Capítulo 18: Quédate y abrázame

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Había salido temprano en la mañana a correr un poco, necesitaba despejar su mente recargada y el corazón hecho un embrollo. No supo nada de Leonardo en varios días luego de aquel encuentro fatídico entre los dos, ni siquiera respondía sus mensajes o tomaba sus llamadas, pero sabía muy en el fondo que no se había alejado del todo, algo en su interior se lo decía fervientemente. Regresó a su departamento a las seis en punto y lo primero que hizo fue ducharse, disfrutó del agua tibia al cien por ciento. Llevaba demasiado estrés encima suyo y no sabía cómo deshacerse de tanto lio, no podía dejar de pensar en Leonardo, pero tampoco lograba dejar de pensar en Ethan. Josephine tuvo tanta razón, no podía amar a nadie como lo hacía con Ethan. Aunque tratara todo por detestarlo y aborrecerlo con su ser, le era casi imposible. Su corazón jamás había logrado borrarlo por completo y le había costado el cariño y compañía de Leonardo. Pero él se merecía alguien mucho mejor que ella y capaz de hacerlo feliz, de hacerlo sentir el único amor de su vida, pues lamentablemente ella no era la indicada para hacer tal cosa y él lo sabía, lo había descubierto de la manera más fría y ruda posible. Media hora después se fue directo a la cocina a desayunar, tenía que ir a trabajar a pesar de no tener ganas ni de respirar. 

Vio a la mucama aspirar la alfombra de la sala y con una seña la llamó.

— ¿No has sabido nada del señor Kozlov?

— No señora, no le he visto en toda la semana. Lo siento. —dijo la mujer apenada. Heather asintió tristona, pero insistió de todas formas.

— Sé que mientes, te pagó por tu silencio. ¿Verdad? —cuestionó la rubia mientras bebía del zumo. La mujer se quedó descolocada ante aquella pregunta—. En el vestíbulo me informaron que hace dos días vino aquí por unos papeles en la mañana, y tú estabas en la casa.

— Señora, yo...

— Tranquila, no voy a presionarte a nada, solo dime. ¿Está bien? No necesitas decirme donde está, solo quiero saber... ¿Leonardo está bien?

La mujer la vio tan preocupada que no pudo negarse a responder.

— Lo vi bastante bien, señora. Es decir, no lo vi delgado ni nada por el estilo, pero si lucía deprimido.

— Gracias, necesitaba saberlo. —replicó Heather asintiendo. La mujer se retiró lentamente y continuó haciendo su trabajo. La rubia se quedó pensando un buen rato sobre lo que había escuchado, sabía que era la principal responsable de que él estuviera mal. Le quemaba haberlo herido de la manera en la que lo hizo, podía comprender su afán por querer estar lejos de ella. Suspiró dando por terminado el asunto, por el momento, y tomó la tarjeta que el castaño le había dado antes de marcharse. 

Marcó el número del hombre y esperó una respuesta.

— ¿Hola?

— Hola, usted no me conoce. Pero necesito que me brinde su ayuda para una investigación de suma importancia. —objetó Heather poniéndose de pie y cerrando la puerta de la cocina.

— Entiendo, ¿con quién me estoy comunicando? —preguntó el hombre acomodando unos papeles en su escritorio. Hubo un largo silencio y eso llamó su atención. Heather tomó asiento nuevamente y no supo que decirle, pero él pareció intuirlo—. No se preocupe, mi trabajo y mi palabra son confidenciales.

— Soy... —la mujer sintió la garganta seca, por lo que acomodó su voz—. Soy Heather Ripoll.

El hombre quien yacía sentado brincó de la impresión.

— No es posible... —murmuró para sí mismo, creía estar alucinando—. ¿Heather Ripoll de Ripoll's Inc? ¿La hija de Christopher? Creí que estaba...

Inefable DelirioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora