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Nuestras almas ya estaban en sus respectivos cuerpos cuando la Entidad nos dejó justo en la entrada del sótano, y de inmediato escuché los llantos de dos bebés, el eco de una vida que apenas comenzaba allí, en el umbral de esa puerta de mariposa. Una anciana bajó las escaleras y encendió la luz. Su andar era lento y pesado, con el cuerpo encorvado por los años. Su rostro... lo reconocí al instante. Ella había aparecido en una de las pruebas de Fayre, una visión que me había mostrado algo importante, no había entendido qué. Pero ahora, lo comprendía todo.

“El camino de cada persona está entrelazado con el de otros... Años atrás, una elección cambió destinos de maneras que aún están por revelarse…”

Si ella no nos hubiera encontrado, nosotros… Nuestro destino habría sido diferente.

—¿Qué hace aquí esto? —murmuró con voz temblorosa mientras se inclinaba con esfuerzo para recogerlos.
La anciana los miró, con una expresión de profundo cansancio, su salud era demasiado frágil, pero no podía dejarlos allí. Con manos temblorosas, miró a su alrededor, y después de un momento de duda, comenzó a caminar con ellos en brazos hacia el orfanato más cercano.

La seguí con la mirada hasta que se desvaneció de nuestra vista. Todo me resultaba tan extraño y abrumador. Estábamos presenciando el inicio de todo, la pieza clave que faltaba en el rompecabezas de nuestras vidas. Ese sótano, esa casa... era nuestra conexión con Gwyndolin, y había sido el punto de partida de todo lo que nos había ocurrido desde entonces.

Miré a Carlos, buscando en sus ojos alguna señal de que compartía mi confusión y mis dudas. Pero antes de poder decir algo, el tiempo comenzó a moverse nuevamente, nos vimos arrastrados aún más adelante.

Nos encontramos en un edificio que reconocí como el orfanato, un lugar donde niños sin hogar esperaban a ser adoptados. Todo era frío, sin calidez alguna, a excepción de un rincón donde una niña pequeña, con el cabello rojo y rizado, jugaba sola. Era yo.

Carlos y yo observábamos cómo la niña que yo había sido miraba con curiosidad a las personas que pasaban, mientras seguía jugando con un pequeño muñeco sucio.

Estaba ajena al hecho de que su vida estaba a punto de cambiar para siempre.

De repente, una pareja apareció. Eran mi madre y mi padre.

Se mostraron amables, con sonrisas cálidas y miradas llenas de amor. Se arrodillaron frente a la pequeña Amber y comenzaron a hablarle con dulzura.

—Hola, pequeña. ¿Cómo te llamas?

Ella, al principio, parecía un poco tímida, pero luego su rostro se iluminó con una sonrisa.

—Eres muy bonita —añadió el hombre, sonriendo con delicadeza—. ¿Te gustaría venir a casa con nosotros?

La niña jugueteó con el borde de su vestido, asintiendo tímidamente. Podía sentir su anhelo, su deseo de pertenecer a algún lugar, de ser amada. La mujer la tomó en brazos y la acunó, mientras el hombre acariciaba suavemente su cabeza, y la pequeña Amber se aferró a su cuello, como si hubiera estado esperando ese abrazo toda su vida.

Mientras esto sucedía, el encargado del orfanato, un hombre mayor con expresión seria, se acercó a ellos.

—Ella es Amber, ha estado aquí desde que la trajeron de bebé. Es una niña tranquila y obediente.

La mujer sonrió, mimando mi cabello infantil.

—Es perfecta. Sentimos que es la niña que hemos estado buscando.

—Me alegra saber eso —respondió el encargado—. Haremos los arreglos para que puedan llevársela hoy mismo.

Pero entonces, vi algo que me rompió el corazón. Carlos, de la misma edad que yo en ese momento, estaba sentado en un rincón oscuro. La pequeña en brazos de la mujer dirigió su mano hacia esa esquina, llamando la atención de los adoptantes.

En el Sótano ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora