Capítulo 1: Un comienzo

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Amanda estaba terminando de alistarse para ir a trabajar, tenía algunas ojeras de tanto desvelarse por su madre quien no dormía desde hace días. Sin lugar a dudas la pérdida de su prima había deteriorado el corazón de su mamá, y no la culpaba en lo absoluto. Heather había sido muy dulce con ella, había llorado su muerte en silencio, para ella todo era tan ridículo. No tenía ni una pizca de sentido, pero la pelirroja ya no estaba y eso era un hecho crudo y agridulce que debía aceptarse. Se vio por última vez en el espejo y tomó sus pertenencias para salir del cuarto. Se había mudado con Barbara desde lo de Heather. Eso sí, no había vuelto a saber de su supuesto padre, pero en su defensa, ni siquiera podía recordar con exactitud lo que le había sucedido aquel día cuando después de verlo había perdido la conciencia, solamente recordaba el sentimiento de confusión y pánico que la había atacado de un momento a otro cuando supo quién era el hombre. Aun así, no sabía que le había pasado pues no había vuelto a buscarlas, y para ella era lo mejor. No tenía pruebas, pero tampoco dudas de que su madre lo había exiliado para siempre, o quizás lo había amenazado con algo con tal de no volverse a acercar. Prefirió no indagarle a Barbara nada sobre él, al menos hasta que se recompusiera un poco. Fue de puntitas de pie hasta el cuarto de su mamá y lo abrió con lentitud, quedándose ahí. 

Estaba todo tan oscuro para ser las ocho de la mañana.

— ¿Mamá, estás despierta? —lo único que obtuvo por respuesta fue un sonido proveniente de su garganta. Amanda entró por completo y se acercó a su madre, estaba recostada y con los ojos cerrados. Cerrados e hinchados—. Mamá, por favor. Ya no estés triste, me duele mucho verte así y no poder hacer nada. Sé que la partida de Heather te ha lastimado muchísimo, ¿pero crees que a ella le hubiera gustado verte así toda deprimida?

— Ella se fue y no pude despedirme, Amanda.

 Mamá... Barbara la miró y se sentó sobre la cama con desgano. Con la voz entrecortada y las lágrimas brotando de sus ojos comentó nuevamente.

 Heather murió y no pude decirle lo mucho que la amaba, lo importante que fue para mí... Lo único que pude hacer fue hundirla y no salvarla como se lo había prometido, le había prometido sacarla de ahí para siempre y mira. Está muerta, murió incinerada dentro de ese maldito hospital, pagando por un crimen que estoy segura no cometió.

Amanda dejó caer una lágrima.

— Lo sé mamá, lo sé. Pero tienes que calmarte, debes seguir peleando por vivir, por defender la memoria de Heather. No puedes echarte a perder en esta cama toda tu vida, hay que continuar caminando. —tomó la mano de su madre y con una sonrisa cálida replicó—. Tengo que ir a trabajar, fueron días los que no me presenté y no puedo perder mi empleo. Llámame si necesitas algo, ¿de acuerdo? Te amo.

— Ten un buen día, mi vida. —objetó limpiándose las lágrimas y dedicándole una media sonrisa. Amanda se alivió mucho al verla un poco más calmada y se fue. Al cabo de unos minutos, Barbara decidió ponerse de pie. Vio un portarretrato suyo junto a su sobrina y no pudo evitar sollozar al ver aquella sonrisa tan preciosa—. Perdóname mi amor, perdóname por no haberte rescatado a tiempo. Sólo dime que estás bien donde sea que estés, dímelo en mis sueños, por favor. 

La mujer atrajo la fotografía hacia su pecho y la mantuvo allí por un buen rato mientras se dejaba llorar como veía haciéndolo por días seguidos. La culpa que sentía dentro era demasiada grande como ignorarla y continuar como si nada. Pensar en el dolor de Heather la torturaba todos los días desde que había muerto, lo tenía tan presente que podía imaginar sus gritos pidiendo ayuda, quedándose poco a poco sin fuerzas y sin voz. Se sentía extremadamente culpable por su muerte y estaba dispuesta a pagar lo que fuera por redimirse si es que aún podía hacerlo. El recuerdo de Heather la acompañaría toda la vida, y aunque ella haya elegido desligarla de su vida antes de morir, nada cambiaba en Barbara lo que sentía por su pelirroja.  Heather despertó de un brinco, estaba un poco desorientada por aquel extraño sueño, un sueño donde escaseaba la luz y solo podía oír las voces de Barbara y Josephine llamándola, sin embargo, pudo reconocer la última voz que se había colado. Era la de aquel hombre que había amado con todo su ser, y ahora despreciaba con todas sus fuerzas vitales. Su pecho se infló bruscamente buscando un poco de aire pues seguía sin entender nada de lo que había soñado. 

Inefable DelirioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora