35

29 3 30
                                        

—Así que aquí estamos —concluyó el demonio, extendiendo los brazos como si estuviera abrazando todo el escenario—. El fin de Gwyndolin está cerca. Su poder será mío y no habrá nada que puedan hacer para detenerme.

Nos miró a cada uno de nosotros, su expresión victoriosa.

—¡Si tienes tanto poder, ¿por qué nos necesitas a nosotros?!

—Poder, Amber, no es solo tener fuerza. Es también saber cuándo usar las herramientas correctas —respondió—. La Entidad de la Eternidad es un ser que solo se manifiesta cuando los gemelos fusionan sus poderes y se vuelven uno solo. Y ustedes, mis queridos gemelos, son las piezas clave. Al igual que en el ajedrez, no siempre es el rey quien mueve las piezas. Son los peones los que crean la oportunidad para el jaque mate.

Con un gesto dramático, el demonio alzó sus manos y un manto de oscuridad se desplegó frente a nosotros. De la penumbra surgió una ilusión que tomó forma en el aire: un tablero de ajedrez, pero no uno común. Este tablero era único, con casillas que brillaban como fragmentos de una mariposa en vuelo, sus alas extendiéndose en un esplendor espectral.
Sobre el tablero flotante, las piezas se movieron por sí solas, mostrando una jugada calculada. Las casillas se iluminaban a medida que las piezas se desplazaban con precisión cruel. En el centro del tablero, una figura dorada, que supuse, representaba a la Entidad de la Eternidad, se alzaba majestuosamente, su presencia grandiosa dominando el campo de juego.

Miró a Carlos y luego a mí, y de repente todo tuvo sentido. Carlos y yo éramos la clave para liberar esa entidad, un poder tan inmenso que podría cambiar el curso de nuestro destino.

—Por eso están aquí, Amber y Carlos —continuó el demonio—. Ese poder será finalmente mío, y con él, podré traer de vuelta a los líderes más poderosos y...

Pero justo en ese momento, el resentimiento cruzó su rostro. Su expresión de triunfo se tornó en una mueca amarga mientras parecía recordar algo que lo perturbaba profundamente.

—¡Debió ser mío desde hace mucho! —maldijo, apretó su puño con furia y lo suelta nuevamente—. Este poder, este derecho, me había sido arrebatado. Mi paciencia se agotó, y no permitiré que nada ni nadie me lo quite ahora.

—No seremos parte de tu plan. No dejaremos que uses nuestro poder para tus propósitos oscuros.

El demonio se rió, era un sonido frío y cruel.

—Oh, querida Amber —dijo, su tono lleno de burla—. No tienes elección. Estás atrapada, y cuanto antes lo aceptes, mejor.

—Nunca aceptaremos eso —intervino Carlos—. Lucharemos hasta el final.

El demonio se acercó a Carlos, inclinándose hacia él con una sonrisa sádica.

—Eso lo hace más interesante —murmuró—. Me encanta cuando mis juguetes aún tienen espíritu.

Carlos lo miró directamente a los ojos, sin dejarse intimidar.

—No somos tus juguetes. Encontraremos la forma de detenerte.

El demonio retrocedió, claramente disfrutando del desafío. Se dio la vuelta, sus ojos resplandeciendo con perversidad mientras se dirigía a Zelly.

—Y tú —dijo—. Espero que disfrutes viendo a tus antiguos compañeros sufrir. Es tu legado ahora.

La elfa mantuvo la mirada baja, su postura rígida. La culpa y la vergüenza parecían consumirla, no respondió, pero pude ver la lucha interna en su rostro. Había cometido errores, pero aún había una chispa de remordimiento en sus ojos. Quizás, solo quizás, no todo estaba perdido para ella.

En el Sótano ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora