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Salimos de la caverna de Theodora, caminando entre lomas de tierra. Ver al centauro avanzar hacia que se percibiera como algo fácil debido a sus cuatro patas. Sin embargo, las piedras y los caminos empinados me dificultaban el paso, dejando que una enorme impresión de cansancio se apoderara de mí, a pesar de sentirme plenamente bien a la par.
Quizás es parte del hechizo de Zelly, ya que ambos sentimientos peleaban por dominar mi cuerpo.

—Ya casi llegamos —habla Theo.

—Con ¨ya casi¨, te refieres a que nos falta demasiado, ¿verdad? —cuestiona Zelly.
—No, realmente estamos cerca.

Suspiro con su comentario y noto que nos aproximamos a otro tipo de cueva, esta vez una más antigua superficialmente. En esta se apreciaba una decoración más arcaica alrededor. Vegetaciones colgantes y cristales opacados. Se encontraba alejada del resto, era la única en aquella solitaria montaña. Nos adentramos en ella.

—¡Abuelo!

—¿Abuelo? —cuestiona Sofia, al parecer más para sí misma que para nosotras, sin embargo, igualmente Theodora pareció escucharla.

—Sí, puede que te sorprenda porque no se muestra públicamente desde la última guerra. Comprendo tu confusión.

—Francamente, estaba segura de que solo quedaban tu hermana mayor y tú de la familia Shepherd —comenta Zelly.

—Es lo que pretendimos que creyeran.

—¿Por qué?

—Porque él lo pidió.
Me encontraba ajena al tema, pero atenta a sus palabras. Sentía curiosidad por la mencionada última guerra, la cual asumía que había sido la que tantos me han aludido. La que mi nacimiento y el de Carlos había causado.

—Aquí estas, te estuve llamando.

—¿Qué haces aquí? —pregunta una sombría silueta, que poco a poco salía a la luz —. Y llegaste acompañada, creí que ya habíamos tenido una plática clara sobre esto, nada de visitantes, nada de...

—Nada de hablar sobre ti, nada de mencionar tu nombre fuera de las montañas. Lo sé, pero tengo una razón justificable para esta excepción —responde y me toma de los hombros para quedar justo delante de ella.

El centauro avanzó lo suficiente como para ya poder evaluar su apariencia. Me encontraba ante un anciano, lucia sabio y contenía a su alrededor un aura digna de respetar.
Su presencia me dejó sin aliento, sacudí mi cabeza, cerré la boca y me incliné ante él por alguna razón.

—Abuelo, ella es Amber. Está en busca de su hermano, asegura que está en este mundo y declara que paso por aquí.

—Una humana…

Levanté mi rostro para observarlo directamente a los ojos, mirada que reflejaba sabiduría y dolor. Iris color miel, tal como los de Theodora, destellaban como si mi figura fuera una alucinación suya.

—Han pasado años desde la última vez que vi un ser de tu especie…

El anciano se acercó lentamente a mí con nostalgia en el semblante.

—Fui testigo de la devastación y las vidas perdidas, también de la extinción de tu raza y de… vuestro nacimiento.

—¿Nacimiento?

—Yo estuve ese día, en el bosque de Gwyndolin. El día en el que Carlos y tu brotaron de la esencia de la naturaleza.

—Siempre me había preguntado cuál era su origen…

—Shh, Zelly —le calla el hada.

—Perdón.

Mi rostro exponía la confusión y curiosidad que en mi mente habitaba.

—Siempre supe que algún día volverías, positivamente estuve esperando tu llegada, pero no fui el único, debes estar atenta. Residí en las sombras hasta ahora pasando desapercibido, hoy que has llegado hasta aquí, cuéntame cómo puedo ayudarte.

—Carlos he venido por él, ¿sabes dónde encontrarlo?

—Querida Amber, yo desconozco la ubicación del muchacho, en cambio… tú la sabes muy bien.

—Disculpe señor, no quiero ser grosera, pero si ella supiera donde encontrarlo estaríamos camino allá en lugar de estar charlando aquí con usted.

El señor miro de reojo a la elfa y dio un paso hacia delante quedando frente a mí, con sus manos cerró mis ojos en un movimiento delicado. El sereno centauro asintió con una sonrisa rasgada y sentí sus pezuñas alejarse delicadamente.

—Busca dentro de ti, explora tu mente, domina tu poder, toca tu corazón y abraza la grandeza del pasado.

Mantuve mis parpados cerrados decidida a hacerle caso. Me sumergí en una profunda meditación, puse mis manos sobre la joya en mi cuello, convoqué toda la energía que alcanzaba en el pecho y comencé a sentir una sensación de la que inmediatamente fui consciente. El sonido ambiente cambió a murmullos tenues, mis oídos se concentraron llegando a distinguir el sonido de unas gotas del techo subterráneo cayendo en unos cristales lejanos. Las imágenes comenzaron a formarse en mi mente, no era como las otras veces, esta vez parecía una película antigua.

Logré distinguir a mi hermano y al elfo en la visión, me esforcé un poco más para percibir el alrededor, pero me había comenzado a doler intensamente la cabeza. Sin ya poder hacer mucho más, una última escena se desplegó frente a mí: una cola de sirena sumergiéndose en el mar.
Abrí mis ojos de golpe y puse los pies sobre la tierra.

—¿Amber, estás bien? —cuestiona Sofia.

—Lo estoy —miré mis extremidades y busqué acostumbrarme nuevamente al cambio de entorno —. Esta vez fue diferente, no sentí que estaba allí, pero pude conseguir la pista que necesitábamos para continuar la búsqueda.

—Concibes que fue una experiencia distinta porque aún no lo has dominado, pero estás muy cerca de hacerlo. Sin embargo —dijo el señor —, debes tener cuidado. Los lugares que visitarás más adelante son muy peligrosos.

—Gracias por las advertencias y por lo demás, señor…

—Javaid Shepherd.

—Señor Shepherd, vámonos chicas.

En el Sótano ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora