17

34 6 31
                                    

El crujido de las hojas secas bajo el peso de la figura que se acercaba resonaba en la quietud del parque, mientras nos manteníamos ocultas entre los arbustos. Mi corazón latía con fuerza, cada golpe parecía resonar en mis oídos, amplificado por el silencio expectante. Zelly y Sofía me acompañaban, sus rostros tensos y alertas. Flor y Florian estaban a cierta distancia, fuera de los arbustos, vigilando la zona.

La figura se movía con cautela, acercándose cada vez más. La luz de la luna llena se filtraba a través de las ramas del antiguo roble, iluminando brevemente al intruso. Su silueta era baja y delgada, con una capucha morada que cubría su rostro, apenas visible en la penumbra.

El desconocido se detuvo a pocos metros de nuestro escondite, y una sensación de peligro inmediato nos envolvió. Sofía apretó mi mano con fuerza, transmitiendo una mezcla de apoyo y advertencia. Sentí un escalofrío recorrerme, consciente de la gravedad de la situación. El intruso se inclinó, como si estuviera buscando algo en el suelo, y un rayo de luz lunar reveló un destello metálico en su mano: una daga.

Mi respiración se volvió más rápida y superficial, tratando de mantener la calma mientras observaba cada movimiento del extraño. Zelly, con su habitual audacia, se inclinó hacia adelante para tener una mejor vista. Sofía, por su parte, parecía dividida entre el miedo y la curiosidad, su mente claramente trabajando en posibles soluciones.

Entonces, en un giro inesperado, la figura se detuvo y lentamente se bajó la capucha, revelando un rostro que no esperaba ver. Era una elfa, sus rasgos afilados en una piel morena y sus ojos como los de Zelly y los demás, brillando con una intensidad sobrenatural. Sus orejas puntiagudas eran inconfundibles.

—¿Amber? —su voz, aunque suave, resonó con una autoridad innegable—. He estado buscándote.

Mi mente corría mientras intentaba procesar la presencia de esta elfa en Licantropia.

¿Qué podría querer conmigo?

¿Y por qué ahora, en medio de todo esto?

—¿Qué haces aquí? —logré preguntar, mi voz apenas un susurro.

La elfa dio un paso adelante, sus movimientos gráciles y calculados. Levantó la mano, y la daga desapareció, disolviéndose en el aire como si nunca hubiera existido.

—No soy una amenaza, Amber —aseguró, su mirada penetrante—. He venido a explicarte lo que sucedió con tu hermano. Carlos está en grave peligro y el tiempo se agota.

—¿Carlos? —Sofía intervino, su tono urgente—. ¿Sabes dónde está?

La elfa asintió, sus ojos recorriendo a cada una de nosotras antes de hablar—. Te explicaré mejor en otro lugar.

—Espera —Zelly interrumpió, mirando a la elfa con desconfianza—. ¿Cómo sabemos que podemos confiar en ti? Ni siquiera sabemos quién eres.

La elfa suspiró, bajando la mirada por un momento antes de encontrarse con nuestros ojos nuevamente—. Mi nombre es Sasha Grace. Sé que no tienen ninguna razón para confiar en mí, pero no les estoy pidiendo que lo hagan sin pruebas. Vengan conmigo y les mostraré que estoy de su lado.

—He oído hablar de ti —Zel entrecerró los ojos, recordando algo —. Dicen que fuiste exiliada de la Ciudad de los Elfos por practicar hechicería.

—No fui exiliada —corrigió, con una mezcla de orgullo y tristeza en su voz—. Escapé. Los elfos consideran la hechicería y la alquimia ilegales, excepto la magia de curación y la que practican las sirenas. Pero sabía que el conocimiento que poseía podría ser útil algún día. Y ese día ha llegado.

—Vamos —solté, dando un paso adelante—. No tenemos otra opción. Carlos nos necesita.

Mientras Sasha nos revelaba detalles cruciales sobre la situación de mi hermano, algo en la maleza nos puso en alerta máxima. Instintivamente, me volví hacia el sonido, y allí estaba Neville, emergiendo de entre los árboles, con su imponente figura bañada por la luz plateada de la luna.

Con gestos rápidos, insté a Sasha a esconderse junto a nosotras en los arbustos más densos. Nos agazapamos en silencio, apretujadas entre las ramas, mientras Neville se aproximaba con sus enormes patas de lobo, su imagen oscura recortada contra el fondo de la noche y una presencia envuelta en un aura de poderío.

Detuvo su paso cerca del arbusto donde nos escondíamos, sus orejas puntiagudas girando hacia adelante, captando los sonidos del parque. Parecía estar olfateando el aire, como si buscara algún rastro que le indicara nuestra presencia.

—¿Qué hacen aquí? —gruñó Neville, su voz resonando en el silencio de la noche—. Vengan, tenemos que practicar sus transformaciones. Es crucial que estén preparados.

Sus palabras hicieron que un escalofrío recorriera mi espina dorsal. Aferré mi aliento, temiendo que pudiera detectarnos con su agudo sentido del olfato.

Flor y Florian se acercaron con cautela, sus expresiones mostrando una mezcla de respeto y temor hacia su padre en su forma lupina. Con un gesto de Neville, los gemelos se pusieron en marcha, siguiéndolo hacia algún lugar lejos del parque para llevar a cabo su aparente "entrenamiento".

Antes de que desaparecieran por completo entre las sombras, Neville se detuvo y lanzó una mirada intensa en nuestra dirección, como si nos hubiera percibido de alguna manera. Su voz resonó una vez más, llena de preocupación y advertencia.

—Recuerden esto, niños —expresó, sus ojos celestes brillaban —. Deben tener cuidado con la humana. Su sangre puede atraer vampiros, y saben que lo único que quiero es cuidarlos. No se dejen llevar por la curiosidad o la amabilidad. Nuestra seguridad es lo primero.

Los gemelos asintieron solemnemente, demostrando su entendimiento en la precaución de su padre. Con eso, se perdieron entre las sombras del parque, dejándonos a nosotras cuatro con el peso de sus palabras resonando en el aire nocturno.

Respiré aliviada cuando sus pasos se desvanecieron en la distancia.

Cuando estuvimos seguras de que los lobos se habían alejado lo suficiente, salimos de nuestro escondite. Miré a Sasha, y esta asintió, su expresión se suavizó al ver nuestra disposición a confiar en ella, aunque fuera solo un poco. Con un movimiento fluido de sus manos, empezó a murmurar una lengua que resonaba con un poder antiguo y misterioso. La atmósfera alrededor nuestro cambió al instante, el aire se volvió más denso y cargado de energía mágica.

—¿Qué está haciendo? —preguntó Sofía, sus ojos bien abiertos por la sorpresa y un atisbo de miedo.

—Nos va a llevar a su guarida —respondió Zelly, sin apartar la vista de Sasha.

Antes de que pudiera hacer otra pregunta, una suave brisa comenzó a girar a nuestro alrededor, levantando hojas y polvo en un remolino que crecía en intensidad. Sentí un cosquilleo en la piel, una sensación de ligereza y desplazamiento que me envolvía por completo.

El parque desapareció en un destello de luz y colores que se entrelazaban en un torbellino vertiginoso. Mis pies perdieron contacto con el suelo y por un momento, todo fue luz y movimiento. Luego, tan repentinamente como había comenzado, el torbellino se detuvo, dejándonos en pie sobre un suelo firme y desconocido.
Parpadeé, tratando de acostumbrarme a la nueva luz y entorno. Estábamos en una cabaña rústica pero acogedora, escondida en lo profundo del bosque Gwyndolin. La cabaña estaba decorada con símbolos místicos y artefactos que denotaban su propósito como refugio para una hechicera. Las paredes de madera estaban cubiertas con estanterías llenas de libros antiguos, frascos de pociones y extrañas herramientas alquímicas. En el centro de la habitación había una gran mesa de madera, cubierta de mapas y pergaminos.

—Bienvenidas a mi hogar —dijo Sasha, con una leve sonrisa—. Aquí estaremos seguras por un tiempo. Nadie nos encontrará en este lugar.

En el Sótano ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora