Rhaenys Targaryen

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Lucerys despertó al día siguiente con los ojos llenos de lagañas y las mejillas repletas de lágrimas secas, Cregan a su lado aún abrazándolo y sin rastro de Jacaerys.

El joven lobo despertó no mucho después y ordeno a un guardia que custodiaba por afuera la puerta que llamara a Amelia para que preparara un baño de agua tibia y trajera el desayuno.

Cuando la criada tuvo listo el baño, se le ordeno que empezará a traer el desayuno mientras Lucerys y Cregan se aseaban juntos. Los sirvientes más leales y cercanos a Lucerys estaban al tanto de la íntima relación que estos compartían, por lo que a ninguno le parecía extraño que tomarán el baño juntos.

Amelia incluso solía decirle a Lucerys que de casarse, Cregan sería un digno esposo para el. A lo que el joven príncipe solo sonreía y se mantenía en silencio, sabiendo que la criada estaba más que consiente de que Cregan ya había tocado su cuerpo en repetidas ocasiones. Pero Amelia no lo juzgaba, era tan leal a Lucerys que incluso si este perdía su doncellez antes del matrimonio, la criada encontraría una manera de defenderlo.

Pocos eran los sirvientes tan leales como Amelia que estaba dispuesta a dar su vida por el príncipe Lucerys.

Amelia termino de servir el desayuno en la pequeña mesa de la habitación justo cuando ambos hombres salían del cuarto de aseo personal del príncipe.

– Puedes retirarte, Amelia. Me encargaré desde aquí. – Cregan le ordeno a lo que la muchacha hizo una reverencia y salió de los aposentos.

Cregan condujo a Lucerys a la mesa y le sirvió un poco de agua en una copa. Ambos comenzaron a comer pero el menor no parecía con mucho ánimo.

– Necesitas comer más, Lucerys... – Cregan dijo pero el menor no le prestó atención.

Cuando sonaron unos golpes en la puerta, los dos voltearon de inmediato, Lucerys no deseaba ver a nadie y Cregan temía que fuese la princesa Rhaenyra queriendo regañar al menor.

– Iré a ver quién es, sigue comiendo, porfavor. – Cregan pidió levantándose y caminando a la puerta. Una vez ahí la abrió lentamente. – El príncipe Lucerys no desea ver a nadie, así que... – Su voz se detuvo al ver quién era la persona que había tocado. – Príncipe Daemon...

– Estoy seguro de que Lucerys me recibirá a mi. – Le dijo y trato de pasar pero Cregan no se movió en absoluto, impidiéndole el paso. – Se que eres su protector y quieres cuidarle pero será mejor que te hagas a un lado, joven Stark. Soy su padre, no le haré daño.

– ¿Ha venido a pedir que se disculpe con la princesa? – Cregan pregunto sin importarle estar interrogando a un príncipe y no cualquiera, el beta Daemon Targaryen.

– No, he venido a hablar con mi hijo. Lucerys no debe disculparse.

Cregan sostuvo su mirada contra la de Daemon, tratando de ver en sus ojos si mentía, no importaba quien fuese, no dejaría que nadie le hiciera daño a su protegido, a su príncipe. A su querido Lucerys.

Finalmente decidió que si había alguien que pudiese hablar con el joven omega era su padrastro, el hombre que lo había criado y enseñado todo lo que sabía hasta ahora, aquel beta que era criticado por todo y aún así hacía caso omiso a los murmullos y seguía con la frente en alto.

Suspirando, Cregan se hizo a un lado y le dejo pasar. Dió media vuelta y cerró la puerta. Posicionándose en frente como guardian de los aposentos del príncipe.

– Yo vigilare la puerta, pueden dispersarse. – Cregan le ordeno a los guardias.

Solo esperaba no haber tomado la decisión equivocada.

El omega que fue prometido Donde viven las historias. Descúbrelo ahora