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Mi madre me dio un beso en la frente antes de devolverme a mi pieza. Las cajas de las pocas cosas propias que habíamos traído ya estaban en mi habitación. Me tome el tiempo de sacudir los polvos y de hacer una rápida, pero profunda limpieza. También cambié las sábanas e hice la cama, algunos bonitos peluches decoraban el medio rodeados de almohadas. Coloqué cojines de colores pastel en la ventana y cerré las cortinas.

No había terminado de desempacar, y me daba un poco de pereza continuar, pues estaba agotada debido a lo cansado que había sido este curioso día en todos los aspectos posibles. Así que, en lugar de poner toda mi ropa en el armario, me encargue de sacar solamente la vestimenta para mañana.

Ya que podía relajarme al fin, con mi pijama puesta, decidí recostarme junto al libro. “Carlos” mencioné para mis adentros mientras pasaba mis dedos por los bordes de las letras que componían ese nombre. De repente, sentí un dolor agudo en el pecho, como si mi corazón dejara de latir por un segundo. Estaba tan deshidratada y agitada que cualquiera que me viera podría jurar que había corrido un maratón.

Hice ejercicios de respiración, inhalando y exhalando, para calmar este sentimiento inesperado.

Inhala, exhala.

Inhala, exhala.

Y suspiro.

¿Qué había sido eso?

Mi cabeza palpitaba de la duda, ya estaba menos agitada así que decidí volver a tomar el libro, se titulaba "En el Sótano", lo que me sorprendió muchísimo. Abrí su primera página y no se encontraba nada de lo que normalmente verías en los inicios de una obra literaria. No tenía portada interior, página de créditos, ni siquiera un índice. Tan solo una brillante hoja de cortesía.

Mojé mi dedo para pasar a la página siguiente y de imprevisto, mi vista se nublo. Mi cuello se fue hacia atrás, pude sentirlo porque sucedió de golpe. La pantalla frente a mis ojos se volvió de color blanco, sentí que mi cuerpo flotaba por unos segundos, era similar a la sensación de cruzar el portal. Luego caí de espaldas en la cama y mi espíritu saltó de la nada, al mundo de Gwyndolin, observando a un pequeño chico de baja estatura, usaba lentes redondos que cubrían casi por completo sus pecas, y tenía el cabello color negro azabache. 

Se sentía demasiado real, pero a pesar de intentar ver alguna parte de mi cuerpo para confirmar mi existencia en ese lugar, en realidad no lograba nada.

Lo único que estaba presente en este momento, era mi alma. Teniendo visiones de lo que parece ser el pasado.

¿O acaso era el presente?

Sentí que el chico me miraba directamente por unos segundos, sus ojos azul oscuro se enfocaron en mí, pero parecía que yo era invisible, inmediatamente ignoró la escena y se adentró en el bosque. Justo tras sus pasos, le siguió otra criatura. El ambiente era extraño, se veía tan real que parecían recuerdos, sin embargo, no participaba en ellos, como si me encontrara desde el punto de vista de un narrador. A pesar de no tener piernas avancé tras ellos.

Pude observarlos más de cerca.

El ser que le perseguía, era un elfo, pero no cualquiera. Era específicamente el elfo que había llegado herido a la ciudad cuando yo me encontraba allí.  Esa información había despertado una ligera intriga dentro de mí.

—Carlos —llama el elfo al niño —, por favor espérame.

Carlos…

—Siempre te quedas atrás, Brom —soltó mientras rodaba sus ojos —. Ahora que sé de su existencia, necesito encontrarla, y rápido.

—Lo sé, y sabes que tienes mi apoyo —responde agitado tocando su hombro —. Solo necesito unos segundos para respirar, es todo.

—Está bien, nos detendremos aquí —Carlos observa a su alrededor y nuevamente tengo la sensación de que es a mí a quien mira —, pero por poco tiempo, pues comienzo a sentir que nos están observando.

Desvía la dirección de su mirada hacia su pecho, colgando de su cuello había un collar de cadena dorada con una piedra verde, similar a las esmeraldas. La joya resplandece en una luz que rebota con los rayos de sol por un instante. Y nuevamente todo se había vuelto blanco para mí.

—Amber.

 Abrí los ojos y noté que estaba de nuevo en mi cama, ya podía ver mi cuerpo y mi conciencia estaba de vuelta en sí. Solté un gran suspiro, hasta que escuché golpes en mi puerta.

—Amber, querida —Era mi madre —, las pizzas ya llegaron, ¿estas despierta?

—Sí madre, puedes pasar.

—Hola, cariño. Aquí está la tuya —Me deja la caja de comida rápida encima de la cama —. ¿Qué es lo que pasaba que no me respondías hace un momento? Me había preocupado.

—Siento eso madre, es que me encontraba leyendo y pues me perdí entre las letras.

—Oh, entiendo, entonces no hay problema —Se levanta y camina hasta la puerta —. ¿Estás lista para tu primer día en tu nueva escuela mañana?

Me pregunté qué respuesta esperaba, y aunque quería darle mis verdaderos pensamientos, solo asentí. Mi madre me lanzó un beso y me deseó las buenas noches. Fue allí donde miré hacia mi cortina y note que había se había ocultado el sol.

Observe el libro, esta vez sin tocarlo. Fue una rara experiencia la de hace un momento, sin embargo, necesito encontrar la fuente.

Si yo era la niña de la leyenda que me contó Amira, acaso… ¿Carlos era el niño?

Por lo tanto, ¿era mi hermano?

Ese pensamiento provocó un leve escalofrío en mi piel, lo que hizo que sintiera curiosidad por el resto de la historia, y es por eso que no tenía, debía hallar las respuestas a las dudas que se habían formado en mi cabeza.

¿Dónde estaba Carlos ahora?

¿Quién había lastimado a Brom?

Es mi deber restaurar la paz en Gwyndolin.

Para lograr este objetivo, tenía que seguir los pasos de Carlos.

En el Sótano ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora