Prólogo

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- En la antigüedad se consideraba que un Omega nacía con el único propósito de ser de un alfa... – Aemond dijo, su paso lento hasta estar frente al joven castaño. – Pero ahora se que estaban cometiendo un error, uno muy grave. – El peliblanco se inclino lentamente hasta que su rodilla tocó el frío piso de piedra. – Nosotros hemos nacido para ti, Lucerys.

El joven miro fijamente el único ojo que el mayor tenía, absorbiendo cada gota de adoración con la que este le miraba. Entonces suaves sonidos de ropa y zapatos moviéndose resonaron y su mirada se alzó, observando ante él un hecho nunca antes visto.

Seis Alfas fuertes y talentosos, arrodillándose ante el... un Omega.

– Nacimos para servirte, cuidarte y protegerte. Te seguiremos hasta el infierno si hace falta, Omega. – Su hermano de sangre declaro, la mirada llena de convicción no dejo ni una duda en el joven.

– Y te daremos todo lo que desees, querido. Solo pídelo y será tuyo. – El más joven de los tres hermanos Targaryen pronunció, observando al Omega con la misma adoración que Aemond.

– ¿Cualquier cosa? – Lucerys pregunto con una sonrisa burlona, una clara herencia de la princesa Rhaenyra.

– Cualquier cosa, pequeña joya. Lo que tú desees, te lo conseguiremos sin importar que. – Aegon afirmo de inmediato, sin duda alguna.

– Entonces... – Lucerys sabía que estaba pisando terreno peligroso pero cuando seis de los alfas más fuertes y codiciados de los siete reinos desean dártelo todo, sería muy estúpido de su parte desperdiciar dicha oportunidad.– ¿Que tal el trono de hierro?

Había sido dicho, no hay vuelta atrás. El joven castaño lo sabía, ahora vería si los alfas realmente eran tan sinceros. Si cumplirían su promesa.

– Si eso es lo que deseas... – Comenzó Aemond.

– Entonces lo tendrás. – Finalizó Aegon.

– Conseguiremos el trono de hierro para ti, nadie más se sentará en el. Y pondremos una linda corona sobre tu hermosa cabeza, pequeño dragón. – Cregan Stark finalmente se pronunció. – Te daremos el mundo entero, cada roca y árbol, cada joya y pueblo de los siete reinos te perteneceran. Todo será tuyo, Omega.

– Y quien intenté desafiar tu reinado, vera su asqueroso fin en nuestras manos. Rogaran por tu perdón, uno que jamás llegará. Los llevaremos a la locura y morirán en agonía. – Aemond declaro.

Lucerys observó como cada uno de sus alfas asentía ante la amenaza de Aemond, todos de acuerdo con sus palabras. Y no pudo más que sonreír mientras alzaba su barbilla con evidente poder.

Sabía que llegaría el día en el que se sentaría en el trono de hierro y portaria la corona de su abuelo, el Rey Viserys Targaryen. Pues confiaba en cada uno de sus alfas y veía en sus miradas la más firme convicción, ellos ya lo veían en el trono. No había duda alguna, se lo darían sin importar lo que tuvieran que hacer para conseguirlo. Ni que obstáculos tuviesen que eliminar para asegurar su reinado.

Pronto las antiguas tradiciones se romperían y nada volvería a ser como antes, un cambio arrasaría con los siete reinos y el suelo temblaría. Pues por primera vez desde la caída de la gran Valyria...

Un Omega en Rey se convertiría.

El omega que fue prometido Donde viven las historias. Descúbrelo ahora