El cortejo

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Lucerys veía el mar a su alrededor, observando cómo el agua fluía debajo del barco, la calma de las olas y la brisa fresca le traían tranquilidad en este horrible día.

Había salido está mañana de la fortaleza roja, acompañado de treinta guardias y su protector a su lado, rumbo a la reunión de cortejo que su madre le había organizado. Pudo ver cómo la reina se apretaba las manos, rasguñando sus propios dedos. Cómo su madre tenía culpa en sus ojos y su padre Daemon mantenía sus labios en una fina línea. La forma en que su tío Aemond parecía querer correr detrás suyo, como si quisiera detenerlo, tomarlo y llevárselo lejos. Y por lo que Cregan le había contado, tal vez si era su verdadera intención.

Había conversado con su abuelo, quien estuvo en cama durante dos días, su salud parecía empeorar cada vez más, eso solo hacia que el ánimo de Lucerys decayera aún más. Pero había ido a leerle y fingir la mejor de sus sonrisas, diciendo estar de acuerdo con la desicion de su madre de encontrar un buen alfa con el cual comprometerse.

Probablemente su abuelo no le creyó ni una palabra, pero postrado en la cama poco podía hacer para cuidar del omega.

– Ya estamos llegando, mi príncipe. Han enviado un cuervo informando que ya están todos reunidos y esperando su llegada. – Cregan le dijo.

Lucerys solo asintió y siguió mirando el agua, deseando poder simplemente tirarse y escapar en el mar. Pero no podía hacerlo, no después de que los dioses lo escogieron. El fantasma de Aegon le había dicho que su destino sería grande y Lucerys creía firmemente en ello.

Cuando finalmente llegaron, descendieron del barco y fueron llevados hasta el lugar, entrando al castillo con muestras de respeto por parte de todos.

Luke se sentó en una cómoda silla principal, enfrente de todos en la sala. Había una muy larga fila de hombres, por su olor, Lucerys sabía que todos ellos eran alfas. Aunque de vez en cuando, podía olfatear a uno que otro beta.

Lucerys llevaba puesto un hermoso conjunto negro con rojo intenso, representando los colores de la casa Targaryen. Sin embargo, su velo seguía siendo celeste pálido, dejando claro que todavía era puro, aún si se había dejado tocar por su hermano y protector, cosa que nadie sabía.

Llevaba consigo las joyas de su abuela Aemma y las pulseras con los grabados de sus casas, Targaryen y Velaryon.

Dió la orden de que podían iniciar, mientras más rápido esto se acabase mejor. Así podía regresar a la fortaleza y montar en Arrax, sentir el viento en su cara lo ayudaría a despejarse.

El primer hombre en pasar era un joven alfa de unos veinte años, de cabellos cafés y un cuerpo fuerte. Pero a Lucerys su apariencia no le despertaba nada. No era como Cregan, quien no solo tenía el mismo cuerpo fuerte, su protector emanaba un aire de confianza, una fortaleza que no venía de su cuerpo sino de su alma.

– Diga su nombre y lo que puede ofrecer al principe. – Ordeno un guardia de Lucerys.

– Matheu Arryn, nieto de Rodrik Arryn y su primera esposa. – Se presento el muchacho. – Soy dueño de muchas tierras, tengo oro y esclavos a mis disposición. Si el príncipe me escoje para enlazarnos puedo prometer que vivirá una vida tranquila junto a mi y nuestros hijos.

– ¿Una vida tranquila criando a nuestros hijos? – Pregunto Lucerys.

– Si, puedo asegurarle que tendrá una larga y calmada vida, solo tendrá que cuidar de nuestros hijos.

Lucerys solto una gran risa que lleno el lugar, los presentes le observaron sin entender, cada uno luchando por comprender que es lo que el muchacho había dicho para causar la burla del príncipe.

El omega que fue prometido Donde viven las historias. Descúbrelo ahora