La calle de la seda

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La desaparición del hermano de la reina, Gwayne Hightower, fue una noticia que se extendió rápidamente por el castillo. Alicent ordeno una búsqueda en cada parte de la fortaleza y el pueblo, pero no dió resultados.

Las respuestas llegaron a ella en forma de una pequeña roca de la playa puesta a las afueras de sus aposentos. Nadie de sus sirvientes supo quién la había puesto ahí. Más tarde, Alicent detuvo las búsquedas y dijo que su hermano se había ido apresuradamente a resolver algunos negocios, dejándole una carta que ella no había visto antes.

Lucerys sabía que eso era mentira. Por la forma que ella lo miró, la reina ya suponía el final que tuvo su hermano.

Pero como le había dicho a Gwayne, Alicent no diría nada. Sabía que no le convenía. Si hablaba, Lucerys también lo haría y eso mancharía el deplorable apellido Hightower. Algo que no podían permitir. Y mucho menos perder los títulos que tenían ahora como reina y mano del rey.

Durante los próximos días, Alicent se mantuvo encerrada en sus aposentos, guardándole el luto en secreto a su hermano. Pues al final del día, era su sangre, había crecido con él. Todo ese sufrimiento no era algo que Lucerys gozará, pero tampoco se arrepentía de sus acciones. Gwayne merecía morir.

Aprovechando el auto impuesto aislamiento de la beta, Luke pasó su tiempo con Aegon, estrechando un lazo con él.

Resultaba que aunque su tío era indudablemente un borracho y bastante carente de modales, también podía ser una persona decente estando sobrio. Le gustaba hablar de dragones y a menudo decía que le gustaría más permanecer en calma en los jardines, en lugar de pelear. A oídos de Lucerys, Aegon sonaba a "Sólo quiero que los demás me dejen en paz y poder estar tranquilo el resto de mi vida, comiendo y feliz". Lo que de hecho le causaba cierta ternura.

Pronto empezaron a dar paseos en sus dragones y bebían durante las noches una copa o dos, incluso Aegon se había atrevido a invitar a Lucerys a bailar. Era bastante torpe en ello, sinceramente. Solían caminar por el jardín también, hablando sobre el deseo del omega de viajar por los siete reinos y conocer al pueblo.

Un día, Aegon había invitado a Lucerys a la calle de la seda, como burla sobre los rumores de que había estado ahí con Dalton. Luke acepto sólo para molestarlo.

Y ahora estaban ahí.

En medio de la noche, recorriendo la calle de la seda, Lucerys recordaba lo poco higiénico que era el sitio. Pero sabía que la adrenalina de estar aquí, de ver a otros besándose y tocándose, era lo que atraía a tantos a este lugar.

Fue mientras veían a una pareja dándose un beso bastante apasionado que Aegon se acercó demasiado a él y susurro algo a su oído.

– ¿Te gusta eso? Ver la pasión de otras personas.

Una traviesa mano se atrevió a bajar por su abdomen, llegando hasta su entrepierna y apretando sobre el pantalón. Lucerys tuvo que hacer un esfuerzo para callar el pequeño jadeo que se le iba a escapar. La respiración del alfa sobre su oreja no estaba ayudando.

– Aegon...

– Escuché que el lobo disfruta de ciertos privilegios... ¿Podría hacerlo yo? Me he portado bien, Lucerys.

Sólo basto un asentimiento para que Aegon lo jalara lejos de ese sitio y de las personas, llevándolo a un callejón en donde no los verían, pues la atención estaba puesta en el espectáculo que otros daban.

Sus labios se juntaron en un beso apasionado, mientras Aegon prácticamente molía su cadera contra la de Lucerys. Ambos buscando más roces, más placer, algo que los liberará. Sintiendo esa pequeña punzada de adrenalina al saber que podían ser vistos en cualquier momento.

Mierda, ambos eran tan exhibicionistas que casi deseaban que alguien los descubriera.

– ¿Quieres algo especial? – Lucerys susurró antes de morder el labio ajeno.– Te daré algo que Cregan no ha tenido.

Con esto dicho, Lucerys se agachó para ponerse de rodillas. Con fuerza jalo los pantalones del mayor junto con su ropa interior, liberando un miembro erecto y grande, el nudo justo en la base.

Tomo el miembro en su mano y lo masturbo durante algunos segundos, tentando al alfa, jugando un poco con él. Hasta que decidió introducirlo en su boca, lentamente dejando que entrará en ese lugar mojado y caliente.

Aegon soltó un jadeo, aferrándose a la pared con ambas manos. Era jodidamente bueno y ni siquiera se había movido.

Complaciendo al alfa, Lucerys empezó a mover su boca sobre el miembro ajeno, llevando un vaivén lento durante algunos minutos. Uno que pronto comenzó a ser más rápido. Hasta que se estaba follando la boca con el pene de Aegon.

– Mgh...

Algunos sonidos obscenos salían de la boca del omega, sentía como el miembro del contrario llenaba toda su cavidad bucal al entrar por completo, pero eso no lo detenía. Le gustaba escuchar los jadeos del mayor, sabía que lo estaba volviendo loco y eso le daba cierta sensación de poder. Era él quien dominaba la situación. Y no pararía, no hasta obtener el semen del alfa.

Una, otra y otra vez saco y metió el miembro de Aegon, empapando cada parte de este con su saliva, chupando la punta de vez en cuando para sacar los calientes gemidos que el peli-blanco dejaba escapar.

– Lu... Lucerys... – Aegon dijo, con voz entrecortada. – Mierda,  lo haces tan bien. Oh, dioses...

Aegon dejo caer la cabeza contra la pared, pegándose en el proceso, aunque no fuerte. Una manera de tratar de liberar un poco del placer que el omega le estaba dando. Lo volvía loco, hacia que todo su cuerpo temblará.

– Me voy a venir... No aguanto más, omega.

Con algunos movimientos más de la boca de Lucerys, el alfa finalmente se vino, llenando la boca del menor de su esencia y un grito ahogado de parte de Aegon.

Lucerys trago el líquido que entraba en su boca, cuidando de que Aegon no fuera a anudarle ahí, eso sería un problema. Lo último que quedaba, dejó que le salpicará la cara, sonriendo mientras "limpiaba" el miembro del mayor para después acomodarle los pantalones.

Aegon permanecía recargado en la pared, sin aliento.

– Me gusta tu sabor, alfa. –Lucerys dijo, tomando un poco del salado líquido blanco con su dedo índice y llevándoselo a la boca. – Incluso podría volverme adicto.

Tomando el pañuelo que Aegon llevaba en la ropa, se limpió lo que restaba del líquido de su cara. Y le recorrió con una mirada lasciva, haciendo tragar saliva al mayor.

– Pero tienes que seguir portandote bien.

Con eso dicho, se acerco al alfa y una vez más, le robó un beso. En esta ocasión, mordiéndolo hasta que el inconfundible sabor de la sangre llegó a sus labios.

– Vámonos.

Lucerys ordeno al separarse, caminando tranquilamente, como si no hubiera dejado al mayor con las piernas temblando.

Y Aegon no dudo en seguirle.

El destino de uno más
quedó sellado.

El omega que fue prometido Donde viven las historias. Descúbrelo ahora