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Fayre me observó, sus ojos reflejando una promesa no verbalizada, una certeza de lo que estaba por venir. Con movimientos pausados y llenos de propósito, se volteó y comenzó a caminar hacia un balcón que, hasta ese momento, había pasado desapercibido para mí.

Al llegar al borde, se detuvo un instante, cerró los ojos y pareció recordar la sensación de libertad al sentir la brisa acariciar su rostro. Por un breve momento, pensé que iba a lanzarse al vacío. Pero en lugar de eso, su figura comenzó a cambiar gradualmente, transformándose ante mis ojos en algo mucho más grandioso.

Corrigió su postura volviéndola más erguida con una gracia natural. Cerró los ojos brevemente y sus rasgos humanos desaparecieron, dando paso a la majestuosa figura de un dragón. Las escamas, de un brillo cegador, empezaron a cubrir su cuerpo. Eran como un cielo de estrellas, cada una resplandeciendo con un fulgor propio.

Sus alas, vastas y poderosas, se desplegaron lentamente, extendiéndose hacia los cielos con una majestuosidad imponente. La membrana entre sus huesudas estructuras brillaba con un resplandor iridiscente, como si capturara la luz de la luna y la refractara en mil colores sobre el paisaje nocturno. El aire a su alrededor parecía vibrar con una energía palpable. Al moverse creaba un eco profundo y resonante, como un tambor celestial que marcaba su presencia en el firmamento, recordando a todos la grandeza y el dominio natural de la criatura alada.

La presencia de Fayre en su verdadera forma era increíble, una mezcla inigualable de belleza y fuerza. Sus ojos, ahora se habían hecho más grandes. Cada movimiento, cada respiración, emanaba un aura de autoridad, como si el mismísimo mundo reconociera y respetara su poder.

Observé en silencio, asombrada por la magnificencia del ser dracónico que se alzaba ante mí.

En ese momento, la puerta de la sala se abrió, Alastor, Brom, Sasha y Esme entraron apresuradamente. Sus rostros mostraban una mezcla de preocupación y alivio al verme sana y salva.

—Amber, ¿estás bien? —preguntó Sasha, su voz llena de inquietud.

—Estoy bien —respondí, con una sonrisa llena de confianza—. Fayre está con nosotros.

Alastor asintió, su rostro severo mostrando una ligera suavidad al presenciar la transformación de Fayre en dragón.

—Esto cambia todo —soltó Alastor con asombro—. He visto cómo los humanos masacraron a los antiguos dragones, y ahora, ver qué lograste dominar a Fayre de una manera en la que solo un verdadero compañero podría, me hace reconsiderar mi visión sobre la humanidad.

Fayre, ahora completamente en su forma de dragón, emitió un rugido poderoso que resonó en todo el valle. Era una llamada a la acción. Junto a mis amigos, me sentí más fuerte que nunca.

—Necesitamos a Zelly y a Sofía —anuncié, mirándo a los presentes en la sala.

Sasha obedeció de inmediato y salió rápidamente en busca de ellas mientras Brom, Esme y yo nos preparábamos. El dragón esperó pacientemente en el balcón.

En pocos minutos, la hechicera regresó con la elfa y el hada.

—Estamos listas —anunció Zel.

Con eso, él se inclinó, permitiendo que subiéramos a su espalda. Brom, Sasha, Esmeralda, Zelly y Sofía se acomodaron con agilidad. Pero para mí, fue una tarea mucho más complicada.

Después de todo, montar en un dragón no era algo que se hacía todos los días.

El lomo de Fayre, era sorprendentemente resbaladizo. Con escamas moteadas en tonos que recordaban las pecas de su forma humana. Su cuerpo brillando en matices de blanco, naranja y rojo. Sus iris intensos, irradiaban un resplandor rojizo como el fuego mismo.

En el Sótano ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora