Capítulo 41

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Santa

Por más que trate de mantener la calma me ha costado un mundo lograrlo. Tengo posibilidades de salir sola del lugar o al menos llegar lejos y pedir ayuda antes que dieran conmigo de nuevo, sin embargo lo que me detiene es saber que no puedo hacer que el hombre de más de setenta corra.

Prefiero mil veces quedarme para buscar el momento exacto de hacerlo. He estado fijandome en como se maneja la vigilancia estas horas. Se han turnado, dos están pendientes de nosotros todo el tiempo pero cuando lo hace el tercero no me gusta estar en su campo visual. Me da escalofríos esa mirada carente de respeto por la vida.

Es tarde, casi las diez según el reloj en la pared arriba de la puerta del dormitorio. Tal vez no sea exacta, pero es la única forma de saber más o menos en qué horario estamos.

Me froto las rodillas con las manos, el abuelo yace sentado en el suelo con la cara entre sus manos por breves segundos en lo que el intenso frío me hela los huesos. Debería haber usado algo más cubierto, solo que no tenía previsto que me secuestraran.
Escucho pasos afuera, las zuela de zapatos golpeando con lentitud y peso contra el mármol me recuerda que están ahí. Todo el tiempo.

Alguien mastica algo crujiente, puedo oír ligeramente recordándome que no he comido nada. Solo he ingerido agua al igual que el abuelo.

__ En diez minutos vendrá ese sujeto. - vuelvo a ver a mi abuelo cuando habla. - Quiero que te vayas, Santa. Olvida eso de los dos o los dos ahora.

__ Deja de insistir en lo mismo.

__ Y tú deja de comportarte como una niña. - regaña, sorprendiendome - Si te digo que corras, corres. Si te digo que te vayas, te vas.

__ Abuelo.

__ Abuelo nada. General Tomás Preston. - ordena con voz clara, seria y hasta diría que enojado. - Obedece porque me vas a decepcionar si no lo haces.

Cuando quiero hablar pone una mano al frente a tiempo que la puerta es abierta. El tipo que estaba en vigilancia tira de mi brazo para ponerme de pie a las malas.

__ Si por mí fuera, me cobrara de otra manera. - huele mi cabello pegandose a mi espalda. Contengo el impulso de escupirle, no lograré más que enfadarlo y podría dañar a quien adoro.

__ Suéltala. - espeta mi abuelo. - O te juro que mostraré que amenazar con un arma no es lo que único que se puede hacer con ella.

__ ¿Que podrías enseñar tú? Un viejo de cuánto ¿noventa?

__ Más de los que vivirás tú. - le dice logrando que algo en el sujeto reaccione, tomando mi brazo solamente.

Ese lado de hombre con agallas suficientes para poder amedrentar a muchos sale a flote en ocasiones y es a lo que Santiago le huyó la única vez que habló con él. Muchos lo han hecho consciente o inconscientemente.

Me dirige hasta la sala en donde veo a Santiago abrir una maleta que coloca sobre la mesa. Me muestran el filo de una navaja como si con eso me pudieran asustar. Cortan la soga que me libera las manos dejando al descubierto las líneas rojas rodeando mis muñecas.

__ Te ves hermosa. - hago a un lado el rostro cuando lo quiere tocar. - Antes eras muy afectuosa conmigo.

__ Antes. - repito. - Antes de darme cuenta del bastardo que eres.

__ Tu me amas. Eso no pudo cambiar.

__ Si que eres descarado. - evito me toque. Sabe que no logrará nada y retrocede indicando que no forzará nada. - ¿Que quieres de mí? No ganas nada obligándome a verte a cada nada.

__ Debemos irnos hoy mismo. - menciona apurado. Saca varias prendas hasta que una camisa negra aterriza en mi cara. Un pantalón igual junto a un a abrigo grueso que veo con detenimiento.

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