El Kraken rojo

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Una semana había pasado desde el castigo de Criston Cole, a quien la reina Alicent aún tenía como guardia personal, incluso sin una mano. El alfa estaba aprendiendo a usar la espada con la única mano que le quedaba.

Las cosas se ponían cada vez más tensas, Alicent no dejaba de esparcir rumores sobre el celo temprano de Lucerys y como se había dado porque el muchacho probablemente ya no era puro. Lo cual causaba un gran escándalo en la corte.

Sinceramente, Lucerys estaba arto de la mujer y sus chismes. Peor aún, le molestaba el hecho de que la gente hablaba mentiras, si iban a decir que ya no era virgen, al menos quería que fuera cierto.

Pero sabía que arrastrar a Cregan a esto no era justo, así que no se acostó con el. Tampoco con Jacaerys, su hermano también tenia una reputación que cuidar.

Este día, por la mañana, había vuelto a sentir que el calor regresaba a su cuerpo. No era tan intenso como la primera vez pero Amelia le había dicho que se debía a la poción, sin embargo el efecto no duraría mucho y necesitaba un alfa que lo calmara.

Todo era una mierda.

No queriendo pensar más en ello, Lucerys decidió dar un paseo por la fortaleza, esperando que tal vez eso aliviará un poco su cuerpo.

– ¡Joven dragón!

Lucerys dió un salto del susto, al escuchar tremendo grito tan repentino, miro a su criada y lentamente se dió la vuelta, viendo a...

Dalton Greyjoy.

Dalton, el Kraken rojo... – Lucerys dijo, sonriendo.

– El mismo que te encanta, mi dragón favorito.

Lucerys nego con la cabeza y se acercó al alfa, abrazándolo fuertemente. Ambos se dieron palmadas en la espalda y rieron, hace meses que no se veían.

– Te habías tardado en visitarme, crei que te olvidaste de mi.

– Jamás podría olvidarme de ti, mi dragón. Estuve algo ocupado pero no creas que no me han llegado todas las noticias de lo que hiciste este tiempo. – Dalton dijo mientras comenzaban a caminar por los pasillos. – Aún sigues metiéndote en muchos problemas.

– No es mi culpa, los problemas me buscan hasta por debajo de las piedras.

– Si, eso es cierto.

Lucerys sonrió al igual que Dalton, caminaron juntos por los pasillos, hablando de todo, la vida y lo que habían hecho hasta ahora. Lucerys sabía que Dalton había dejado de acostarse con mujeres de una noche y se aseguró de no dejar bastardos regados, por petición suya.

Dalton realmente quería la amistad de Luke, lo apreciaba tanto, que haría literalmente cualquier cosa por el joven omega.

Aunque volver a un buen camino no había sido facil.

Pero finalmente estaba donde se suponía debía estar, tratando de ser mejor persona, aunque su sed de pelea y sangre aún permanecían dentro suyo.

– Lucerys. – Llamo una voz detrás del dúo.

Al darse media vuelta, se encontraron con la princesa Rhaenyra de camino a ellos, acompañada solo de una dama.

– Madre, Dalton ha venido a visitarme, finalmente. – Lucerys sonrió pero eso desapareció cuando vio el rostro serio de su progenitora. – ¿Sucedió algo?

– Me alegro de que Lord Greyjoy viniera a verte, pero me temo que tengo algo sumamente importante que decirte. – La alfa dijo, dirigiendo su mirada al visitante. – Debo hablar con mi hijo a solas.

El omega que fue prometido Donde viven las historias. Descúbrelo ahora