Epílogo

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Durante la mañana, Ethan y Heather se habían dedicado a pasar el tiempo juntos, recordando los mejores momentos que habían construido juntos. Sus corazones estaban felices, se sentían ellos otra vez al estar cerca de la persona que amaban. Heather le había preparado el almuerzo, luego habían recorrido fugazmente la ciudad en el auto del hombre y al regresar a la casa, Ethan le hizo el amor una vez más. Ella se entregaba sin problemas a él, ya no tenía pretextos suficientemente fuertes como para rechazarlo, y además era algo que no quería hacer tampoco. Él sabía que pronto se vería con Leonardo, por lo que buscó un subterfugio de lo más convincente para dárselo a ella y poder regresarse a su departamento. No quería que estuviera al tanto de lo que iría a hacer con aquel hombre, prefería que estuviera al margen de la situación y que jamás se enterara. No le gustaba tener que ocultarle algo así a ella, estaban comenzando a componer su relación y debía ser frontal con ella. Tal vez en el futuro se lo contaría, pero en ese momento elegía actuar a solas porque necesitaba tener esa privacidad con aquel hombre que había salvado en más de una ocasión a su mujer. Se vio a si mismo en el espejo de su habitación sin poder acreditar que había pedido una cita en el consultorio de Leonardo sin fines beneficiarios para él, o quizás si. No era algo tan sencillo como parecía tener que ver de nuevo al hombre con quien ella también se había acostado, pero no tenía por qué enfadarse. Ambos tuvieron deslices en su vida desde que se habían separado, no había nada que reprochar. Bajó de su auto observando la dirección en su móvil, era una hermosa mansión estilo moderna la que tenía frente a sus ojos, era fácil de apreciar sus alrededores con aquellas rejas de metal grueso. ¿Se había equivocado de lugar? ¿Leonardo se había burlado de él? Las dudas lo invadieron.

Sus preguntas se respondieron solas cuando el castaño salió del lugar para abrirle las rejas.

— ¿Creíste que te había enviado al lugar equivocado? —replicó burlón al invitarlo a pasar. Ethan lo miró fijamente a los ojos y asintió vagamente.

— La verdad es que sí. ¿Vives aquí?

— No, este lugar no es una casa Ethan. Bueno, tal vez lo sea para quienes necesitan de una. —explicó caminando delante suyo. Ethan frunció el entrecejo ante sus palabras, y Leonardo prosiguió mientras subían una extensa escalera—. Esta es una institución de salud mental, es nueva. Pocos saben de su existencia, la mandé a construir hace poco más de dos años y hace un par de meses comenzó su funcionamiento. No hubo ninguna publicidad, solo hay un cartel enorme un par de kilómetros de aquí.

— Ya veo... Es inmensa.

— Tiene que serlo, es casi tan inmensa como la mente de una persona atormentada. ¿Irónico, no? —dijo abriéndole una enorme puerta que conducía a un pasillo sumamente iluminado por la luz natural que se colaba por todas partes. Ethan quedó anonadado por la calidad del lugar, observó a varios médicos inyectarle una aguja a una paciente. Uno de ellos abrazaba cálidamente a la mujer quien lloraba. Sin embargo, era contenida por todos ellos. Él se quedó viendo la escena sin importarle el porqué estaba ahí, y Leonardo lo notó—. Ella acaba de ser ingresada, intentó lastimar a su hija pequeña con jeringas hace dos días. Vino voluntariamente porque supo que algo no andaba bien con ella. Resulta que sufre de varias enfermedades mentales... Tuvo mucha fuerza de voluntad para controlar su mente y venir aquí.

Ethan sintió una punzada en el pecho, ¿por qué Heather no había corrido con la misma suerte con médicos así?

— Es fuerte, se recuperará. ¿Verdad? —preguntó quisquilloso volteando a verlo. Leonardo elevó sus cejas con sorpresa, pero luego asintió.

— Sí, aunque llevará algo de tiempo. Son muchas evaluaciones de por medio, medicamentos constantes... Pero volverá a estar con su hijita. —respondió viéndolo de reojo. El castaño parecía movilizado por aquella escena, supuso que al saber la verdad recordaba la situación de la rubia y eso lo torturaba. Aclaró su garganta llamando su atención y señaló la última puerta de aquel pasillo—. Ven, vamos a mi consultorio.

Inefable DelirioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora