Capítulo 39: Exulansis

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Leonardo se quedó viéndola con apego y ella arrugó la frente con una media sonrisa.

— ¿Por qué siempre me ves así?

— ¿Ya te había dicho lo hermosa que eres? —preguntó acariciándole su hombro. Daphne asintió un tanto desorientada, no era para menos con ese hombre. 

— Sí, alguna vez creo. ¿Te importaría volver a decírmelo? 

— Te lo repetiré las veces que sean necesarias, muñeca. Eres hermosa, demasiado hermosa... —respondió tomando con las manos su rostro tercio y ruborizado. Se acercó a sus labios y ella recibió los suyos sin ningún problemas. Lo que sentía por ella y estando con ella era algo inasequible como para ponerlo en palabras. Se alejaron lentamente y se permitieron apreciarse unos segundos—. Ya casi oscurece... ¿Quieres comer algo? Sé hacer unos pancakes muy ricos.

La pelinegra levantó sus hombros y se volteó para intentar dormir un poco.

— ¿A estas horas? —espetó dudosa. El castaño la observó con obviedad, por lo que terminó aceptando su recomendación—. Si encuentras lo que necesitas, por mi está bien.

— De acuerdo, ahora vuelvo. —objetó plantándole un beso en su hombro. Las marcas y cicatrices que tenía en la espalda lo dejaron sin habla, se parecían a la que había divisado en su monte de venus. Eran tan profundas que probablemente habían costado sanar, pensó. Quiso indagar, pero eligió contenerse y dejar que todo fluyera. Se puso de pie y se colocó solamente la parte inferior de su ropa, de todas formas aquella mujer lo había visto dos veces como Dios lo trajo al mundo. Enseñar el torso era lo de menos. Buscó su teléfono para tantear mensajes o alguna novedad y el mensaje que leyó logró desestabilizarlo. "Dile a esa mujer que el dinero le fue devuelto a su cuenta". ¿Heather le había regresado el trabajo a Daphne? Caminó hacia la cocina con una sonrisa, esa mujer tenía un corazón puro muy en el fondo aunque tratara de ocultarlo. Sabía que lo había hecho más por él que por nadie, pero de todas formas saber que la pelinegra volvería a sustentarse de nuevo le daba algo de tranquilidad, ya la incitaría a valerse por sí misma, pero un paso a la vez. Buscó los ingredientes que necesitaba por todos lados, por suerte los tenía todos aunque el harina era escaso. De todas formas se dispuso a hacer lo mejor que pudo, sin embargo, antes de romper los huevos su móvil sonó. Era Heather. Observó a un costado de la puerta por si la pelinegra se acercaba, y tomó la llamada—. ¿Heather? Buenas noches...

Buenas noches, lamento llamarte. ¿Inoportuno?

— Ah, no. Claro que no... ¿En qué puedo ayudarte?

Hace unas horas te envié un mensaje de texto. ¿Lo has recibido? —quiso reírse al escuchar el tono de Heather, parecía tímida y apenada. Afirmó con un sonido proveniente de su garganta.

— Así es, acabo de leerlo. Gracias por hacerlo, sé que no la toleras, pero aun así...

Lo hice por ti, en realidad. Te preocupa ella y tú me preocupas a mi. —se sinceró la mujer mordiéndose una uña. Nuevamente Leonardo acertaba en su lógica.

— Aprecio de corazón lo que haces, gracias Heather. ¿Cómo se supone que debo comunicárselo?

Eso sería sospechoso, es posible que se le haya enviado un correo para informarle de la situación.

— ¿Qué te hizo cambiar de opinión? —preguntó sosteniendo el celular con su hombro para poder encender la hornalla y colocar el sartén más fácilmente. 

Ethan sabe la verdad, sabe quien soy realmente... De hecho, su familia vino a la mansión Ripoll y también lo saben. Fue hace unas horas, yo decidí hablar con la verdad... —aquello dejó desconcertado a Leonardo. Seguía pensando que la rubia ansiaba vengarse, pero en el fondo le dio mucho gusto que su alma se liberara por fin.

Inefable DelirioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora