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Las suaves olas acariciaban la orilla mientras emergíamos del océano, dejando atrás el reino submarino de Coral Azul. Las sirenas nos acompañaron hasta la playa, donde nos despedimos con gestos de gratitud. Sus cantos se desvanecían en la brisa marina mientras avanzábamos hacia tierra firme. Las burbujas explotaron cuando salimos completamente del agua.

Una vez en la orilla, caminamos sobre la arena mojada, sintiendo la frescura bajo nuestros pies. Las sirenas nos observaban con ojos llenos de afecto y despedida, sus cantos aún resonando en nuestros oídos como una melodía suave que se desvanecía en la distancia. Con gestos de agradecimiento y respeto, nos despedimos de ellas, sintiendo la tristeza de dejar atrás su mundo submarino y la seguridad que nos habían brindado.

—Gracias por ayudarnos y guiarnos. No olvidaré tus enseñanzas ni la hospitalidad de Coral Azul —agradeció Sofia —. Esperamos volver a encontrarnos algún día.

Olav, con su mirada sabia y serena, respondió: —Que la sabiduría y la fortaleza las acompañen.

Enhora y Aila se unieron en un gesto de despedida, con sonrisas cálidas en sus rostros.

—Que los vientos y las corrientes las guíen hacia su destino —dijo la reina.

—Siempre serán bienvenidas en Coral Azul —agregó Enhora.

Les conté a Sofía y Zelly sobre mi última visión antes de llegar a Coral Azul: hombres lobos. Sentí la necesidad urgente de encontrar respuestas y seguir avanzando con esta pista. Las chicas asintieron, comprendiendo la importancia de esta revelación y la dirección que debíamos tomar.

Estábamos decididas a encontrar respuestas y, sobre todo, a reunirnos con Carlos, confiando en que este nuevo destino nos guiaría en la dirección correcta.

—Lo que describes suena a Licantropia, pero ¿cómo sabes que es seguro?

—Mis visiones no me han fallado hasta ahora —respondí, recordando la certeza que había sentido al ver esas imágenes en mi mente todas las veces anteriores —. Creo que es el lugar al que debemos dirigirnos. Además, necesitamos más respuestas sobre lo que está sucediendo y sobre Carlos.

—Confío en tus visiones, Amber —afirmó Sofia —. Nos llevarán al lugar correcto.
Zelly asintió, mostrando su apoyo.

—Entonces, vamos hacia Licantropia. ¿Qué podría salir mal? —expreso la elfa con una sonrisa nerviosa.

Con las sirenas despidiéndonos en la playa y el camino hacia el pueblo de los hombres lobo extendiéndose ante nosotras, avanzamos con paso decidido, preparadas para enfrentar los nuevos desafíos que aguardaban en esta tierra de misterio y magia.

***

Avanzábamos con cautela por un prado salpicado de árboles dispersos, cada paso hundiendo ligeramente nuestros pies en el césped aún húmedo por el rocío matutino. La luz del sol de la tarde teñía el paisaje con tonos dorados y rosados, creando una atmósfera serena y cálida. El viento marino llevaba consigo el suave aroma del océano cercano, una suave brisa que jugueteaba con nuestros cabellos mientras caminábamos. Conversábamos animadamente mientras avanzábamos, las palabras flotando en el aire junto con el murmullo de la naturaleza que nos rodeaba.

—Este lugar es asombroso. Nunca había visto un prado tan hermoso.

El viento suave entre los árboles llevaba consigo el canto de las aves que regresaban a sus nidos al final del día.

—Aún nos queda un trecho antes de que oscurezca del todo —mencioné, evaluando el tiempo que teníamos disponible.

Seguimos avanzando con paso seguro. Sofía avanzaba con determinación, llevando consigo el broche de mariposa azul que Olav le había dado. La luz tenue que emanaba parecía brindarle cierta seguridad en medio de lo desconocido. Zelly caminaba a mi lado, sus ojos alerta, explorando cada detalle del paisaje cambiante.

—¿Crees que encontraremos respuestas en Licantropia? —preguntó Zelly —. Quiero decir, técnicamente Coral Azul no fue de mucha ayuda.

—No subestimes lo que aprendimos en Coral Azul. Las sirenas me ayudaron a entender mi habilidad —hablo el hada de un salto —. No sé qué encontraremos en Licantropia, pero debemos recordar la importancia de cada paso en nuestro camino.

A medida que avanzábamos, el prado daba paso a las primeras cabañas de Licantropia. Un pueblo pintoresco y rústico. Las calles empedradas estaban bordeadas por casas de madera con techos de tejas rojas de ladrillo. El ambiente estaba impregnado de una atmósfera medieval, donde las fachadas de las viviendas estaban adornadas con enredaderas y macetas de plantas ornamentales. El aire se llenaba de fragancias dulces y frescas, gracias a las flores que colmaban cada esquina y espacio disponible.

—Estamos aquí —dijo Sofía —. Ahora debemos encontrar a alguien que pueda guiarnos y ayudarnos a entender lo que viste.

Sin embargo, a pesar de la aparente belleza del lugar, una sensación de tristeza y misterio flotaba en el aire. Los habitantes del pueblo se movían con cautela, intercambiando miradas nerviosas y evitando el contacto visual. Las calles parecían estar sumidas en un silencio opresivo, interrumpido solo por el suave murmullo del viento entre las hojas de los árboles.
Nos adentramos en las vías adoquinadas del pueblo, buscando indicios de vida. Las miradas de los habitantes nos seguían con curiosidad y moderación.

Habia una plaza central donde una fuente de piedra adornada con esculturas de criaturas místicas se erigía como el punto focal del pueblo. Alrededor, bancos de madera invitaban a los visitantes a descansar y contemplar el entorno. Sin embargo,las miradas de los lugareños nos seguían con curiosidad y moderación, nos evitaban, sumidos en sus propios pensamientos y actividades cotidianas.

Encontramos una taberna modesta y decidimos que era buena idea entrar, esperando encontrar. La atmósfera dentro de la taberna era cálida y acogedora. Nos acercamos al mostrador y una figura robusta y con aspecto de humano, pero con características orejas de lobo sobresaliendo de su cabeza nos recibió con una sonrisa.

—¿Qué las trae a nuestro pueblo?

—Buenas tardes —saludé con cortesía—. Somos viajeras en busca de información. ¿Podría ayudarnos?

El hombre nos observó con suspicacia, pero su expresión se suavizó ligeramente al notar la audacia en nuestros rostros.

—Depende de lo que estén buscando —respondió con voz grave.

En ese momento, dos figuras jóvenes y algo torpes se aproximaron a nosotros desde una esquina de la taberna. Eran los gemelos Flor y Florian, quienes antes había visto en la reunión, con miradas curiosas y sonrisas nerviosas.

—Perdón por interrumpir —dijo Flor, rascándose la nuca con timidez—. Escuchamos que están buscando respuestas y pensamos que podríamos ayudar, ¿verdad, Florian?

—¡S-sí! —respondió Florian, con entusiasmo mal disimulado.

Nos miramos entre nosotras, sorprendidas por la intervención de los gemelos.

—¿Podemos hablar? —pregunté, esperanzada de haber encontrado nuevos aliados.

Flor y Florian intercambiaron una mirada llena de complicidad antes de asentir con entusiasmo.

—¡Por supuesto! —exclamaron al unísono.

En el Sótano ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora