Aegon Targaryen

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Temprano por la mañana, Cregan había informado a Lucerys que debía ausentarse unas horas del castillo, ya que debía ir al pueblo a recibir algunas cosas que su padre había enviado. Por lo que le pidió permanecer el día en su habitación, hasta que regresará del pueblo.

Por supuesto Lucerys hizo caso omiso.

Aunque había pasado toda la mañana en sus aposentos, por la tarde estaba tan aburrido que sentía que moriría, así que le pidió a Amelia acompañarlo por los pasillos de la fortaleza.

Era un buen día, el clima estaba fresco, no habían nubes y tampoco hacía mucho sol. Por lo que Lucerys considero que salir a volar con Arrax sería una buena idea.

De no ser porque le dolía cabeza, tal vez si hubiese llegado a volar con su dragón. En cambio, decidió que tomaría un poco de aire en el jardín de una de las torres altas de la fortaleza, de esa manera a lo mejor su cabeza dejaría de palpitar tanto.

– Tal vez sea mejor que regresemos a sus aposentos, mi príncipe. – Amelia le dijo mientras Lucerys se recargaba en una columna de la terraza.

– No, necesito aire fresco, siento como si mi cabeza fuera a estallar. – Lucerys empezó a arrojarse aire con su propia mano y se retiró el velo. – Hace unos minutos el aire estaba fresco pero ahora parece como si fuera el día más caliente.

– El aire sigue fresco, mi príncipe. No hace calor. – La criada dijo, mientras se acercaba y tocaba la frente del muchacho. – Está ardiendo en fiebre...

Lucerys se sujeto de la pared, sintiendo un leve mareo, sentía su cabeza punzar. Esto no era normal.

– Volvamos a sus aposentos, mi príncipe. Informaré a su madre sobre su estado, así le revisaran. – La beta le dijo, mientras intentaba sostener a Lucerys.

– No puedo, mis piernas me tiemblan, no creo llegar a mi habitación... – La respiración del menor se volvió pesada, sentía como si el aire se le escapara. – Ve, corre y trae a mi madre. Dile que estoy mal ¡Rápido, Amelia! ES UNA ORDEN.

La beta dudo en dejar solo al joven principe, se mordió el labio y en contra de su voluntad, soltó al muchacho y corrió rápidamente al interior de la torre. Recorriendo los pasillos en busca de ayuda.

Lucerys permaneció en el jardín de la terraza, intentando recuperar fuerzas, sin resultado alguno. Sus piernas temblaban, en su vientre bajo sentía un cosquilleo, su frente ardía y sudaba, su vista se nublaba y el aire le abandonaba cada vez más.

Sentía un horrible calor dentro suyo, como si su interior fuese a quemarse, casi explotando en llamas.

Escucho un sonido detrás suyo, así que se esforzó en ponerse firme con la ayuda de la pared, alzo su mirada esperando ver a su madre o hermano. Pero no había señales de ninguno de ellos, en cambio a quien tenía en frente... Era Criston Cole.

El hombre que miraba con tanto odio a su madre.

– Sir Criston... Necesito ayuda, no me siento bien, traiga a alguien de inmediato. – Lucerys ordeno.

Pero Criston no se movió... No, se quedó justo en el mismo lugar, observando a Lucerys cómo un depredador a una presa. Y el joven omega se dió cuenta de la mirada del hombre mayor, la lujuria y deseo nadando en esos ojos, la respiración pesada y la forma en que se lamía los labios tan descaradamente.

Criston estaba siendo afectado por su alfa interno.

Daemon le había hablado de este tipo de cosas a Lucerys. La forma en que un alfa podía entrar en un estado inhumano, salvaje, un animal completo. No podían pensar, no razonaban, no entendían lo que otros les decían. Solo seguían su instinto y lo que este quisiera.

El omega que fue prometido Donde viven las historias. Descúbrelo ahora