Capítulo 27: Una cena a puro fuego

14 1 0
                                    

Daphne se hallaba en un rincón de su habitación rodeada de botellas de whiskey y coñac, ni siquiera eran sus tragos electos pero peor era no tener con qué quemar su garganta después de haber pasado días pensando en aquella dolorosa epifanía de Ethan, así era como prefería pasar su viernes, sumida en alcohol. Lo había tenido que soportar cuando se enamoró de Heather, y aun después de muerta, él volvía a sentir libremente. Pero lo que sentía iba dirigido para otra mujer que ella ni siquiera sabía quién era y eso la estaba martirizando, y el hecho de que no tuviera más dinero como de costumbre la sonsacaba tanto que quería asesinar con sus propias manos a Barbara Ripoll. Pero por el momento, no podía hacer nada contra ella sin tener un plan perfectamente elaborado, ya tendría la oportunidad de acabarla dolorosamente. Aun así, se sentía abatida por tener que soportar tanto dolor nuevamente que no sabía qué más hacer. Por ello, se había mantenido encerrada en su habitación y bañada en alcohol, lágrimas y agonía por tener que escuchar las mismas voces de siempre que la orillaban a herir y a herirse a sí misma una y otra vez. Se cubrió los oídos con fuerza intentando no escucharlas, pero era completamente inútil. Allí estaban, y constantemente recordándole que tarde o temprano terminarían por destruirla. Golpeó los costados de su cabeza con las muñecas, no se detenían y eso la llevaba a autoinfligirse dolor físico, cosa que para ella no era absolutamente nada fuera de lo común pues ya estaba tan acostumbrada a ello. Escuchó un sonido extraño proveniente del recibidor y se puso de pie lentamente, sin embargo, su reacción no reflejaba miedo o preocupación, o desconfianza. Le valía quien o qué estuviera fuera esperándola.

La puerta de su cuarto sonó tres veces y detrás de ella apareció él otra vez.

— Oye, te juro por lo que más quieras que llamaré a la policía. Esto es invasión a la propiedad privada. —vociferó la mujer ante la presencia de Leonardo, quien solo atinó a mirarla con empatía—. Te dije que si te acercabas otra vez...

— Lo recuerdo perfecto, pero no me interesa. Voy a ayudarte.

— ¡Dale con lo mismo! Yo no quiero que me ayudes en nada, ¿por qué buscas joderme la vida? —la mujer logró esquivarlo y salir de la habitación. El castaño la siguió moderadamente mientras iba gritándole por el pasillo—. ¡Vete de mi casa y finge que no existo!

— Sabes que necesitas ayuda profesional, Daphne. Eres demasiado inteligente como para ignorar semejante cosa.

— Tú no me conoces, así que cierra la boca y mantente lo más lejos de mí que puedas.

Leonardo la tomó suavemente del brazo intentando bajarle su despotismo.

— Escucha, no estás bien. Jamás, desde que fuiste diagnosticada con tantos trastornos, lo has estado. —expresó el hombre poniéndola cara a cara con él—. No quiero joderte la vida, no quiero hacerte daño. Quiero ayudarte, porque... 

— ¿Por qué? —preguntó alterada apartando sus manos de su cuerpo. El hombre pensó en algún subterfugio para cubrirse la espalda, pero lo cierto es que no sabía con exactitud la razón por la que no podía dejarla en paz.

— Porque fuiste mi paciente, y no me agrada que mis pacientes padezcan o sufran.

Daphne sonrió burlona y elevó las cejas, sorprendida.

— ¡Qué atento, doctor Kozlov! Debería ayudar a los desamparados también.

— Lo hago. —comentó el hombre totalmente apacible. La pelinegra puso los ojos en blanco y negó malhumorada.

— Bien, ahora vete de mi casa y no regreses porque voy a poner láseres en la maldita entrada, veremos si así te sigue gustando frecuentar.

El castaño escondió una risa por aquel comentario, y con descaro le preguntó.

Inefable DelirioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora