Beta y omega

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Lucerys se quedó durante aproximadamente 10 días en el norte, recibiendo uno a uno juramentos de los señores nobles y vasallos cercanos a los Stark, escuchando sus felicitaciones y recibiendo besos en la parte baja de su traje.

Pero más que eso, Lucerys se quedó para visitar cada día la cueva, tratando de entender los dibujos, que aún protegidos con magia se habían deteriorado un poco, intentaba descifrar que significaba cada uno de ellos. Ver su futuro en las viejas paredes.

Se había convencido de que aquel muchacho pintado en la pared si era el. Ya que en uno de los dibujos, justo a su lado, estaba Arrax. El dragón era idéntico al suyo, imposible no ver qué eran el mismo.

Pero el hecho de que un vidente lo había profetizado cómo rey, no quería decir que debía tomar el trono de inmediato, no podía hacerlo. Su madre había sido nombrada heredera y Lucerys nunca iría contra la palabra del rey Viserys, su amado abuelo.

En cambio, Lucerys comenzó a pensar una manera de poder ascender al trono en un futuro lejano. Al ver los dibujos se preguntaba de que manera podría tener una conexión hacia el trono, un camino libre hacia el.

A pesar de pensar más en ello, ninguna idea realmente buena llegó a su cabeza, por lo que Lucerys finalmente se retiró de Invernalia. Le fueron regalados cincuenta sirvientes por Rickon Stark y a cambio, le prometió volver pronto al norte.

Lucerys emprendió su camino de regreso a la fortaleza roja.

Fue en uno de los tantos días del largo viaje, mientras iba en la carroza, que el joven príncipe se animó a preguntarle a su protector algo que había estado dando vueltas en su cabeza desde que dejaron el norte.

– ¿Sabías la verdadera razón por la cual tu padre me pidió venir al norte? – Lucerys, que tenía su cabeza recostada en las piernas de Cregan, pregunto.

– Si... – El alfa respondió, acariciando el cabello del menor. – Lo sabía desde un principio. La cueva a la que te llevo es como un santuario para mi familia. Solo los Stark tienen permitido entrar.

– No soy un Stark. – Luke frunció el entrecejo.

– Pero eres nuestro rey.

Esa frase saco una sonrisa del menor, ni siquiera quería imaginarse el desastre que se armaría cuando la noticia de que el norte entero se arrodilló ante él llegara a Desembarco, eso sin duda disgustaría a muchas personas.

Pensar en eso trajo nuevas dudas al omega, quien volvió a fruncir el ceño, quería ascender al trono en un futuro pero entre más pensaba, menos ideas tenía.

– ¿En qué piensas ahora? – Pregunto Cregan.

– Si las pinturas de la cueva son ciertas, algún día tomaré el trono de hierro. Sin embargo, mientras mas pienso en ello, no encuentro el camino que debo seguir hacia la corona.

– ¿Necesitas alguna idea? – Cregan pregunto, recibiendo de Lucerys un asentimiento, se aclaró la garganta y prosiguió. – Creo que deberías mostrarle a tu madre porque eres digno del trono.

– Soy el segundo hijo, es tradición que el primero sea quien herede todo. – Lucerys explico. – Madre no aceptaría.

– También es tradición que sea un hombre quien ascienda al trono y aún así tu madre fue nombrada heredera. – Cregan miro directamente al menor y detuvo sus caricias. – Ella más que nadie entenderá que romper con las tradiciones está bien, el cambio es el primer paso al futuro. Primero una gobernante mujer, después... Un rey omega.

Lucerys se mordió el labio, sabiendo que su protector tenía cierta razón, aún así no deseaba competir contra su propio hermano por el trono de hierro. Jacaerys siempre le había tratado bien y lo cuidaba mucho, además tenían está fuerte conexión entre ellos, dormían juntos casi todas las noches.

El omega que fue prometido Donde viven las historias. Descúbrelo ahora