Thomas Hightower

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Desde que Thomas tenía memoria, no había sido realmente importante para su padre. Si, era un alfa pero nacido siendo el menor de los hermanos no había mucho que obtener de el. No como su hermano mayor que heredaría el título de su padre o su hermana que, aún siendo beta, fue casada con el rey.

Thomas estaba en una línea delgada entre ser olvidado y aún existir para su familia. Aún así, sabía que merecía más. El tenía carácter, fuerza y honor. Sin embargo, no contaba con la astucia que ardía en su padre y hermana. Tal vez era por eso que Otto no había buscado casarlo con alguien, creyendo que con quién lo enlazará podría manipularlo. Pero para un alfa de veinticinco años no estar enlazado era una vergüenza.

Esta tarde había viajado a la fortaleza roja con la intención de hablar con su padre acerca de un posible matrimonio, al menos con una beta. Pero Otto se encontraba ocupado con problemas de la corte y sus majestades, así que le había enviado a “caminar” por la orilla del mar.

Y eso era lo que había estado haciendo, hasta que…

Vio al ser más hermoso del mundo.

Arrodillado en la orilla del mar, jugando con una pequeña criatura marina, se encontraba un joven omega de cabello cafés y ojos azules claro, piel clara y nariz respingada. Tenía un cuerpo tan pequeñito y delicado que Thomas podría haberlo confundido con un muñeco de porcelana, solo el movimiento de su pecho le dejaba claro que era una persona de carne y hueso.

Y el jodido olor a chocolate dulce era tan atrayente.

Esto tenía que ser obra de los dioses, Thomas no podía dudarlo. Era una señal que le fue enviada, un omega que acabaría con su soledad. Era tan pequeño que ni siquiera Otto podría creer que ese omega lo manipularía.

Thomas decidió acercarse y averiguar más de tan dulce niño. Saber su apellido, su linaje. Ver si ya estaba prometido a algún alfa.

– Deberías tener cuidado, un pequeño omega cómo tú sería fácilmente arrastrado por el mar. – Thomas noto como el niño ni siquiera se alteró, parecía que sabía de su presencia. Era extraño, los omegas pequeños no debían tener el olfato tan desarrollado.

– No tengo de que temer, señor. El mar me cuidara, llevo en mi sangre las fuertes olas. – El pequeño respondió con tranquilidad, mientras la criatura marina se alejaba de la orilla.

Cuando el niño se levantó y observo con sus hermosos ojos a Thomas, quien se perdió en ellos. El pequeño era sumamente precioso, la forma en que hablaba también era buena.

– ¿Cuál es tu nombre?

– Soy el principe Lucerys Velaryon de la casa Targaryen. – El niño respondió, inflando su pecho con orgullo.

Thomas estaba sorprendido, esperaba que el niño fuese hijo de algún Lord (O que los dioses no lo quisieran, de una sirvienta) pero jamás de la princesa Rhaenyra.

Así que este era uno de los niños bastardos de los que su hermana tanto hablaba en cartas, este pequeño y lindo omega…

– ¿Y que hace un príncipe a las orillas del mar sin compañía alguna? – El pregunto.

– Me escape… – El niño le respondió en un susurro pero la burla podía oírse a kilómetros. – La reina Alicent se la pasa dándome lecciones de como ser un buen omega y mi madre se enoja por ello, mi abuelo el rey me ayuda a escabullirme de esas constantes discusiones entre ellas.

Thomas sonrió al imaginar al rey sacando al pequeño por algún pasadizo secreto y fingiendo no saber dónde esté se encontraba. Entendía un poco a este niño, su hermana Alicent podía llegar a ser muy molesta en algunas ocasiones. Su extremada fe era irritante.

El omega que fue prometido Donde viven las historias. Descúbrelo ahora