Abandonamos el faro, envueltos en la oscuridad de la noche que parecía apoderarse de cada rincón a nuestro alrededor. El bosque nos recibió con sus habituales sombras y susurros, un manto inquietante que nos hacía sentir observados a cada paso. Avanzamos por el sendero, con el suelo cubierto de hojas crujientes y ramas que parecían querer atraparnos con sus garras invisibles.
Empiezo a notar que el miedo se apodera de mí, una sensación que crece lentamente desde lo más profundo de mi ser y se extiende como un frío helado por mis venas.
El tiempo se desdibujó en nuestra caminata, cada minuto parecía estirarse y doblarse sobre sí mismo. El silencio se rompía solo por el sonido de nuestras pisadas y el ocasional aullido lejano de alguna criatura nocturna.
Finalmente, después de lo que parecieron ser interminables horas de caminata, el bosque se abrió ante nosotros en un claro.
Puedo asegurar que desde que cruzamos al Sur, este es el lugar con más vida que haya visto. A pesar del suelo reseco y el césped amarillento que cubre la pradera, hay un inconfundible aire de vitalidad que no había percibido en ningún otro lugar de estas tierras áridas. Pequeñas criaturas nocturnas corretean entre las hierbas, sus ojos brillando como diminutas estrellas reflejadas en el resplandor de la luna. A lo lejos, el murmullo de un arroyo apenas audible sugiere la presencia de agua fresca y corriente, un recurso precioso en estas regiones desoladas.
Las sombras alargadas de los árboles circundantes, aunque viejos y nudosos, se mantienen firmes. Incluso las flores silvestres, que asoman tímidamente entre la maleza, parecen tener un brillo especial, sus colores pálidos resaltando contra el entorno monocromático. El aire mismo parece cargado de una energía diferente.
Es un contraste sorprendente con el resto del Sur, donde la desolación y el peligro son omnipresentes.
Nos detuvimos, jadeando y aliviados de haber encontrado un momento de respiro.
—Está justo detrás de esa colina —indicó Sasha, consultando el mapa una vez más.
—Necesitamos un momento para recuperar el aliento —expresa Zelly.
Nos acomodamos en el suelo, dispuestos en un círculo que parecía abrazarnos en medio de la vastedad de la pradera. El césped húmedo se adhería a nuestras ropas, y el aire de la noche nos envolvía como un abrazo. Bajamos nuestras capas, sintiendo que el aire fresco acariciara nuestra piel.
—¿Y cuál es el plan una vez que lleguemos allí? —preguntó Esmeralda, su tono mordaz como siempre—. Porque espero que tengamos algo más que solo caminar ciegamente hacia una trampa.
—Primero que todo...
***
—Debemos asegurarnos de que no seamos vistos.
Ante nosotros se erguía majestuoso, una imponente estructura tallada en la roca misma. A un lado, se alzaba una torre de piedra, sus altos muros se perdían en la oscuridad de la noche. La caverna, de dimensiones colosales, se extendía hacia el cielo como una boca abierta, invitándonos a adentrarnos en sus profundidades.
Nos agachamos entre la maleza, ocultándonos en la penumbra mientras observábamos con cautela el movimiento en la entrada de la cueva. Los guardias trolls se erguían como gigantes, sus contornos imponentes proyectaban sombras ominosas sobre el suelo rocoso y áspero. Eran una visión completamente distinta a los otros trolls que habíamos encontrado anteriormente, mucho más corpulentos y musculosos, como si la misma fuerza de la naturaleza los hubiera esculpido con una mano ruda y poderosa.
Sus rostros deformados por la brutalidad mostraban una expresión salvaje, con dientes amarillentos y afilados que asomaban entre sus labios carnosos. Sus ojos, pequeños pero astutos, brillaban en la oscuridad con una luz malévola, escudriñando el paisaje circundante con una vigilancia feroz y alerta. Cada uno sostenía en su mano una enorme hacha, símbolo de su ferocidad y determinación para proteger lo que consideraban su territorio sagrado.
—Usaremos los poderes de Sofía para generar una distracción. ¿Puedes hacer que el alrededor no cambie en la ilusión?
—Lo puedo intentar.
Sofía levantó las manos con determinación, su mirada fija en los trolls que custodiaban la entrada de la cueva. Con un susurro apenas audible, comenzó a canalizar su magia.
Unas figuras etéreas se materializaron. Eran ninfas, con formas delicadas y gráciles, que comenzaron a danzar al ritmo de una música que solo ellas parecían escuchar. Sus movimientos fluidos e hipnóticos llamaron la atención de los trolls, al principio se veían confundidos, pero pronto se vieron atraídos por el espectáculo.
Sus ojos, antes llenos de hostilidad, ahora brillaban con un brillo curioso y cautivado. Dejaron de prestar atención a su deber y se acercaron lentamente a las ninfas, olvidando por completo su tarea de vigilar la entrada de la cueva.
—Luego, Brom, Sasha, Esme y yo entraremos.
Aprovechando la distracción creada por Sofía, nos deslizamos con confianza entre los arbustos.
Con pasos sigilosos, avanzamos hacia la cueva.
—Mientras tanto, Zelly se quedará vigilando.
Desde la distancia, levantamos la mano en un gesto de despedida hacia Zelly, quien se mantenía oculta entre los arbustos, asegurándonos de que estuviera a salvo antes de adentrarnos en la oscura boca de la cueva.
A pesar de la distancia, podíamos ver su silueta recortada contra el cielo estrellado.
—Y así lograremos encontrar a Fayre para despertarlo...
Brom tomó una antorcha que estaba convenientemente encendida en un soporte de la pared, proporcionando una luz parpadeante que iluminaba el camino por delante. Las sombras se retorcían en la piedra, mientras nos adentrábamos en la oscuridad de la cueva. El resplandor anaranjado resaltaba los contornos irregulares de las formaciones rocosas, creando un ambiente sombrío y misterioso a nuestro alrededor.
La cueva parecía extenderse hacia el infinito, las antorchas que estaban en las paredes comenzaban a desaparecer, sus corredores retorcidos y oscuros se extendían ante nosotros como un laberinto sin fin. Sin embargo, no tardamos en distinguir una luz tenue que se filtraba desde lo profundo de la caverna.
Al final del pasillo nos encontramos con una puerta, tallada en madera de roble oscuro. El umbral estaba flanqueado por dos antorchas, por debajo emanaba desde el interior un aire cargado de un aura misteriosa.
—¿Cómo la abrimos? —cuestionó Sasha, con una mirada inquisitiva.
—Podríamos intentar forzar la cerradura, pero eso podría alertar a cualquier guardia que esté al otro lado —Brom se rascó la barbilla, pensativo.
—Quizás haya alguna otra forma de abrirla sin causar mucho ruido —agregué.
—¿Algo como una palanca escondida o algún mecanismo secreto? —la vampira frunció el ceño, examinando la puerta con atención —. Por favor, los Trolls no son tan astutos.
Mientras Esmeralda hacía su comentario, se apoyó accidentalmente en una de las piedras cerca de la puerta. Para nuestra sorpresa, un ligero clic resonó en el aire y la puerta se abrió lentamente, revelando la oscuridad del interior de la torre.
—¡Hiciste algo! —exclamé, asombrada por la casualidad.
—Bueno, eso fue fácil. —se encogió de hombros con una sonrisa triunfante.
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En el Sótano ©
FantasiEn el mundo mágico de Gwyndolin, donde los humanos se extinguieron hace muchos años, solo existen criaturas fantásticas. Hadas, sirenas, ninfas, elfos, hombres lobo y centauros habitan en paz en el norte, mientras que cíclopes, trolls, vampiros y de...