elevarse, lo que significaba dos simples cosas; que los empleados y socios de Ripoll's Inc tenían su paga atrasada por fin cubierta y que Vilma estaba como loca rompiendo cristales y espejos en su mansión. Odiaba que la rubia fuera el foco de atención de todos, inclusive del mismo Dorian quien se estaba arreglando la corbata delante de la pelinegra mientras que aún se hallaba recostada en la cama. El solo hecho de pensar en Natasha y en sus aires de grandeza lograba que sus incisivos le tentaran atacarla por el cuello y desangrarla lentamente, sí, le gustaba su dinero, pero en definitiva que no le gustaba para nada la presencia de la rusa. La peor parte, porque sí la había, es que nadie se había detenido contra ella y sus imponentes ansias por comerse la empresa a solas, la habían sobrepasado por encima como si no valiera nada. Pero claramente que a Vilma no le interesaba quien dejaba o no de comer por culpa suya, ella solamente quería la sensación de tenerlo todo bajo su manga, el poder en la palma de su mano y que todos acataran lo que quisiera ella. Pero gracias a Natasha, el mundo la estaba dejando atrás, aunque fuera una figura importante y adinerada, y eso era algo que no estaba dispuesta a tolerar. Primero muerta antes que seguirla a esa mujer.
Se puso de pie con hastío quedándose detrás de Dorian
— ¿Y tú por qué te estás arreglando tanto? Es decir, ¿a dónde vas? —indagó viéndolo a través del espejo. El hombre ladeó uno de sus hombros.
— A tu empresa, ¿por qué la pregunta?
— Quieres ir a conocer a esa maldita víbora, ¿verdad? —comentó con mufa. Dorian dejó el nudo a un lado para enfocarse en la mujer.
— No tendrías por qué quejarte, es joven. —replicó ladeando una sonrisa burlona—. Por lo que me dicen siempre, que es hermosa y está soltera, o eso se rumorea...
Vilma lanzó una carcajada ronca.
— Ay Dorian, por favor. No me hagas reír, te lo pido... ¿De veras crees que Natasha te prestará atención? Estará sola, pero no creo que esté tan necesitada...
— Cállate y ayúdame con este jodido nudo. —se acercó hacia la pelinegra. Vilma rodó los ojos y colocó sus manos sobre la tela doblándola de la mala gana.
Heather estaba sentada en la orilla de la cama subiendo el cierre de sus botas, aun traía el cabello húmedo por el baño que había tomado. Mientras se colocaba el sostén no pudo evitar sonreír por la loca e inesperada idea que había tenido apenas pisó su empresa. Si había algo en lo que siempre había sido buena era en ser impredecible con lo que fuera, cuando tenía la oportunidad de tomar algo lo hacía. Luego de media hora de vestirse y arreglarse, se miró en el espejo de su cuarto y sonrió, la combinación de aquel vestido mangas largas color caoba rebosando sus muslos con aquellas largas y altas botas negras eran un arma mortal, como toda una diva de la industria de la moda sabía cómo rendirle tributo a su ocupación. Tomó su bolso y las llaves de su auto y bajó las escaleras, se quedó patidifusa al ver notar que Leonardo no estaba por la sala de estar. Tampoco lo encontró en la cocina y eso se le hizo extraño, no lo escuchó ni lo había cruzado en la mañana, pues siempre era él quien se despertaba primero. Decidió dejar sus pertenencias sobre el sofá y subió hacia la planta alta nuevamente dirigiéndose al cuarto del hombre. La puerta estaba casi cerrada, por lo que tocó y aguardó a escuchar su consentimiento, pero jamás llegó. Así que abriendo lentamente la puerta pasó a la habitación del psiquiatra. Frunció el ceño al no verlo listo o simplemente rondando por ahí, pero entonces escuchó el sonido de la regadera. Estaba a punto de tocar la puerta cuando unos sonidos provenientes de su garganta la dejaron en su lugar, sus manos fueron de curiosas a abrir nuevamente la puerta y lo que vio la dejó perpleja, sin palabras y hasta ruborizada. Leonardo estaba recostado en la pared de la ducha, estaba masturbándose. La rubia lo vio a través de aquella puerta de vidrio y apretó las piernas.
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Inefable Delirio
RomanceLuego de fingir su muerte, Heather comienza a maquinar en su mente las nuevas piezas de su juego. Vengarse de quienes la hirieron y hacer justicia por las infamias y torturas a las que fue sometida. Para ello deberá regresar usando una nueva identid...