El protector

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Cregan espero un tiempo afuera de la habitación del principe, sabiendo que Lucerys necesitaba calmarse antes de poder hablar con el. Sea lo que sea que Aemond le haya dicho, por la forma en que fue sacado, Luke lo había tomado a mal. Y era mejor dejarlo tranquilizarse antes de entrar.

Cuando Cregan pensó que ya era más seguro, abrió lentamente la puerta y entro a la habitación, observando a su alrededor en busca del menor.

– ¿Lucerys? – El alfa pregunto en voz alta.

Como respuesta recibió un beso acalorado en los labios, lleno de brusquedad y desesperación. Cregan fue empujado contra la pared y su camisa estaba siendo rota por el joven príncipe.

Cregan se dejó llevar por este arranque de pasión, permitió que su camisa le fuese quitada y tomo la cintura de Lucerys fuertemente para así machacar sus caderas sin piedad, haciendo que sus miembros se frotaran sobre la ropa.

Pero cuando las manos del omega bajaron hasta su pantalón e intento bajarlo, Cregan supo que esto iba en serio, así que tomo los hombros de Lucerys y lo aparto de el, rompiendo el intenso beso.

Cuando estuvo a punto de preguntar que le pasaba, se detuvo al ver las lágrimas resbalando por las dulces mejillas del menor, sus ojos rojos y llenos de desesperación.

– Tómame, Cregan... – Luke le imploro mientras llevaba sus manos a su rostro. – Hazme tuyo, toma mi doncellez antes que otro alfa lo haga.

– Lucerys... – Cregan no sabía que decir, no al ver la desesperación en los ojos del menor, como rogaba porque tomara lo que se suponía no le correspondía.

– Quieren casarme para ganar alianzas, no dejes que ninguno de esos estúpidos alfas tenga el honor de tomar mi primera vez. No les permitas sentirse dueños de mi cuerpo. – Lucerys le susurro a los labios antes de volver a besarlo.

Cregan estaba totalmente dividido, entre lo que es correcto y lo que su príncipe deseaba.

Habían tenido momentos íntimos juntos, algunos manoseos y coqueteos entre ellos dentro y fuera de estás habitaciones, en los pasillos desolados de la fortaleza, en la seguridad del baño, en la paz de los jardines. Pero nunca había pasado de eso, solo tocar y besar, nadamás.

Tomar la doncellez de Lucerys era sobrepasar los límites, tomar la primera vez del principe sin ser su prometido, su alfa, era burlarse de la corona. Incluso podía ser decapitado por el rey o acusado de aprovecharse del joven omega y ser alejado de su príncipe.

Pero incluso con todos esos peligros, Cregan aún estaba dispuesto a arriesgarse. Siempre haría lo que Lucerys le ordenará, lo que el pidiera se lo daría.

Porque Cregan sabía que era suyo, nació para servir a Lucerys Velaryon.

Como usted ordene, mi príncipe... – Cregan le dijo, tomando las mejillas del menor entre sus manos. – Voy a tomarte, Lucerys.

Ambos se unieron en un beso intenso, lleno de pasión, del deseo por el pecado. Y mientras sus lenguas danzaban entre si, Cregan llevo lentamente al menor a la cama. Ahí lo recostó y comenzó a besar su cuello, la deliciosa y suave piel del omega era perfecta.

Cregan comenzó a desabotonar la camisa del menor, ansiando ver una vez más al joven principe desnudo, el exquisito cuerpo que poseía.

Sus feromonas fueron liberadas, deseaba tanto aparearse con Lucerys, tomar lo que nadie más podría, llevarse su virtud. Darle su nudo y que el menor llevará a su primogénito en su interior.

Pero el olor a vino no estaba inundando la habitación.

En cambio, había un olor al agua del mar, el cual empezó a extenderse por toda la habitación. Llegó un punto en el que era difícil respirar para Cregan, sintiendo más como si se estuviera hundiendo en el inmenso mar. Cayendo cada vez más profundo, sin poder nadar a la superficie.

Era el olor que Lucerys desprendía cuando estaba asustado.

Los sollozos comenzaron a llenar el silencio de la habitación y Cregan se separó lentamente del menor, observando cómo sus mejillas eran empapadas de lágrimas. Lucerys no estaba disfrutando esto, no quería hacerlo, no lo deseaba... Al menos no ahora.

– No quieres hacer esto... – Cregan afirmo. – Tienes miedo de que alguien más te tome, un alfa que no te quiera para nada más que expulsar a sus herederos con la sangre del dragón, así que quieres desesperadamente perder tu doncellez para al menos conservar tu primera vez como algo tuyo y que no le pertenezca a nadie más.

Lucerys no respondió, solo observo al mayor con sus ojos rojos por las lágrimas, temblando en esa enorme cama.

– Pero está no es la forma, Lucerys.

– ¿No me deseas? – Pregunto el menor.

– Lo hago, joder te deseo tanto que mi alma quema por ti.  – Le dijo, acariciando suavemente su mejilla. – Te quiero más que a nada en este mundo. Pero tomarte ahora, mientras estás vulnerable, sería aprovecharme de la situación. Y no podría vivir sabiendo lo que te hice en un momento como este.

Cregan tomo a Lucerys de un brazo y lo jalo, hasta estar ambos sentados en la cama. El menor encima del mayor. Se abrazaron fuertemente, el alfa comenzó a acariciar el cabello del omega con gentileza.

– Llora Lucerys... – Cregan le susurro al oído. – Desahógate todo lo que quieras, yo estoy aquí, no dejaré que nadie vea tu momento de vulnerabilidad. Confía en mí, voy a protegerte de quien sea, si me he de enfrentar al mismísimo rey, entonces que así sea. Usaré hasta mi último aliento para cuidarte, mi príncipe.

Lucerys fijo sus ojos en los de Cregan, observándose intensamente, haciéndose un millón de promesas silenciosas.

– No deseo ser débil. – Luke le confesó.

– No lo eres, ni lo serás jamás. Naciste para dejar tu huella en el mundo, hacer que todos conozcan tu nombre y que incluso después de cien inviernos, la gente siga hablando de tu grandeza. – Cregan respondió, su voz firme y sincera. – Desahógate ahora y mañana saldrás de esta habitación con la cabeza en alto, sin una pizca de debilidad, emanando poder de cada parte de tu cuerpo. Tu destino comienza mañana, Lucerys. Y nadie te detendrá... yo me aseguraré de ello.

Los ojos de Cregan brillaban con la promesa que había salido de sus labios, cumpliría sus palabras hasta el final de sus días, sin importar que.

Los sollozos inundaron la habitación, las lágrimas saladas empapaban el hombro del joven lobo. Lucerys no retuvo nada, ni el más mínimo sentimiento de tristeza o coraje, dejo salir todo lo que había acumulado en su interior. Permitiendo solo al mayor verle en ese estado, en esa vulnerabilidad que lo consumía. Porque si había alguien digno de su confianza, ese era Cregan Stark, su protector.

Esa noche no se le permitió al principe Jacaerys entrar a los aposentos de Lucerys, en cambio Cregan se quedó con el menor, en la oscuridad del lugar.

Alfa y omega se abrazaron hasta el amanecer.

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Nota:

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El omega que fue prometido Donde viven las historias. Descúbrelo ahora